El presente artículo corresponde a un resumen de la tesis de grado que realicé hace muy poco para convertirme en periodista egresado de la Universidad de Playa Ancha, cuyo título principal es: “La cobertura de prensa al ataque a las Torres Gemelas”. En ella se da cuenta de cómo los periódicos argentinos, “Clarín” y “Página 12” tuvieron que arreglárselas para cubrir el evento y además se pudo conocer las líneas editoriales de ambos periódicos con respecto a este tema. No obstante, lo que veremos a continuación serán los principales postulados de diversos autores y algunas reflexiones personales con respecto a la política exterior estadounidense, el rol de los “medios” en las guerras y el papel que cumplen las imágenes en ese contexto.
El 11 de septiembre de 2001 no fue una fecha común ni para Estados Unidos ni para el resto del mundo. Ese día el terror inundó ciudades como Washington y Nueva York cuando tres aviones impactaron importantes edificaciones de ese país del Norte como lo son Las Torres Gemelas y el Pentágono matando a más de 3.000 personas ya sea atrapadas en los edificios o bien cuando intentaban ayudar a quienes se encontraban adentro.
Por supuesto en el resto del mundo también hubo mucha expectación, porque era la primera vez que el país más importante del Globo era literalmente atacado en su propia tierra y por un enemigo desconocido. Los canales de televisión cubrieron este evento en vivo y en directo y los diarios publicaron gran cantidad de páginas destinadas a aquel magno evento.
En el imaginario colectivo quedaron para siempre grabadas las imágenes de los dos aviones impactando los edificios del World Trade Center pues aquellas escenas fueron repetidas una y otra vez, por la televisión, como si de una pesadilla personal se tratase. Por su parte, los periódicos y demás medios de comunicación también ocuparon las impactantes imágenes para capturar la atención de sus lectores, pero a la vez se dedicaron a investigar las causas de la tragedia, quiénes eran los presuntos culpables y a describir el clima de pánico en que se encontraba inmersa la ciudad de Nueva York y todos quienes vivían en los Estados Unidos por aquella fecha.
Como fenómeno mediático, los atentados del 11-S [2] marcaron la pauta noticiosa de la gran mayoría de las agencias noticiosas durante varias semanas. Además, en el caso de los medios de prensa sudamericanos matutinos, llegaron a publicar ediciones especiales en la tarde de aquel día (los ataques fueron en la mañana) por la notable demanda de lectores que pedía saber más acerca de lo ocurrido. De hecho así lo hicieron en sus sitios electrónicos, donde lo que primó fue comentar el clima de pánico vivido en las ciudades afectadas y sobre la suerte de aquellos ciudadanos de sus propios países que trabajaban en aquella época en Nueva York.
Ya ese mismo día se publicaron informaciones donde se aseguraba que el principal culpable fue el saudita Osama Bin Laden y su red Al-Qaeda. Ante esto, la réplica norteamericana no se hizo esperar y lideró una alianza internacional que le declaraba la guerra al terrorismo.
A los medios de comunicación masiva se les considera como relevantes para la socialización de los individuos. Además poseen una importante dosis de credibilidad en la ciudadanía, por algo les llaman “el cuarto poder”. Básicamente, cualquier cosa que aparezca en ellos puede ser considerada cierta por la opinión pública y, al contrario, si no aparece algo, ese algo puede ser desechado como verdadero por la multitud.
Es por ello que hechos como los acaecidos el 11 de septiembre de 2001, difíciles de creer cuando una persona le cuenta a otra, sólo son creíbles si los medios los cubren. Los ataques al World Trade Center y al Pentágono constituyeron acontecimientos sin precedentes, por lo extraño que éstos se cometieran al interior del país más poderoso del mundo. Por tal razón, más la espectacularidad con las que fueron realizados, llamaron particularmente la atención de los miles de millones de habitantes del planeta.
Los medios de comunicación masiva, especialmente los periódicos, se caracterizan por publicar informaciones de sus propios países y del resto del mundo mediante la descripción y opinión de los acontecimientos. Sus informaciones son más profundas que las de la televisión pues tienen la ventaja de poseer un mayor tiempo para la recopilación de datos y contrastar las fuentes. La televisión, en este caso, actuó en vivo y en directo, mientras que los diarios recién publicaron algo durante el horario vespertino del mismo día o con más antecedentes para el día posterior.
De esta forma, las noticias de los diarios cobran un gran interés en el sentido de que fueron uno de los primeros medios en analizar el conflicto. Sin embargo, el trabajo para la prensa no fue fácil pues dependían de lo que podían rescatar de las agencias internacionales que se encontraban en los Estados Unidos. Tras el 11-S las autoridades gubernamentales decretaron el cierre de los aeropuertos y por ende, la prohibición de cualquier entrada o salida de ese país por la vía aérea. De la misma forma en que los canales de televisión se colgaban de la señal de la CNN, periódicos como los de Chile y Argentina tuvieron que solicitar los servicios de la Associated Press, la AFP o la Reuters para poder informar de lo que ocurría en Washington y Nueva York a sus lectores. No obstante, también contaban con enviados especiales o bien periodistas que colaboraron para describir el ambiente que se vivía en ese país. De esa manera, sólo los relatos testimoniales fueron independientes de las agencias informativas norteamericanas y europeas.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron un antes y un después en la política exterior estadounidense en el mundo, ya sea por motivos de seguridad o por velar por sus intereses. Los aviones secuestrados de aquel día no sólo estallaron y se incrustaron en el corazón de las Torres Gemelas y el Pentágono, sino que hicieron lo mismo en el inconsciente colectivo quedando para siempre registrados en nuestra memoria.
Fue tal el impacto de las imágenes que se repetían en todas las televisoras, que las vimos en la tarde y al otro día en los periódicos, que nadie pudo escapar de ellas, devoraron nuestro entorno y nuestra imaginación. El shock pos 11-S perduró largos años en las personas, especialmente en aquellas que se vieron directamente perjudicadas porque en aquellas edificaciones murieron sus familiares, parejas o amigos. La sociedad estadounidense clamó justicia para los culpables y obligó a su presidente George W. Bush a buscar a quienes ayudaron a los suicidas a cometer tales actos.
Al poco tiempo después, vimos cómo la Casa Blanca y el Congreso norteamericano poniéndose de acuerdo para atacar al país que la inteligencia acusaba de cobijar al principal sospechoso de los ataques, Osama Bin Laden. El país se denomina Afganistán y se encuentra en medio de las montañas y mesetas del centro de Asia, y según los informes de la CIA, allí Bin Laden y su organización Al-Qaeda tenían sus bases logísticas. Quienes funcionaban como gobernantes de ese país, los talibanes se negaron a capturar y entregar a Osama y sus dirigidos a los estadounidenses, y por tal razón la administración Bush les declaró la guerra. La invasión a Afganistán (octubre de 2001) y posterior derrocamiento del gobierno Talibán se realizó casi en un abrir y cerrar de ojos, muestra del poderío bélico y capacidad para establecer alianzas por parte de Estados Unidos. Éstos no actuaron solos sino que le dejaron la mayor carga ofensiva al grupo insurgente que desde hacía un tiempo ya luchaba contra los talibanes, la denominada “Alianza del Norte”. Los costos en vida y recursos económicos en aquella conflagración aún no se han terminado de contar pues la violencia, a seis años de de aquella operación sigue generando víctimas por parte de la acción de los mismos talibanes que ahora actúan en forma clandestina, tal cual como lo hacían sus socios de Al-Qaeda en todo el mundo. Al final, Bin Laden y Al-Qaeda siguen vivos, escondidos en algún lugar de las montañas del vecino país de Pakistán.
Ese conflicto no fue el único que libró Washington como parte de lo que su presidente ha nombrado como “guerra al terrorismo”, que busca encontrar y castigar a las principales organizaciones terroristas en cualquier parte del mundo, incluso esa acción podría aumentarse si la nación en donde funcionan las bases de los terroristas se niega a cooperar con la causa estadounidense. Dos años después de Afganistán se atacó a Irak porque se le dijo a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva que ponían en peligro la estabilidad de toda la zona del Medio Oriente y además, como si fuera poco, poseía estrechos lazos con Al-Qaeda. Nunca se probó aquello y a pesar de la oposición de varios países de ese Consejo, incluido el nuestro que por esos años pertenecía al grupo no permanente, Estados Unidos formó otra alianza bélica apoyada básicamente por el Reino Unido y España.
El 2004 y ya con Irak bajo la administración de los aliados de Occidente, se habría producido el primer contraataque de Al-Qaeda y que afectó directamente a España cuando detonaron explosivos en la red de metro tren de Madrid. En un primer momento, el gobierno de José María Aznar (Partido Popular) le echó la culpa directamente a los miembros de ETA, pero tras algunas investigaciones hechas por la policía, se le atribuyó la autoría a Al-Qaeda que habría actuado en venganza tras la participación española en Irak [3]. Ese hecho fue llamado 11-M y provocó en las elecciones siguientes la caída del gobierno de Aznar siendo reemplazado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), comandado por el nuevo jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El turno de los británicos fue un año más tarde, cuando en julio de 2005 fueron víctimas de ataques terroristas en sus buses de su capital, Londres.
De esta forma, el terrorismo ha inundado las principales páginas de los diarios del mundo y es un fenómeno muy importante de analizar. Con lo consumado en los años 2001, 2004 y 2005 se ha entendido que este fenómeno puede darse en cualquier país del mundo no importando si aquel posee un ejército poderoso, si tiene una enorme red de inteligencia o que la gran mayoría de ciudadanos se oponga a las acciones militares en países del Medio Oriente.
La guerra al terrorismo es muy difícil de comprender y más aún de ejercer efectivamente, el enemigo es invisible y cada organización lucha por un objetivo distinto, las principales redes consideradas terroristas por su forma de actuar, atacando a objetivos civiles, poseen sus propios ritos y creencias, por lo que su estudio debe ser detallado y aislado. Bush y su gobierno no lo ha comprendido bien y ha encerrado diferentes amenazas para su administración en un mismo saco: “el Eje del Mal” donde incluía al extinto régimen de Saddam Hussein en Irak, Irán y la aún comunista Corea del Norte. De esta forma, el Eje del Mal traducido al lenguaje hollywoodense, vendría siendo como el “lado oscuro de la fuerza” donde sus enceguecidos líderes no entienden razones y sólo se les puede detener mediante la guerra.
Tras la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, el mundo giró en torno a la creciente importancia del terrorismo en el concierto internacional y a la relación del país atacado, los Estados Unidos, con el resto de las naciones, especialmente aquellas de mayoría musulmana desde las cuales nacieron y se criaron quienes cometieron los atentados.
Variados intelectuales de todos los países del globo buscaron las causas desde la política exterior estadounidense hasta las formas de vida de las principales células terroristas que existen en el mundo islámico. Fue en ese contexto, donde el debate acerca de si Estados Unidos era una nación con reales características de Imperio o si sólo continuaba con las prácticas de Imperialismo que conocimos en el siglo XIX, cobró mayor importancia. Esto debido a que desde hace algún tiempo atrás, cuando culminó en 1989 la Guerra Fría, el país aludido fue tomando la hegemonía política, social, cultural y económica mundial, algo que supuestamente provocó el odio y la ceguera en los miembros de al-Qaeda, grupo fundamentalista islámico que se adjudicó la autoría de los atentados del 11-S.
Dentro de quienes apoyan el concepto de imperio están Michael Hardt y Antonio Negri quienes sostienen que el origen de esa palabra viene desde los tiempos del antiguo Imperio Romano, porque justamente Roma unió categorías jurídicas y valores éticos universales, haciéndolos funcionar juntos como un todo orgánico. Allí, “el concepto de Imperio es presentado como un concierto global bajo la dirección de un único conductor, un poder unitario que mantiene la paz social y produce sus verdades éticas. Y para alcanzar estos fines, al poder único se le otorga la fuerza necesaria para conducir, cuando sea necesario, guerras justas en las fronteras, contra los bárbaros, e internamente contra los rebeldes” . (Hardt, 2002)
Esa idea continua presente en la actualidad, con el nuevo significado que la da al imperio, Estados Unidos. En sus relaciones internacionales, Washington ha practicado lo que ha denominado “guerras preventivas” con el fin de resguardar sus intereses nacionales y económicos en cualquier punto del planeta. Tal como si fuera un gran imperio, ese país ejerce sobre varias partes del mundo un nuevo tipo de colonialismo, como el que ejercían algunas naciones europeas durante el siglo XIX, un colonialismo cultural. De acuerdo a Hardt y Negri: “…el colonialismo construye figuras de alteridad y maneja sus flujos en lo que se despliega como una compleja estructura dialéctica. La construcción negativa de Otros no-europeos es finalmente lo que funda y sostiene la misma identidad europea” . (Hardt, 2002)
Las barreras que dividen al mundo colonial no se alzan sólo sobre las fronteras naturales, aunque casi siempre son marcadores físicos que ayudan a naturalizar la división. La alteridad no está dada sino que es producida. Esta premisa es el punto de partida común de una amplia línea de investigación que ha emergido en décadas recientes, incluyendo muy especialmente a la obra fundamental de Edward Said: "He partido de la asunción que el Oriente no es un hecho inerte de la naturaleza... que el Oriente fue creado, como le defino, 'Orientalizado'.”.
Las dos características primarias de este proyecto Orientalista son su homogeneización del Oriente desde Magreb hasta la India (los Orientales son iguales en todas partes) y su esencialización (el Oriente y el carácter Oriental son identidades intemporales e inmodificables) El resultado, como observa Said, no es el Oriente tal como es, un objeto empírico, sino el Oriente como ha sido Orientalizado, un objeto del discurso europeo. Entonces, el Oriente tal como lo conocemos por medio del Orientalismo, es una creación del discurso, fabricado en Europa y exportado a Oriente. La representación es simultáneamente una forma de creación y una forma de exclusión.
En la teoría imperial la jerarquía racial es vista no como causa sino como efecto de las circunstancias sociales. De acuerdo con la teoría imperial, entonces, la supremacía y subordinación racial no son una cuestión teórica, sino que emergen de la libre competencia, una especie de meritocracia de mercado de la cultura.
Obviamente que en este mercado de la cultura, quien lleva una amplia ventaja es Estados Unidos que, mediante sus complejas industrias culturales, maneja un cuasi monopolio de la comunicación en el mundo. No obstante, hablar de comunicación no es fácil, sobre todo si tomamos en cuenta la larga disputa intelectual que esta sencilla y a la vez compleja palabra despierta no sólo en el terreno de la lingüística, sino también en los campos filosófico, retórico y sociocultural a lo largo de la historia humana. Tampoco lo es el tratar de definir el concepto de información, ya que su utilización se limita al simple intercambio de mensajes.
Aunque ambas son concepciones distintas, están ligadas, la una a la otra, porque básicamente la segunda da vida a la primera. De eso nos habla, Antonio Méndez Rubio, quien señala que “en su sentido más amplio y radical, comunicación implica puesta en común, encuentro o desencuentro de posiciones y puntos de vista diferentes y hasta contrarios que buscan los unos en el contraste con los otros la realización de un sentido compartido, por provisional y precario que éste sea. Desde este ángulo, la comunicación es constituyente de comunidad, de toda sociedad y toda cultura. Información es en tanto transmisión de conocimientos y contenidos de esos conocimientos, la información es un prerrequisito de la comunicación, en efecto, una especie de primer paso para la comunicación” . (Méndez, 2004)
De estas definiciones, se puede concluir que; sin información no puede haber comunicación, pero sí puede darse la información sin comunicación, o reduciendo ésta a su mínima expresión. En este sentido la información se ensimisma, se autoproduce. Es lo que Méndez Rubio muestra como propaganda, es decir, la variable más persuasiva y actual de la información.
Algo parecido piensan Víctor Silva y Rodrigo Browne quienes consideran que “si la noción de información (como la de comunicación) es compleja por su propia condición diseminadora (más que polisémica), hoy las redes de información (como es el caso de CNN) la utilizan desde su “variable más persuasiva y actual”: la de la propaganda” . (Silva, 2006)
Méndez Rubio afirma que la información y el espectáculo de la guerra son negocios del primer orden. Para él, desde el punto de vista de su lógica operativa, la maquinaria de la propaganda se caracteriza por cuatro rasgos principales:
1 El objeto de enunciación absolutiza su propia posición, la presenta como representativa de un todo presuntamente seguro, homogéneo, para lo que necesita introducir sin cesar elementos de redundancia. Este emisor sabe que el todo al que representa es un conjunto precario y quizá imposible de intereses, de manera que la homogeneidad de su discurso sólo es viable recurriendo a todas las variantes de la mentira y la intoxicación informativa.
2 El discurso propagandístico revela el mejor síntoma de su vocación totalitaria. Para la difusión de dicho discurso prestan sus servicios los mass media, cuya estructura monológica permite que el significado de los mensajes se construya en condiciones sociales de aislamiento y separación (de unos receptores con respecto a otros, y de los receptores con respecto al escenario de la noticia). La subjetividad tendería, no de modo mecánico pero sí en una inercia difícil de contrarrestar, a la producción de ensimismamiento (al tiempo que la máquina masiva tendería a la producción de subjetividad en el sentido de sujeción).
3 Si el discurso propagandístico debe reproducirse monológica y totalmente, y si debe hacerlo infiltrándose en una vida social heterogénea y en conflicto, la censura, incluso la censura por exceso sobreinformativo, aparece entonces como mecanismo imprescindible: ella permite al mensaje adecuarse a los parámetros del punto de vista único y omnipresente. Sin censura, la propaganda carecería de su resorte más preciado.
4 Impacto y sencillez se combinan en el esquematismo discursivo, que consigue manejar oposiciones arquetípicas de reconocimiento inmediato, (el Bien y el Mal, Occidente y Oriente, la Libertad y el Terror…) al tiempo que favorece el efecto espectacular de ese discurso. El código del espectáculo, por su parte, favorece el esquematismo al compensar con impacto fugaz y morboso la ausencia de complejidad y de reflexión.
En este ámbito y en el marco de los atentados del 11-S, y la guerra contra el terrorismo liderada en los últimos años por Estados Unidos, Silva y Browne señalan que el proceso de blanqueamiento que la cultura occidental ha impuesto se extiende sus propósitos a las otras culturas lavándolas, anulando sus metáforas, sus fábulas y ennegreciéndolas, es decir, transformándose en imágenes nictomorfas. La mitología blanca prepara e instala, como voceros musulmanes, a palos blancos (Sadam Hussein y Osama Bin Laden, entre otros) como producto de la occidentalización del Islam.
Simultáneamente, según Raúl Sohr, la prensa occidental ha usado varios tipos de lenguaje para referirse a la guerra. En primer lugar posee un vocabulario oficial, neutro, sanitizante, que oculta los aspectos más chocantes de destructividad; es la redacción pulida y carente de emoción de los partes de guerra. También maneja un segundo lenguaje que es profesional y corresponde a la jerga de todo oficio; es el que emplea para la descripción técnica de los instrumentos y de las situaciones de guerra. Y existe un tercero, el coloquial, que expresa los odios y la inhumanidad que se concreta en la matanza de los semejantes.
La imagen como tal, es usada por los medios para representar en forma sencilla y efectiva, su propia forma de ver las cosas. Sin embargo, antes de hablar más acerca de este concepto, es necesario tener en cuenta que la primera concepción que se tiene de imagen es que es una re-presentación, es decir, una resurrección de lo vivido. Mediante este significado nos es posible entender por qué las grandes cadenas televisivas como la CNN y la CBS repetían una y otra vez la imagen de dos aviones comerciales que se incrustaban contra las Torres Gemelas.
Las imágenes siempre han estado presentes en la historia del hombre, cada una de ellas representa algo, y su característica principal es que el hombre las ha aprovechado para mejorar su entorno y calidad de vida. No obstante, de un tiempo a esta parte, y según lo estipulado por Baitello, las imágenes nos han utilizado a sus anchas, nos devoran, en un proceso llamado iconofagia.
La iconofagia es un término utilizado ampliamente por el brasileño Norval Baitello quien, en sus estudios de epistemología de las comunicaciones, se refirió con este concepto a una de las cuatro devoraciones que él mismo describe como las distintas formas de apropiación del otro.
Baitello explica que si bien devorar es una palabra común en los animales, donde se comprende como un acto de comer, también se puede usar para describir cuando necesitamos devorar nuestro entorno (apropiarnos de él): incluyendo las cosas, las personas y los objetos. Ese es el significado. De ah&ia