Revista F@ro Nº 3 - Estudios

El poder y sus fantasmas en la era de la mundialización de las culturas

Eduardo Álvarez Pedrosian [1]
Universidad de la República
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Resumen: Cuando los encuentros se hacen cada vez más inevitables, las formas de control tienden a la modelización de las subjetividades a partir de la construcción lógica de binarismos donde justificar las formas de violencia a partir de la escenificación de las diferencias en las peores pesadillas de nuestra imaginación. El peligro no es que exista un óptimo de comunicación, a partir del cual se generen efectos nocivos para toda identidad cultural, sino por el contrario, la creciente sutileza en los mecanismos de control de la comunicación que reducen a simple información todo encuentro.

Palabras claves: Culturas, mundialización, Occidente-Oriente, poder, subjetividades.

Abstract: When cultural encounters become increasingly inevitable, forms of control tend to model objectivities, based on the logical construction of binary relations, with the purpose of justifying forms of violence when showing the difference in the worst nightmare of our imagination. The danger of this does not lie on the fact that there is optimal communication (which generates negative effects in all types of cultural identities) but, on the contrary, the increasing subtleties in the control mechanism of communication that reduce every cultural encounter to mere and simple information.

Keywords: Cultures, globalization, West-East, power, subjectivities.

1. ¿Existe un “óptimo de comunicación”?

A pedido de la UNESCO, como es sabido, Claude Lévi-Strauss realizaba a principios de los años ´50 un llamamiento a la conservación, o a lo sumo al registro de los restos de las identidades culturales tradicionales (1999). La teoría subyacente es también bien conocida: para la perspectiva “estructuralista”, como la llamamos por convención, basada en las concepciones de las teorías de la información, la cibernética y la teoría de sistemas combinadas sobre la herencia de la lingüística estructural, existiría algo así como un “óptimo de comunicación”, una consistencia sistémica tolerable más allá y más acá de la cual la estructura no podría sostenerse más. Sencillamente estallaría, se desintegraría según a un índice de interrelaciones, una hipercomunicación que no permitiría la existencia de ninguna estructura estructurante, ninguna forma estable que conlleve una máquina más o menos coherente que se asegure su propia reproducción. Esta concepción no es sólo fruto de la especulación reflexiva, sino que está íntimamente ligada a las experiencias que alimentaran al joven profesor de filosofía devenido etnógrafo, las sociedades del Matto Grosso y el Pantanal brasileros, los grupos bororo, caduveo, nambikwara, etc., con los que Lévi-Strauss se fuera encontrando los fines de semana en sus excursiones en camión cuando podía alejarse un poco de la agobiante atmósfera nuevo burguesa de los acomodados estudiantes de la USP entonces en construcción (1997). Sociedades fuertemente cerradas, dualistas, con muy poco contacto con el mundo exterior, donde todo registro cultural remitía cual calco sobre calco al decir de Deleuze-Guattari (1997), en ejemplos inmejorables para la modelización conceptual estructuralista. La impresión que provocara el uso de ropas europeas en estos indígenas, el trato de los colonos hacia los mismos, indignaría al joven Lévi-Strauss, lo que lo llevaría a valorar negativamente los contactos cada vez más intensos de estas poblaciones con un mundo exterior avasallante. De allí sus “tristes” trópicos, la impresión que la miseria dejara en la concepción de la cultura y la progresiva densificación de la comunicación. Estas experiencias, junto con la inclinación a concebir todo fenómeno como sistema de relaciones sin contenido, nos lleva hacia la imagen de un mundo en decadencia por obra de la multiplicación de los contactos. Esta trascendentalización ha dominado la mirada de las teorías de las ciencias humanas por décadas, a pesar de que el mundo siguiera por el camino contrario, lo que alejaba cada vez más los discursos provenientes de estas disciplinas de los problemas reales que exponencialmente fueron y siguen creciendo. La falacia de este punto de vista, inspirado como dijimos en casos específicos de culturas particulares y extrapolado a la totalidad de los fenómenos humanos, radica en la concepción de la cultura como sistema cerrado, en una visión termodinámica de la misma, cual máquina energética, para la cual es necesario cuidar los output y los imput para el mantenimiento de los engranajes. De lo contrario, el mecanismo en su totalidad se desarticula por exceso de articulaciones con el afuera. Tan sólo pueden existir máquinas (sociedades) frías y calientes (Lévi-Strauss, 1977), pero definidas además siempre en función de la dinámica interna que las define, nunca en relación con la otredad, o tomada tan solo en cuenta en términos de difusión. No hay mezcla, hibridez, no se piensa desde allí. Ahora bien, ¿podemos pensar en la comunicación a partir de barreras claras entre un adentro y un afuera estables; en la isotopía de emisiones y recepciones unidimensionales? No podemos pensar la comunicación intercultural dejando de lado la dimensión de los conflictos que se suscitan entre los puntos vinculados y en el mismísimo canal establecido para y por los vínculos suscitados. Toda comunicación, a pesar de que la pensemos según el modelo mecanicista de la emisión, el canal con su mensaje, y la recepción, implica un proceso instituyente donde se generan dichos elementos en forma sui géneris, específica. Entre diferentes culturas, la comunicación correrá por canales singulares, por direcciones particulares, según mensajes posibles, en códigos emergentes para el caso, y no según variables trascendentes aplicables a todos los casos posibles. En este sentido, es imposible plantear la existencia a priori de un óptimo de comunicación, de una cota de información cual límite insalvable. Depende de múltiples variables que hacen a cada caso, en una dinámica instituyente, donde en el propio acto se definen las variables del fenómeno. Por ello frente al temor previo, al espíritu normativo del discurso científico, cabe contraponerle una actitud exploratoria, comprensiva de los fenómenos emergentes en el cruce entre diferentes formas culturales y las subjetividades implicadas. En las últimas décadas transcurridas hemos sido testigos de ello, de la aparición de nuevas formas culturales, de nuevos modos de subjetivación que sintetizan las antiguas tradiciones en valores, hábitos, conductas que responden a un mundo diferente. Claro está que en este escenario las culturas tradicionales tienden a transformarse, pero los cambios no pueden darnos miedo, más, si nuestra tarea es la de tratar de comprender y analizar objetivamente estos fenómenos, y más aún, si nos encontramos inmersos en un mundo que sigue sus cauces y no espera lo que los intelectuales tengan para decir, o peor aún, para normativizar. Igualmente los aportes de Lévi-Strauss para nuestro presente son más que importantes, la cuestión con el estructuralismo ha sido siempre la misma, para sacarle provecho hay que corregir el sincronismo con la historización de las estructuras, reenfocar esa mirada distante y omnipotente con una profundización en el acontecimiento, no para ir hacia otro polo, sino más bien para establecer la tensión entre lo particular y lo general, también enunciada por esta tradición pero no efectivizada en la mayoría de los análisis realizados. Las culturas tradicionales se degradan, los valores ancestrales son menospreciados, las conquistas conceptuales y sensibles desvirtuadas en simples mercancías, pero no por una dinámica trascendente que define todo proceso comunicacional, sino por apuestas específicas, jugadas concretas en las que se opta por un camino de los múltiples posibles.

¿Existe un óptimo de comunicación? Para avanzar en la dilucidación de este problema es necesario plantear una serie de problemas inherentes al planteamiento del mismo: ¿qué es comunicación?, y quizá, políticamente más urgente, ¿qué es lo óptimo? Para avanzar plantearemos algunos casos paradigmáticos que hacen a los mayores desafíos contemporáneos, en especial, en lo concerniente a la situación de enfrentamiento cada vez más terrible en la que cual gran paraguas nos tienen inmersos los aparatos de formación de opinión mundial, desde Occidente, en lo que respecta a la civilización oriental. Se trata de una cuestión de la que depende sin lugar a dudas el futuro posible del planeta, y donde también podemos ejemplificar el funcionamiento de los mecanismos políticos en las sociedades de control en lo que respecta a la construcción de fantasmas en medio de tanto ruido informacional para nada inherente al proceso de mundialización, sino más bien, como nueva esfera de construcción de mecanismos de poder al borde de una violencia que podríamos sin inconvenientes catalogar de total, por sus efectos irreversibles. Como veremos, las teorías con las que contamos no pueden enfrentarse cabalmente a este fenómeno, pues nos conducen a conclusiones contradictorias: según como las interpretemos, los conflictos entre Occidente y Oriente son fruto tanto de exceso de comunicación como de carencia de la misma. Y concluiremos que en realidad, siempre nos encontraremos en situaciones donde hay una combinación de ambos extremos, y donde la clave para comprender los fenómenos políticos planetarios se encuentran en el instrumental para crear subjetividad que se habilita en el espacio entre dichos polos, entre lo que se dice y no se dice, lo que se muestra y cómo se lo muestra. Si bien podemos plantear desde una perspectiva diferencial que todo proceso comunicativo conlleva una intraducibilidad, ello no quiere decir que no exista en lo más mínimo algo que se establece como lo común de la instancia, aquél elemento que predomina en la terminología del fenómeno, de la común-unión. La cuestión central al respecto refiere a las condiciones que determinan dicho elemento, que lo instauran. A veces se trata de un componente no presente a priori, otras ya lo está entre los interlocutores, otras tan solo desde uno y se le impone al resto. Estas diferenciaciones son sustanciales para no reducir los fenómenos comunicacionales a posiciones ingenuas donde o solo ya está todo dicho o siempre se dicen cosas totalmente nuevas. La realidad es mezcla, hibridación, impurezas. En este sentido podemos rescatar la idea de un óptimo de comunicación, en tanto es útil la noción de que todo proceso requiere de una consistencia, o mejor, de una gama de consistencias más allá y más acá de las cuales el proceso en sí se transforma, a partir del cual ya no es el mismo. Pero dicho óptimo es una resultante, un resultado, y un mismo proceso pero objetivado desde otras dimensiones puede medirse según otros índices, otros óptimos. Por todo esto, podemos decir que la planetarización de las culturas gracias al hiperdesarrollo de las telecomunicaciones por ejemplo, no concluye necesariamente en la desaparición de las mismas, pero sí es cierto que la cultura como componente humano, como constructo de significaciones que completa nuestra inacabada naturaleza está siendo modificada, pero no por ello desaparecerá sin más, por el contrario se complejiza cada vez más, se multiplica en dimensiones y procesos que demandan nuevas herramientas conceptuales para poder realizar un análisis sastisfactorio de la misma.

2. La frisión Oriente – Occidente: una caverna de fantasmas

En contra de lo esperable desde el punto de vista moderno, asistimos a grandes bloques civilizatorios que reaccionan de formas insospechadas a la mundialización de las culturas producida por los tecnologías de la comunicación y la información. Como vemos, ningún proceso es lineal, y menos, neutro. Dicho en forma ingenua, es cierto que pensar en un “choque de civilizaciones” es un gran error. Pero si por “civilización” entendemos a un complejo multicultural articulado sobre la base de una cosmovisión ancestral y unificado entorno a una serie de mecanismos de control transnacionales, podemos decir que efectivamente se trata de un choque civilizatorio, de un choque entre las burguesías europeas (en realidad, la conjunción de diferentes esferas mediáticas, industriales, políticas) y las monarquías islámicas, choque entre las entidades dominantes: enfrentamiento entre un mundo de opulencias y valores superfluos basados en el consumo sin más, y la cohersión por mandato divino de unas familias y una casta hereditarias. Por debajo de éstos, viviendo el día a día, los cuerpos de todos nosotros se alimentan, duermen, cagan, piensan, mientras los impulsos de violencia y destrucción invaden cada vez más nuestros espacios más íntimos, en nombre de la civilización que cubre a cada cual. En esta generalización se esconde la injusticia, la explotación, los mecanismos típicos de las sociedades disciplinarias y de las premodernas, mecanismos que no desaparecen, sino que se resignifican en un nuevo pliegue que las toma de materia prima para generar nuevas estrategias de control. ¿Dónde se ponen de acuerdo, a pesar y por debajo de las diferencias, los gobiernos de España y Marruecos? En no hacer nada serio por frenar la muerte de centenares de africanos en las pateras que se aventuran en el Mediterráneo. Es obvio que si se quiere cambiar la situación existen los mecanismos para hacerlo, pero cambiar la situación realmente es algo que como están las cosas planteadas dista de ser el objetivo. Mientras tanto, siguen muriendo magrebíes y subsaharianos en el mar, siguen impregnando nuestras retinas con imágenes atroces en las pantallas de televisión.

Quienes somos herederos de una tradición cultural situada en la intersección de estos dos grandes bloques culturales, y ya extinguida, como lo fue la Armenia Ciliciana, sobre las costa mediterránea desde el siglo X hasta el genocidio turco intensificado entre 1915 y1918, conocemos en carne propia lo que significa la manipulación consciente e inconsciente de la comunicación intercultural, en épocas muy anteriores a la evolución exponencial de las telecomunicaciones. Es un caso muy significativo que aquí no podremos desarrollar, pero lo sustancial es la experiencia cultural allí experimentada. Subjetividades entre culturas, aquellos armenios cilicianos que lograron escapar de las masacres otomanas, hablan dos, tres lenguas a la vez, convivían en ciudades y pueblos donde se celebraban los ritos cristianos ortodoxos y los musulmanes, también los hebreos, en un contexto donde cada comunidad era partícipe de los festejos de las otras. Todo ello terminó con el exterminio, con la ejecución de un plan sistemáticamente elaborado, en la terrible conjunción de los paradigmas de los antiguos imperios multiétnicos del siglo XIX con la racionalidad occidental que alcanzaba a principios del siglo XX a hacer patente su fatal carácter instrumental (Adorno y Horkheimer, 1994).

3. Escenario multicultural y escenificación de las diferencias

La construcción de la figura del “terrorismo”, ejemplifica claramente lo que hemos tratado de manifestar aquí: en ella, en su producción, los estrategas no se deciden hasta qué punto la información debe o no vehiculizarse, cuáles datos hacer públicos, cómo controlar al monstruo que ellos mismos han creado. Recordemos las razones que hicieron a las cadenas británicas de televisión no transmitir las imágenes de los últimos atentados en Londres: los terroristas nos dijeron, buscan la difusión, por lo cual se hace necesario censurar toda imagen, de lo contrario se saldrían con la suya. Los grupos más reaccionarios del fundamentalismo islámico hacen un uso cada vez más importante de las nuevas tecnologías (Internet, clases de terrorismo por video, etc.), y lo mismo los grupos que protagonizaron la última oleada de violencia en los suburbios franceses, jóvenes franceses de tercera y cuarta generación de inmigrantes magrebíes que rápidamente se interconectaron gracias a portales y sitios web donde publicitaban sus conquistas, en una competencia entre suburbios y bandas por ver quién encendía más coches; eso sí que es comunicación.

Las “autoridades” occidentales no saben qué hacer, cómo actuar. En fin, parece que menospreciaron al “diferente” tanto externo como interno, tanto al otro por la diferencia, al oriental, como al otro por la desigualdad, al pobre (Boivin, et. alt., 1998); no caen en la cuenta de que la inteligencia, en contra de lo que el mito de la razón occidental fundara en lo concerniente a su cultivo, se estimula mucho más ante las carencias que ante el ocio.

Los investigadores de la escuela invisible de Palo Alto tuvieron la lucidez de articular lo concerniente a los universos comunicacionales y sanitarios como solo el psicoanálisis había podido hacerlo. Subliminar lo latente, hacer emerger lo escondido, poner en palabras lo no dicho, es sano. Ahora sabemos que con decir no alcanza para sentirse mejor, pero por lo menos se avanza, de eso no hay dudas. Y Lévi-Strauss (1987) en este sentido también acertó con genialidad al ver en la cura psicoanalítica al heredero de la cura shamánica, en tanto que en ambos casos se trata de lo mismo aunque de modo inverso, de poner en palabras, en narrar, comunicar, una serie de sensaciones y percepciones de la mismidad para así desbloquear la angustia. Bateson, Matzlawick (Watzlawick) y otros, basados en la teoría de los tipos lógicos hablarán en términos de reencuadre, de generación de un marco lingüístico-conceptual apropiado para esta operación (Winkin, 1994). En todos los casos se trata de lo mismo: de lo que no se habla, porque se lo prohíbe, porque no se tienen los mecanismos para ello, surgen los miedos, los fantasmas que acechan desde las sombras. Con el fin de la Guerra Fría, en Occidente asistimos a la inversión del terrorista, categoría en la cual caen una infinidad de prácticas muy disímiles pero que todas comparten un mismo ataque contra el poder instituido. Solo en los casos en que la convivencia cotidiana obliga a poner en contacto diferentes culturas, es donde este término es relativizado, donde el día a día exige el esfuerzo de tender nuevos puentes, inventar nuevos lenguajes, es donde se ha avanzado en la creación de nuevas prácticas culturales tendientes al enriquecimiento mutuo de las diferentes subjetividades. Lo que elimina no es la mayor comunicabilidad, sino por el contrario, la expansión de una lógica capitalista que homogeniza todo a su paso, que si bien tiene como una de sus consecuencias la posibilidad de articular un punto con otro del planeta, lo hace a costa de la conversión de todo valor en mercancía, como ya lo expresó Marx desde sus primeros análisis, incluida la cultura y sus componentes. Lo podemos experimentar en una metrópoli multicultural como es el caso de la contemporánea Barcelona, donde si bien se vive la riqueza de los contactos y las interpenetraciones de variadas tradiciones, lo que más abundan son los comercios de alimentos, restoranes, profesoras de danza del vientre, centros new age de terapias alternativas, todas superficialidades que capturan aquello más fácil de asir desde una otredad radical. Es increíble apreciar cómo las dificultades de comprensión intercultural dependen del conocimiento de datos mínimos acerca de los valores y expresiones esenciales de una tradición, lo cual por supuesto no puede transliteralizarse sin más, aislando algo así como un data, de algo mucho mayor y más complejo, un contexto que da sentido en su malla a todo rasgos particular. Comunicarse con otro implica una invitación a la aventura más allá de lo aprendido, al encuentro con desafíos nada confortables, a asomarse a aporías de la subjetividad que no desaparecen porque se las oculte o ignore. Quizás la historia de la humanidad siga escribiéndose como hasta ahora, con sangre, y como ya decía y vivía Benjamin (1973), sea la fuerza de los oprimidos el verdadero motor subterráneo que mueve los engranajes de la especie, en un planeta que visto desde lejos, por algún marciano con telescopio, es sin dudas un planeta de miserables, donde abunda la información y cada vez existen menos posibilidades de comunicación.

En este nuevo escenario de mundialización, no es que la representación haya desaparecido. Muy por el contrario, fruto de las investigaciones científicas de la subjetividad, en la actualidad la dimensión representacional ha sido instrumentalizada, objetivada como campo de producción de subjetividad. Con ello, los escenarios, que siempre fueron objeto de manipulación, en el sentido de instrumentalización, alcanzan a ser producidos con tecnologías de gran elaboración. Es el proceso que nos lleva de la representación del poder al poder de la representación (Balandier, 1994). El encuentro de las diferencias nunca se da en un escenario neutro, sino en contextos de escenificaciones, montajes de los entornos, que determinan dichos encuentros. Para soportar la existencia de mecanismos de poder allí donde los intercambios se multiplican, donde las posibilidades de entrar en contacto son exponenciales, se hace necesaria la invención de mitos de laboratorio. Y no hay mitos más poderosos que aquellos que atañen a los miedos más profundos. Y no hay forma más sencilla de construir miedos que hacerlo a través de la invención de demonios, de monstruos. El otro como el peligro para el sí-mismo, el gran Otro que se opone punto por punto a lo Idéntico. Esta simplificación responde a la lógica binaria, lógica que se encuentra en el corazón de las tradiciones monoteístas más importantes del planeta, la cristiana y la islámica. Nos olvidamos con gran facilidad que tanto Occidente como Oriente provienen de una misma raíz. Pero parece claro el proceso: vamos pasando de dos a uno, y nuevamente a dos, según mayores niveles de generalidad. Fatal máquina binaria de la razón instrumental, va devorando al planeta buscando siempre lo Uno, de dos en dos. Primero frente al bloque comunista, ahora frente al Islam, después... Esto es fruto y ha producido a su vez la tecnología que lo hace posible. La reducción de toda comunicación a información, la traducción de todo mensaje a términos binarios, sustenta y es fruto de este proceso. Esto es algo que los neoconservadores norteamericanos lo tienen muy claro desde que el profesor Leo Strauss fundamentó la necesidad de crear mitos para gobernar lo que creía sería una sociedad puramente secularizada, fruto de la multiplicación de contactos junto a la creciente individuación. De allí surgirán los planteos del fin de los tiempos, de las utopías, de la historia; Fukuyama es uno de sus mejores discípulos. En este proceso, ha sido necesario aumentar las dosis de violencia, pasar de los mitos en general, a los peores de los mitos, de la fabricación de sueños en general a la de pesadillas.

Los conflictos actuales a los que se enfrenta la humanidad no son producto de la imparable comunicabilidad, sino todo lo contrario, de la reducción de toda comunicación en información, en data, en elemento puro susceptible de ser puramente aislable de los contextos de su surgimiento, lo cual es posible gracias a la conversión de toda contenido, plural, polifacético, en forma, pura y simple, binaria. No conocemos más de las diferentes culturas, de las diferentes formas de vivir la vida que han y pueden existir. Frente a esta riqueza se impone a la fuerza el control en todos los movimientos e intercambios, empezando por el control de los mecanismos. Las subjetividades así modelizadas, estandarizadas, son producidas en su nivel de virtualización, en las dimensiones de lo imaginario y lo fantástico. Allí viven nuestros fantasmas, a los cuales tenemos que hacer justicia (Derrida, 1995). Pero la producción instrumental de los mismos, y bajo la simplificación de todas sus variedades en la más terrible de todas, en la que mayores miedos e impotencias produzcan, nos paraliza, nos inhabilita a llevar a cabo un proceso de exorcización, de comunicación hacia todas direcciones, hacia fuera y dentro, hacia el pasado y en el presente. La era de la mundialización de las culturas ha traído como reacción este mundo de terroristas y grandes bloques de lógica imperial, donde nuestras subjetividades deben luchar por entrar en contacto con aquello que tienen al alcance de sus propias manos, por no ser vencidos por el maniqueo binarismo de falsas purezas que enfrenta y destruye sin cesar para poder controlar.

Referencias Bibliográficas

Adorno, Th. Horkheimer, M. (1994): Dialéctica de la ilustración, Madrid, Trotta.

Balandier, G. (1994): El poder en escenas, Buenos Aires, Paidós.

Benjamin, W. (1973): “Tesis de filosofía de la historia”, en Ensayos escogidos, Madrid, Taurus.

Boivin, M., Rosato, A., Arribas, V. (1998): Constructores de otredad, Buenos Aires, EUDEBA.

Deleuze, G. Guattari, F. (1997): “Rizoma”, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia II, Valencia, Pre- Textos.

Derrida, J. (1995): Espectros de Marx, Madrid, Trotta.

Lévi-Strauss, C. (1977): Arte, lenguaje y etnología, México, siglo XXI.

------------------- (1987): Antropología estructural, Buenos Aires, Paidós.

------------------- (1997): Tristes trópicos, Barcelona, Paidós.

------------------- (1999): Raza y cultura, Barcelona, Ataya.

Winkin, Y. (comp.) (1994): La nueva comunicación, Barcelona, Kairós.


Notas

[1] Nació en 1975, Licenciado en Ciencias Antropológicas por la UdelaR, Uruguay. Doctorando en Filosofía: “Historia de la subjetividad”, UB, Catalunya, España. Docente de Epistemología de las Cs. de la Comunicación y de Antropología Cultural, en la Lic. en Cs. de la Comunicación, UdelaR, Uruguay.


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