Revista F@ro Nº 3 - Reseñas y Recensiones

La Sonosfera, un viaje hacia nuestra memoria transensorial

Felip Gascón i Martin
Universidad de Playa Ancha
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La comunicación sonora. Singularidad y caracterización de los procesos auditivos.

Baca Martín, Jesús Ángel (2005).

Madrid: Biblioteca Nueva, 202 págs.



Los aportes transdiciplinares en el estudio de los fenómenos comunicativos no se han concretado en el campo sonoro con la fuerza y universalidad alcanzada por los procesos icónico-visuales. Pese a ello, el creciente reconocimiento de los efectos de la contaminación acústica en las grandes urbes, como asimismo las consecuencias de una riesgosa exposición receptiva a los nuevos consumos, tanto personalizados como colectivos en esta nueva sonosfera, nos plantea, desde la reflexión de Jesús Ángel Baca Martín, las particularidades de una gestalt sonora compleja en la interacción humana, debida principalmente al “alto grado de imprevisibilidad de la recepción acústica; su escucha casual; la búsqueda de una materialidad tangible y referencial; el sonido como indicio de un suceso más que de un acontecimiento con significación propia”. Al respecto, el autor establece interesantes hipótesis entre la expansión de los sonidos sociales (edificaciones, tráfico, labores de prevención…) y el solapamiento de la comunicación oral, provocando en casos extremos confusión, incremento de la intensidad de fonación y, en última instancia, renuncia a la comunicación oral.

“En un ilustrativo análisis llevado a cabo por Schafer (1994:166-167) (…) este desarrollo creciente [de sirenas y otros sonidos sociales] podría haber alcanzado entre medio decibelio y un decibelio anual. Es ésta una cifra que resulta llamativa, más si se tiene en cuenta que el decibelio es una medida logarítmica, lo que implica que un incremento de tres decibelios comporte, prácticamente, doblar la intensidad de la fuente sonora (cada tres o cuatro años en este caso)”. (169-170)

Pese a lo anterior, la investigación de la comunicación sonora ha privilegiado principalmente el estudio del sonido desde consideraciones físico-acústicas o estético-musicales sin preocuparse más profundamente de sus implicaciones socio-comunicativas. Tal vez las indeseables fronteras epistemológicas han frenado los efectos rizomáticos entre los avances en física cuántica, musicoterapia, bionergética, psicología gestáltica y un campo tan globalizado como a la vez aislado de los rigores multidisciplinarios como pudiera ser la comunicación sonora.

Uno de los aspectos más importantes abordados por el autor se refiere a la flexibilidad sensorial humana. Apoyado por diversas perspectivas, se amplía aquí la exclusividad receptora de las ondas sonoras, asociada en principio al órgano auditivo, con el involucramiento táctil como primer eslabón de una cadena de interdependencias perceptivas, que nos abriría a la integración cuerpo-mente. En efecto, las manifestaciones sinestésicas y estéticas estarían imbricadas en algunos conceptos musicales usados por compositores, “que al trascender frecuencias perceptivas [desean] conseguir evocar sensaciones cromáticas en la audición” (Baca Martín, 2005: 85).

Complementando los aportes mencionados por el autor en torno a la bioacústica, el desarrollo de la bionergética (Lowen, 1988, 1977; Brennan, 1996) abre nuevas perspectivas para la comunicación intrapersonal en las relaciones entre el flujo de la energía humana y la dimensión emocional. El propio autor cita el concepto de transensorialidad acuñado por Chion, que “englobaría las percepciones que no pertenecen a ningún sentido en particular, pero que pueden tomar prestado el canal de un sentido o de otro, sin que su contenido y su efecto queden encerrados en los límites de ese sentido” (Chion 1999: 81-84).

Desde esos mismos presupuestos, la musicoterapia parte del principio de sintonía entre tempo musical y tempo mental, lo que podríamos denominar como la sincronía bioenergética que relaciona la gran diversidad biótica de los ritmos vibratorios (presión, gravedad, sonido, equilibrio, etc.) con nuestras emociones, asociadas por diversos autores a nuestro ritmo interior (Adler, 1958). El propio Alfred Tomatis ha desarrollado extraordinarios avances en su instituto, extendido a nivel mundial, con su tratamiento musicoterapéutico conocido popularmente como el Efecto Mozart (1991), que se aplica con muy buenos resultados de interacción con niños autistas.

No es de extrañar, entonces, que el sonido y la música hayan sido considerados a lo largo de la historia como un sistema de transmisión simbólica ontológico, cuya dialéctica explicaría el mismo origen del universo, enunciada por la mayoría de sistemas cosmogónicos (Schneider, 1946; Eliade, 1972, 1976; Platón, 1981), entre ellos la propia fundamentación mitológica de la “armonía de las esferas” o el matemático teorema de Pitágoras, hasta las más contemporáneas reformulaciones de la física cuántica y su teoría del caos, o la economía política de la música a la que también se refiere Baca Martín: “con el ruido nació el desorden y su contrario: el mundo. Con la música nació el poder y su contrario: la subversión” (Attali, 1978). Por ello su conocimiento y control ha sido reservado exclusivamente para iniciados en múltiples culturas, siendo elemento central de los ritos de iniciación, tránsito y pasaje, como también de control del cuerpo emocional a través de la prohibición de determinadas escalas y ritmos, como la escala frigia en la antigua Grecia o el diabolus in musica, la tríada si-fa-do sancionada por la Iglesia medieval.

Con la revolución electrónica, sostiene Baca Martín, nace una nueva ecología sonora, un nuevo espacio posibilitado por los medios electrónicos, que comportan también una nueva “sensibilidad perceptiva” (Baca, 2005: 161). La redundancia propiciada por la industria discográfica, las nuevas formas de consumo musical, junto a la exposición al ruido urbano (que asociamos también al ruido social o entropía como expresiones ideológicas de conflictos por el cambio de armonía social), serían la materia prima según el autor de la nueva materia sonora del siglo XX que, en contraposición a la música clásica usaría una sutil transmisión de frecuencias bajas (sonido difuso) que provocaría “estabilidad vital en un momento incierto de la historia” (ibidem); sonidos envolventes, de implicación física y de inmersión en la escucha.

Al respecto, Baca Martín nos habla de constantes acústicas (físicas, objetivas) y psicoacústicas (comunicativas, afectivas, subjetivas) o soundscape (Schafer, 1994) que relacionan objetos sonoros de apreciación social y perfiles de implicación sensorial individuales, determinando el “yo-social que es emplazado física y simbólicamente en el proceso de comunicación” (Baca, 2005: 163). Es decir, la triple emergencia del yo, del aquí, del ahora como nuestro lugar de emplazamiento (Vázquez Medel, 2003).

La complejidad del objeto sonoro, en consecuencia, lleva al autor a caracterizar su condición de acontecimiento sonoro, en el que se produciría un entramado holístico entre los ámbitos físico-emocional, espacio-temporal, contextual y simbólico en la realidad comunicativa.

En esta nueva sonosfera, Baca asume con claridad la articulación entre las mutaciones de los contextos sonoros (diacronía) con las particularidades de su desarrollo en ámbitos geo-culturales distintos (sincronía). Dicho de otra forma más trascendente, el autor enriquece los aportes a los estudios sobre el ámbito emocional en la comunicación sosteniendo como principio transpersonal la sinergia entre percepción psicoacústica subjetiva y referentes simbólicos que se hacen presente con la aprehensión auditiva de un continuum en la memoria sonora de la humanidad. En este sentido, los fundamentos de la psicología transpersonal (Groff, 1994) y la musicoterapia (Tomatis, 1991, 1974, 1969) bien podrían ayudarnos a replantear una nueva gestalt de la comunicación humana, reconociendo que las interdependencias sensación/percepción, mente/cuerpo, nos abren también al reconocimiento de las interdependencias de la comunicación intra-transpersonal, donde la dimensión de lo inter ocuparía un nicho espacio-temporal sincrónico en la construcción de sentido y memoria, mientras que las otras dimensiones quedarían liberadas de esos condicionamientos físico-acústicos para trascender hacia la memoria biogenética.

Referencias bibliográficas:

Adler, Oskar (1958). Crítica de la música pura. Buenos Aires: Kier.

Attali, Jacques (1978). Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música. Valencia: Ruedo Ibérico.

Brennan, Barbara Ann (1996). Manos que curan. Barcelona: Martínez Roca.

Eliade, Mircea (1976). El chamanismo. México: Fondo de Cultura Económica, 2ª. edic.

-------- (1972). El mito del eterno retorno. Madrid: Alianza.

Groff, Stanislav (1994): Psicología transpersonal. Barcelona: Kairós

Lowen, Alexander (1977). Bioenergética. México: Diana.

--------- (1988). El lenguaje del cuerpo. Barcelona: Herder.

Platón (1981). La República o el Estado. Castellón: Los libros del Plon.

Schafer, M. (1994). The soundscape. The tunning of the world. Vermont: Destiny Books.

Schneider, Marius (1946). El origen musical de los animales símbolos en la mitología y la escultura antiguas. Barcelona: CSIC, Instituto Español de Musicología, Monografías I.

Tomatis, Alfred (1991). Pourquoi Mozart?. París: Fixot.

------ (1974). Vers l'ecoute humaine. París: ESF, Tomo I y II.

------- (1969). El lenguaje y el oído Barcelona: Martínez Roca.

Vázquez Medel, Manuel Ángel [dir] (2003). Teoría del emplazamiento. Aplicaciones e implicaciones. Sevilla: Alfar.


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Revista teórica del Departamento de Ciencias de la Comunicación y de la Información
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