Palabras Clave: interculturalidad - inmigración - patrimonio - derecho a la información- sociedad de la comunicación - globalización - UNESCO - educomunicación.
La importancia que adquieren hoy día los procesos de transferencia de conocimiento es resultado del desarrollo de las Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación, y de su implementación social. La creciente importancia en los países desarrollados de las industrias del conocimiento frente a los sectores productivos tradicionales presentan un panorama nuevo junto al que han de ubicarse aquellas actividades institucionalizadas que hasta el momento se habían situado en el centro de la cultura. En primer lugar, la escuela como institución en torno a la que ha girado la educación de la sociedad en los últimos siglos; y, en segundo lugar, los medios de comunicación social que han ido ocupando paulatinamente un espacio fronterizo con aquella, al masificarse su consumo ciudadano y convertirse en referente del discurso social y político. Esta nueva fase superior del capitalismo, caracterizado por el hiperdesarrollo del sector servicios y del mundo de las finanzas, así como por la hegemonía mundial del modelo económico, tiene en la expansión de la nueva tecnología la principal garantía de su dominio cultural y económico. Frente a esta "economización" de la sociedad y de sus referentes simbólicos, la escuela y los medios de comunicación deben reubicarse como espacios de servicio público, que protejan al ciudadano ofreciéndoles los elementos interpretativos y las estrategias que le permitan desenvolverse en libertad en este nuevo marco. La formación en valores, la veracidad y credibilidad de la información, la divulgación del conocimiento, el respeto a la diversidad, la participación ciudadana, la democratización de la cultura y de la vida pública, etc., son aspectos a los que la nueva escuela y los nuevos medios no deben renunciar. En ello radica su propia supervivencia como instituciones democráticas. A partir de tres ejes fundamentales, la diversidad cultural, la globalización y la democracia, trataremos de dar respuesta a los problemas, retos y desafíos del mundo de hoy en el nuevo contexto de la sociedad de la comunicación y del conocimiento. De ahí que sea imprescindible también hacer referencia a los ámbitos de la educación, la comunicación y la información.
La diversidad cultural es un concepto que ha adquirido especial significado en el actual proceso de globalización por los riesgos de marginalización y desaparición que pueden sufrir las culturas más vulnerables, pese a que dicho proceso también pueda suponer, paradójicamente, unas posibilidades de expresión e innovación inéditas para esas mismas culturas. La diversidad cultural no consiste en la mera existencia de culturas distintas y aisladas entre sí, y por lo general sumidas en un cierto solipsismo existencial, excluyente de la diferencia, sino en la pluralidad cultural como realidad incluyente, que se despliega en un marco abierto de interrelaciones, y, por tanto, de comunicación, y se enriquece en ese proceso. De modo que la defensa de la diversidad cultural no puede ser entendida sin la referencia obligada a la educación y a la comunicación social, sobre todo si queremos hacer compatibles las posibilidades de la globalización con las identidades culturales . En este sentido, hemos de concebir la educación y la comunicación como factores para el desarrollo y la solidaridad de los pueblos.
En octubre de 2001 la UNESCO aprobó un proyecto de declaración sobre la diversidad cultural, en el que la citada institución supranacional asumió el compromiso de defender esta diversidad en un contexto caracterizado por la liberalización a gran escala de los intercambios económicos y comerciales, y por conflictos a menudo atribuidos a las culturas y civilizaciones; factores que están contribuyendo a la disolución del vínculo social existente en el seno de esas culturas. Si las sociedades occidentales comienzan a hablar de diversidad cultural ha sido como respuesta a los problemas que ocasiona la integración de los inmigrantes procedentes de los países menos desarrollados. Este problema no se ha producido cuando los inmigrantes proceden de los países más desarrollados. En esos casos el problema simplemente no existe.
En los últimos años estamos asistiendo a una profunda crisis internacional (el conflicto inacabado de Afganistán, la guerra de Irak, la radicalización de la cuestión árabe-israelí, etc.), que pone en peligro evidente la coexistencia de las culturas, abriendo un abismo al entendimiento y al reconocimiento de las diferencias en la paz. La cultura occidental, de base cristiana, es una cultura mediada. Los medios de comunicación son los agentes principales de la cultura (las industrias culturales) y se sitúan a medio camino entre la sociedad y los acontecimientos, entre la infraestructura y la superestructura del capitalismo, entre la realidad y su interpretación. La representación simbólica que construyen es acorde con el hecho de ser hoy en día la cultura hegemónica y dominante. Al mismo tiempo, la cultura occidental es una cultura en permanente cambio, con una tendencia acusada hacia la desaparición u homogeneización de las culturas locales y regionales, y una integración clara en el plano político y económico.
Por el contrario, la cultura oriental de raíz islámica está basada en la tradición, y en principios y valores que se han transmitido de generación a generación, a través de las escuelas coránicas y de las costumbres y la tradición oral. Los medios de comunicación desempeñan un papel secundario y distinto al del mundo occidental, y están condicionados por los regímenes políticos teocráticos y oligárquicos que se dan en esta parte del mundo, sometidos igualmente a la censura y a la propaganda. Su menor número, y el analfabetismo existente, son factores añadidos a esta situación. Las culturas locales y regionales son muy importantes, entre otras cosas, por la escasa intercomunicación (menor desarrollo de las infraestructuras y los transportes). Existen además grandes diferencias sociales, económicas y políticas en la sociedad y entre las distintas naciones. La televisión árabe Al Jazeera, fundada en 1996, trata, al parecer, de romper el tradicional aislamiento interior de los pueblos árabes apostando por un cierto panarabismo, deseado desde la época de Nasser. Al mismo tiempo que parece estar sirviendo de industria cultural, de visión común de esos pueblos. Además, en el actual estado de la situación internacional su labor resulta controvertida para Occidente. En los últimos años los medios árabes han aumentado su cobertura informativa, especialmente respecto al conflicto palestino-israelí, y a la guerra de Irak.
La situación de permanente incertidumbre internacional que vive el mundo, se ve agravada por los numerosos conflictos locales y regionales que lo azotan, así como por los grandes desequilibrios económicos, la inestabilidad política y las dictaduras existentes en muchos países. Y es mucho mayor desde el 11-S. Esta situación ha provocado una regresión importante en lucha contra la intolerancia, el racismo y la xenofobia. En el marco del foro preparatorio de la Conferencia OSCE sobre Antisemitismo y Otras Formas de Intolerancia celebrado en Córdoba (España), los días 8 y 9 de junio de 2005, el embajador de Eslovenia Ömür Örhun, ha manifestado que "el mundo de hoy y, sobre todo, tras los atentados del 11-S, asiste a un proceso de regresión intelectual, pues se está desarrollando un radicalismo cultural que provoca terrorismo e inseguridad en la sociedad moderna y que está basado en percepciones primitivas del ser humano como el odio" . Este fenómeno no resulta propicio para el fomento de la diversidad cultural, el respeto a la diferencia, y el pluralismo, aspectos sin los cuales no podemos avanzar en una dirección de progreso ético y democrático.
Hablar de diversidad cultural es hablar de pluralidad, y esto tiene que ver con la comunicación intercultural y con el desarrollo de los intercambios culturales. En este sentido, pese a constituir un reto para la diversidad cultural, el proceso de mundialización, facilitado por la rápida evolución de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, crea las condiciones de un diálogo renovado entre las culturas y las civilizaciones. Como señala la UNESCO, el respeto a la diversidad de las culturas, la tolerancia, el diálogo y la cooperación podrían ser los principales garantes de la paz y de la seguridad internacional. A su vez, la libertad de expresión, el pluralismo de los medios de comunicación, el multilingüismo, la igualdad de acceso a las expresiones artísticas, al saber científico y tecnológico y la posibilidad, para todas las culturas, de estar presentes en los medios de expresión y de difusión, deberían ser los garantes de la diversidad cultural. Por otro lado, las políticas que favorecen la inclusión y la participación de todos los ciudadanos garantizan la cohesión social, la vitalidad de la sociedad civil y la paz (UNESCO, 2001b). Para la UNESCO, el pluralismo cultural constituye, pues, la respuesta política al hecho de la diversidad cultural, y es inseparable de un contexto democrático, único propicio para los intercambios culturales y para el desarrollo de las capacidades creadoras que alimentan la vida pública (ibid).
En este sentido, los medios de comunicación tienen la responsabilidad de construir una agenda informativa que incluya las diferentes realidades culturales y sociales. Una agenda informativa, en definitiva, que explique claramente los acontecimientos y proporcione las claves para una adecuada interpretación de los mismos. Que muestre además la riqueza de la diversidad, que abra sus páginas o su tiempo al otro, y que al mismo tiempo se comprometa con los valores democráticos.
La globalización que vivimos presenta a la vez oportunidades y amenazas para la diversidad cultural. Para el Director General de la UNESCO, Koichiro Matsuura, "aquellos que pueden desempeñar un papel activo en los intercambios culturales globales suelen vivir la cultura como un proceso, más que como un producto, y su sentimiento personal de la identidad cultural se convierte en una puerta de receptividad hacia otras culturas (.), pero quienes carecen de los medios de intercambio o de autoexpresión, o quienes viven la globalización como un proceso inexorable y ajeno, pueden replegarse en un sentido muy estrecho de la identidad cultural que rechaza la diversidad. Cuando esta reacción negativa es explotada políticamente, o bien exacerbada por otros factores, la cultura se ve rápidamente en promiscuidad con el conflicto" (UNESCO, 2001ª). Precisamente, derivados de este conflicto al que alude Matsuura, el racismo, la xenofobia, y la discriminación, están conduciendo al mundo a frecuentes y numerosas situaciones de violencia entre pueblos y entre personas. Este fenómeno constituye, en primer lugar, un rechazo al reconocimiento del otro, sin entender que goza de los mismos derechos que uno mismo (ibid). El reto actual consiste en saber cómo tratar los conflictos, la dominación y la injusticia cultural de manera que se pueda promover la convivencia. Entre las recomendaciones de la UNESCO se encuentra la propuesta de que las políticas gubernamentales deberían definir el reconocimiento cultural como un derecho fundamental. Según este planteamiento, la justicia cultural permitiría alcanzar la justicia política, económica y social (ibid).
Probablemente, hoy día uno de los retos principales de la investigación y de la divulgación del conocimiento se encuentre en la cultura, y en particular en el patrimonio. Entre otros ámbitos, el patrimonio puede constituir una fuente de riqueza importante para la sociedad. No sólo en el plano económico, a través de los recursos generados por las actividades relacionadas con el turismo cultural y con su difusión, sino también en el plano más estrictamente cultural y sociopolítico, por los beneficios sociales que una política cultural protectora del patrimonio puede generar en su entorno. El respeto hacia el patrimonio cultural puede ser la mejor manera de fomentar la diversidad cultural. El concepto de patrimonio es, sin embargo, un concepto dinámico. Actualmente, se aboga por un concepto mucho más amplio que el utilizado hasta ahora. En el pasado, el patrimonio cultural se centraba en el estudio de los grandes monumentos y civilizaciones; sin embargo, afortunadamente, los criterios de inclusión han cambiado. En la actualidad, la UNESCO distingue entre patrimonio tangible o material y patrimonio intangible o inmaterial. Para la UNESCO por patrimonio intangible se entienden aquellas "tradiciones que se transmiten oralmente o mediante gestos y se modifican con el transcurso del tiempo a través de un proceso de recreación colectiva" .
Este reconocimiento del patrimonio como constitutivo de realidades muy diferentes nos permite pensar en la necesidad de reconocer de manera expresa el patrimonio mediático como integrante de ese mismo patrimonio general de la humanidad. El patrimonio mediático tiene, además, su propia especificidad. A caballo entre el patrimonio tangible y el intangible, entre la recreación colectiva que se construye en la opinión pública a partir de los mensajes de los medios, y el patrimonio material que representa su conservación física y la de sus distintos soportes tecnológicos. En todo caso, el ámbito patrimonial ha de ser representativo de la diversidad de las sociedades humanas, y ha de ser flexible para poder integrar todas aquellas manifestaciones que expliquen el sentido de la identidad y permitan el reconocimiento de la diferencia. Y cuyo acervo contribuya además a enriquecernos cultural y socialmente.
En un estado democrático, el derecho a la información (o la libertad de expresión, o la libertad de información) comprende tres facultades interrelacionadas: la de buscar, recibir o difundir informaciones, opiniones o ideas, de manera oral o escrita, en forma impresa, artística, audiovisual, o por cualquier otro procedimiento.
En España, el derecho a recibir información reconocido por la Constitución Española es una manifestación específica de un derecho de contenido más amplio . Según Marc Carrillo, la Constitución "no sólo garantiza la libertad de quien la ejerce, comunicando información a través de cualquier medio, sino que también tutela la libertad del conjunto del cuerpo social y de cada uno de sus miembros en conocer lo que otros tienen que decir. Es decir, que los derechos del público no se reducen a la protección del sujeto emisor, y, por tanto, no son monopolio de las empresas de comunicación ni de los profesionales de la información, aunque éstos merezcan especial atención; y que el contenido de la información difundida no puede ser cualquiera ni tampoco obtenido a cualquier precio" (Carrillo, 2000: 402). Además, el derecho a la información es un derecho complejo que se interrelaciona con otras libertades fundamentales, a través de las cuales, y en conjunto, se expresa el derecho básico a la información (libertad de asociación, de reunión, de enseñanza y de cátedra) (ibid). De ahí la importancia de una educación y comunicación democráticas.
Es preciso decir, en primer lugar, que la libertad de información no existe hoy en la mayoría de los países del mundo. Sólo en un tercio de ellos. En el resto, las dificultades para ejercer el periodismo libremente son numerosas (censura, secuestros, cierres de medios de comunicación, etc.). Según Reporteros Sin Fronteras, más de 750 periodistas habían sido asesinados entre 1985 y el año 2000 en el mundo por intentar informar, sin que en el 95% de los casos se haya detenido a los autores. En el año 2000, 56 periodistas fueron asesinados; 329 pasaron por comisarías y prisiones, en las que unos 80 seguían encarcelados; y 510 sufrieron agresiones o amenazas. En ese mismo año, 295 medios de comunicación fueron censurados, suspendidos o clausurados (en: Castelló, 2001) . Estas cifras han ido en aumento en los últimos 5 años. En lo que llevamos de año, según datos del Instituto Internacional de Prensa (IPI), son 35 los periodistas muertos o asesinados en el ejercicio de su profesión .
La afirmación que en 1917 realizó el senador americano Hiram Johnson de que la verdad es la primera víctima de las guerras sigue siendo cierta; y aún más. Como ha escrito recientemente el profesor Vidal Beneyto, asistimos hoy día a "una escalada en la producción mediática de la realidad bélica, que ha llegado al punto máximo y sólo puede conseguirse si desaparece la libertad de informar. Tras el desastre de Vietnam, EEUU llegó a la conclusión de que había que transformar la gestión informativa de la guerra" (Vidal-Beneyto, 2002: 6). Y una prueba de ello fue la Guerra del Golfo. La libertad de expresión y de información tal como se había entendido hasta entonces ha experimentado un cambio cualitativo importante. La guerra del Golfo ya no fue una guerra televisada, aunque probablemente se haya filmado. Del miso modo, el conflicto de Afganistán ha seguido pautas similares de censura y desinformación. Y, curiosamente, tras los atentados del 11S, la propia opinión pública americana parece haber justificado toda restricción informativa.
El derecho a la información es un derecho fundamental, y pese a la complejidad de muchos acontecimientos, el periodismo ha de seguir reivindicando su función social, procurando informar verazmente a los ciudadanos, y en todas las circunstancias posibles, como un derecho que emana de la propia democracia.
La preocupación de las instituciones internacionales por este problema es cada vez mayor. Precisamente, este mismo año 2005, parlamentarios de 40 países del mundo se han reunido recientemente en Ginebra, en la sede de la Unión Interparlamentaria (IPU), organismo que en coordinación con la asociación "Artículo XIX" ha llevado a cabo el "Seminario sobre Libertad de Expresión, el Parlamento y la Promoción de la Tolerancia", durante los días 25, 26 y 27 del pasado mes de mayo.
En la actualidad tienen que sobrevivir nuevas formas de periodismo, comprometidas con los usuarios, y con los valores democráticos. Según Julián Andrade, no existe, sin embargo, ordenamiento alguno que obligue a las autoridades a proporcionar información a los medios y a los ciudadanos que pueda ser de interés público. Por el contrario, habría que lograr una legislación que ampare (no sólo formalmente) el derecho de los ciudadanos a estar informados, y las posibilidades de acceder a toda aquella información que sea susceptible de ser de interés público. "Carecemos por lo general -añade Andrade- de los instrumentos necesarios para mantener políticas informativas claras, que se alejen del rumor y que sobre todo se apeguen a la ética. No existe una sanción jurídica ni pública para los medios que propalan el rumor" (Andrade, 2000: 441). Prevenir la indefensión de los ciudadanos ante la desinformación es una tarea irrenunciable de toda educación democrática en el seno de una cultura y un contexto también democráticos. De lo contrario, estaremos propiciando una cultura de la pasividad que conduce inexorablemente a vaciar de contenido el propio significado de la palabra cultura. Además, el fortalecimiento de la democracia (sobre lo que volveremos en varias ocasiones) no se puede producir sin convicciones sólidas en las mismas instituciones que hacen posible la democracia.
Entre las conclusiones del I Congreso Internacional sobre "Ética en los contenidos de los Medios de Comunicación en Internet", que se celebró en 2001 , figura la "Declaración de Granada". Bajo el epígrafe "La educación en medios de comunicación e Internet como instrumento para el desarrollo de una cultura de paz", esta declaración hace un llamamiento a la necesidad de favorecer la educación para el uso crítico y comprometido de los Medios de Comunicación y de las Tecnologías de la Información y Comunicación, a fin de contribuir a que el mundo sea más justo, solidario y pacífico. Entre las propuestas de esta declaración nos parece conveniente destacar aquí las siguientes:
1. La erradicación de los mensajes que favorezcan la violencia, la intolerancia, el racismo, el fanatismo, la maledicencia y la xenofobia y que atenten por ello contra lo prescrito en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de los Derechos del Niño .
2. La puesta en marcha de códigos profesionales deontológicos que favorezcan la autorregulación ética de los contenidos.
3. El desarrollo de una cultura evaluadora de la calidad educativa de los contenidos mediáticos en la que participen padres, madres, expertos, educadores e investigadores.
4. Fomentar contenidos que fomenten el sentimiento de ciudadanía mundial y resalten acciones de salvaguarda de la libertad, la paz, la solidaridad, el respeto a la vida, la no-violencia, la justicia, el diálogo y la conservación del medio ambiente.
5. La extensión de la Educación en los Medios a toda la población.
6. La investigación sobre Educación en los Medios y la colaboración con las universidades e instituciones nacionales e internacionales en su realización y difusión.
7. Trabajar solidariamente para que los medios tecnológicos y modernos canales de comunicación contribuyan a favorecer el desarrollo sostenible y el despegue educativo (a través del desarrollo de la enseñanza a distancia) y socioeconómico de los ciudadanos del Tercer Mundo (UNESCO, 2001c).
Precisamente, los medios de comunicación por su masividad, como por su impacto, son agentes socializadores no sólo de conocimiento e información sino también de valores. Ello dependerá del emisor, del contenido de los mensajes, así como de la ideología del medio y de la empresa. Ya que los medios no son neutros. Desde el punto de vista socio-educativo, los valores son considerados referentes, pautas o abstracciones que orientan el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona (el bien, la verdad, la felicidad, etc.). Los criterios que asignan valor a las cosas y a las ideas (estéticos, sociales, éticos, la utilidad, el prestigio, etc.) varían con el tiempo. Es precisamente el significado social que se atribuye a los valores uno de los factores que influye para diferenciar los valores tradicionales de los valores actuales. El papel ejercido por los medios de comunicación y por las industrias de la cultura en la socialización de los valores y de los principios éticos, así como en una determinada visión de la realidad, ha sido determinante. Sus efectos, ya inmediatos, ya acumulativos, sobre la sociedad han sido puestos de manifiesto reiteradamente por los teóricos de la comunicación. El efecto más importante se produce a medio y largo plazo, y es de carácter cognoscitivo, actuando "sobre los sistemas de conocimientos que el individuo asume y estructura establemente", y que contribuye a formar nuevas opiniones y creencias (Wolf, 1991: 158). Todo ello se refleja, en lo que Wolf denominó el "patrimonio cognoscitivo de los destinatarios" (ibid: 162).
Si bien la utilización intensiva de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación puede acelerar la homogeneización cultural conducida por los que dominan la infraestructura y el acceso, lo que provocaría la pérdida de las identidades culturales, un uso y aprovechamiento distinto de estas tecnologías permitiría lo contrario. En la Universidad de Michigan (EEUU), por ejemplo, se está llevando a cabo un proyecto destinado a registrar, gracias a la tecnología informática, la cultura de los pueblos indígenas de América, acuñando el concepto de "colectivo digital". Otras experiencias de este tipo tienen que ver con la creación de "cibercomunidades diaspóricas", de grupos esparcidos con intereses comunes en la Web. Éste es el caso de los movimientos asociativos (solidarios, antiglobalización, de derechos humanos, etc.) que están organizados electrónicamente en la red.
Por otro lado, la capacidad de respuesta de Internet ante acontecimientos excepcionales se pudo constatar el mismo 11 S. Su papel como servicio público se puso de manifiesto tras la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York. Parece claro que la red ha cambiado cualitativamente las posibilidades de la información: en la actualidad, hasta el punto de que para estar bien informados hay que acudir a Internet y a la prensa escrita, frente a la televisión que, por el contrario, nos muestra el espectáculo.
La capacidad informativa y documental de la red, y su capacidad infinita de almacenamiento, está teniendo incluso un gran impacto en los museos, preservadores tradicionales del patrimonio, y cuyo acceso sólo era posible acudiendo físicamente al mismo. Las nuevas posibilidades que permite Internet, que posibilitan el acceso a los fondos museísticos volcados en la red, transforman cualitativa y cuantitativamente el acceso a este tipo de patrimonio. Es preciso avanzar en esta línea, diseñando nuevas estrategias que saquen provecho de las tecnologías de la información y reviertan socialmente. Sin embargo, el acceso a las tecnologías es todavía desigual. No deja de sorprendernos la paradoja de que haya países que son ricos en patrimonio y pobres en tecnología, y países que son ricos en tecnología pero pobres en patrimonio. Pese a dicho contraste, algunas iniciativas procedentes de aquellos países nos muestran el aprovechamiento que se puede obtener del uso adecuado de las tecnologías y los recursos existentes, aunque estos no sean muy abundantes. Un ejemplo de este caso puede ser el Museo de la Imagen y la Palabra de El Salvador, al que se puede tener acceso desde Internet, y cuya iniciativa cumple no sólo una función cultural sino también social y política .
La percepción sobre las identidades culturales se refleja a través de cuestiones como los niveles de nacionalismo, las actitudes hacia los inmigrantes, y las opiniones sobre la identidad nacional. Por lo general la mayor parte de los países receptores se pronuncian en contra de la llegada de nuevos inmigrantes, y tienen mejor voluntad para aceptar refugiados políticos. Se suele achacar a los inmigrantes la criminalidad y el paro, y se les reprocha que no contribuyan a la economía nacional, aunque por otro lado se considera que constituyen un estímulo para la aparición de nuevas ideas en la sociedad (cfr. UNESCO, 2001ª). Para Arjun Appadurai, de la Universidad de Chicago (EEUU), es preciso plantearse cómo reconciliar el pluralismo cultural con el Estado-Nación. "En lo que concierne a la cultura -escribe-, la globalización ha introducido por lo menos tres grandes complicaciones (.) Ha intensificado profundamente las tensiones entre migración y ciudadanía; ha exacerbado las políticas nacionales de identidad; y ha intensificado las tendencias preexistentes a la xenofobia nacionalista" (en ibid).
Un ejemplo de esto, y de la complejidad de este rechazo, lo vemos en una investigación sobre educación intercultural llevada a cabo por la Universidad de Almería entre estudiantes de Secundaria de toda Andalucía. Los datos obtenidos ofrecen una conclusión bastante pesimista sobre las posibilidades de la implantación de hábitos de respeto a la diversidad cultural y a la interculturalidad en determinados ámbitos, en este caso referidos a la inmigración y al "choque de culturas". Según recoge el estudio, "el autóctono percibe el choque cultural desde la conciencia de saberse miembro de la cultura mayoritaria. Exigen cambios concretos en los inmigrantes y ven la integración social como un proceso que corresponde exclusivamente a los inmigrantes. El grupo mayoritario apenas debe acercarse hacia los extranjeros. Lo que se pretende verdaderamente es una asimilación" (El País, 2001). Resulta evidente en casos como estos la necesidad de llevar a cabo políticas educativas, culturales y comunicativas que permitan el conocimiento mutuo de las diferentes comunidades y favorezcan el diálogo intercultural y la resolución de conflictos. Como ha escrito Terry McKinley, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, "la diversidad cultural tiene un valor fundamental, pero en realidad lo más propicio para el desarrollo humano es una floreciente diversidad interactiva" (UNESCO, 1999: 328). Para Mayor Zaragoza, una cultura interactiva es una cultura viva, "donde las personas crean, mezclan, adaptan y reinventan significados con los que pueden identificarse" (Ibid). La diversidad cultural como sistema complejo extrae su fuerza precisamente de la diversidad de las comunidades humanas. El proceso de globalización actual ha de evitar la uniformidad y dar paso a la diversidad cultural. Según Lourdes Arizpe, "el miedo a la uniformidad cultural no tiene fundamento, ya que resulta imposible detener el flujo de un río" (Ibid). Desde nuestro punto de vista, el uso que se haga de los medios de comunicación debería ir en esta dirección.
Así pues, las culturas no son comparables en términos exclusivamente culturales. Hay que partir del concepto de culturas diferentes. No creo que se deban hacer comparaciones sino analizar los resultados de la fusión cultural -cuando ésta se produzca-, y comprender el contexto en el que se desarrollan los hechos y productos culturales.
Sabemos que existe interés (y necesidad) de hablar de periodismo y de comunicación social fuera de los foros académicos y profesionales. De hecho los ciudadanos utilizan los contenidos de la comunicación social en sus ámbitos de socialización. Sin embargo, pese a esta familiaridad de los medios de comunicación, que están presentes en nuestra vida cotidiana, podría ser necesario suscitar el debate social en torno a ellos, al igual que se produce para otros aspectos de la vida social (cultura, economía, política, el mundo del trabajo). Inclusive podría tener una gran aceptación y habría una gran participación ciudadana.
La escasa influencia de los mecanismos de respuesta institucionalizada, entre los cuales podemos mencionar a la crítica especializada o a los mecanismos de realimentación directa (cartas al director, llamadas telefónicas a las emisoras de radio y TV de los oyentes y espectadores), es una de las razones del divorcio existente entre medios de comunicación y sociedad. Habría que articular mecanismos que permitieran una mayor interacción real entre emisores y receptores. Las nuevas tecnologías lo permiten técnicamente, ahora falta que los productos periodísticos y comunicativos respondan a necesidades informativas, formativas y de entretenimiento adecuadas al contexto social de las audiencias. Ocurre en muchas ocasiones que las programaciones de los medios se realizan para "audiencias inventadas", o lo que es lo mismo se elaboran a partir de la imagen que los emisores tienen de las audiencias, y no de las audiencias mismas.
No podemos concebir la sociedad contemporánea sin su existencia. E incluso han de ser considerados como instrumentos sociales de referencia democrática. La historia del periodismo está ligada desde la Revolución Francesa a la construcción de la democracia y a la defensa de los principios de libertad y de igualdad (recordemos la función desempeñada en España por la prensa durante la Transición -el parlamento de papel-). Ahora bien, en esta trayectoria esa función de mediación social que realiza el periodismo ha olvidado en muchas ocasiones a los propios ciudadanos.
1. Con las Revoluciones burguesas del siglo XIX se produce el auge del periodismo de opinión, fundamentalmente político. El periodismo al servicio de las elites políticas.
2. Durante la 2ª Fase de la Revolución Industrial, y coincidiendo con el desarrollo del capitalismo financiero, tiene lugar la implantación del periodismo empresarial informativo que va dirigido al gran público, pero que responde a intereses económicos y financieros concretos.
3. Con la actual revolución tecnológica, el acceso de los ciudadanos en los países occidentales a la comunicación se ha generalizado, pero se ha producido al mismo tiempo la mayor concentración empresarial en el mundo de la comunicación, así como el desembarco definitivo en el nuevo hipersector multimediático de sectores bastante alejados del periodismo y de la comunicación social.
Frente a este olvido de los destinatarios, y como contrapartida, la investigación académica sobre comunicación ha evolucionado paulatinamente hacia el descubrimiento del receptor, como destinatario de los mensajes de los medios, y como parte fundamental del proceso de comunicación. Cuando los emisores han tenido y tienen en cuenta los perfiles cualitativos de las audiencias lo han hecho muchas veces con el propósito evidente de la influencia y no de la sugerencia, de la propuesta, del análisis crítico. En este sentido parece fundamental reclamar la mayor calidad de los productos periodísticos, y apelar a su responsabilidad social en el ejercicio de su función de servicio a la comunidad; y, por otro, reclamar una participación más activa de los receptores en el proceso general de la comunicación social. Los destinatarios de los mensajes mediáticos -en tanto consumidores- han de ser tenidos en cuenta por los propios medios.
La pregunta básica que hemos de hacer a los medios de comunicación es cuál es el destinatario de sus mensajes, a quienes van dirigidos. Y, sobre todo, para qué. A veces se olvida que la información y el entretenimiento pueden y deben ser de calidad (y no estamos hablando de elitismo). La profesionalidad está presente a diario en los medios de comunicación, estamos seguro de ello, pero frecuentemente se cae en el estereotipo (en el estereotipo de la audiencia, en su visión reduccionista) y en criterios exclusivamente mercantiles. Ni una ni otra cosa es nueva en la historia del periodismo. La mercantilización de las noticias se remonta a finales del siglo XIX, sólo que a comienzos del siglo XXI este criterio se ha hiperdesarrollado y contamina hoy a la mayor parte de los medios. En un sistema de mercado la libre concurrencia y la competencia son características inevitables e imponen unas determinadas reglas de juego, pero los medios no pueden olvidar que la calidad de la información y de la programación (y hablamos fundamentalmente de contenidos) no debe supeditarse exclusivamente a su rentabilidad económica.
Cuando los ciudadanos se exponen a los medios lo hacen para obtener una serie de gratificaciones (cognitivas, afectivas, de evasión, de integración social, etc.). De ahí la importancia de conocer las necesidades de los receptores, y no considerarlos exclusivamente un número para las estadísticas de audiencia.
En la actualidad, sin embargo, la pluralidad que garantizan teóricamente los medios está dejando paso al pensamiento único de los grandes monopolios de la información. La aldea global es cada vez menos plural, y también menos crítica. Lo que favorece la extensión universal de un pensamiento único, pero también vacío, que fomenta la pasividad, y que no está interesado en la formación crítica de la sociedad civil. Probablemente la comunicación local y regional, más cercana al ciudadano, recupere un nuevo discurso y se convierta en eco de sus preocupaciones concretas. En cualquier caso, la lectura y la mirada crítica de los medios de comunicación aparece como una necesidad perentoria, y será síntoma inequívoco del mayor nivel cultural de los ciudadanos, de una mayor conciencia de participación ciudadana, pero también de una democracia más fortalecida, y, por ende, de unos medios de comunicación también más sólidos, plurales y democráticos.
Toda campaña que trate de crear ciudadanos críticos debe iniciarse en los centros educativos, para hacerla extensiva al resto de la sociedad mediante los medios de comunicación, ya que éstos ocupan indudablemente un espacio importante en la divulgación del conocimiento y en el aprendizaje social. Habrá más lectura de periódicos cuando haya más lectura general, cuando los estudiantes y los ciudadanos vean en la lectura una herramienta para su propio aprendizaje. Un consumo crítico de la información redundará positivamente en los propios medios, porque la nueva relación que se establezca entonces entre el lector y el periódico, o entre el espectador y la televisión, redundará también en la mejora cualitativa de los medios que se verán obligados, al ser interpelados por el ciudadano, a aumentar sus niveles de exigencia y de capacitación. Porque también los medios han de replantearse su cometido en una sociedad más justa y más democrática. Ellos son notarios de la realidad, y preservan con su presencia la pluralidad democrática, pero han de ajustarse a los límites de la ética, del derecho y de la profesionalidad, a que no todo vale con objeto de vender, a que el producto que ofrecen no es como otros que se rigen por reglas estrictamente comerciales; y que ese es precisamente su gran valor, su contribución al mantenimiento de la sociedad democrática. Además los consumidores críticos serán más y mejores lectores/espectadores y por tanto incrementarán la demanda (otro tipo de demanda) pero parece que hoy por hoy el beneficio inmediato impide a los editores y productores desviar sus intereses mercantiles en una dirección más formadora.
Escuela y medios han de contribuir a formar a los ciudadanos en el hábito del consumo crítico. Es la convergencia en un espacio común -la educomunicación- lo que permitiría el éxito de iniciativas como éstas, que contribuyen directamente a generar una conciencia ciudadana distinta, más participativa e implicativa. En el caso de la formación de lectores, enseñándoles a que interioricen la gratuidad de la lectura, sin la cual no hay hábito lector; fomentando la lectura desde los primeros cursos en las escuelas, iniciando a los alumnos en el consumo crítico de la prensa escrita de manera lúdica; o, en el caso de la televisión, fomentando un consumo crítico de este medio y del resto de los medios audiovisuales, puesto que un lector crítico será también un espectador crítico.
Se trata de vertebrar la sociedad civil y de fortalecer la democracia mediante una educación crítica. En esta tarea, las instituciones públicas no pueden estar para satisfacer únicamente los intereses mercantiles de las empresas periodísticas. Tiene que haber algo más como contrapartida. Y estamos seguros que los medios sabrán dar respuesta a ello, porque la dignificación de los propios medios, y su reubicación en una sociedad en desarrollo, pasa precisamente por iniciativas como éstas, en las que demuestren que la función tan importante que realizan se traduzca en la mejora cualitativa de la vida de los ciudadanos en el marco de una sociedad más justa. Porque, en definitiva, formar lectores críticos es crear ciudadanos participativos.
Habría que analizar las razones del fracaso del desaparecido Programa Prensa Escuela del MEC para encontrar, entre otras razones, las que se derivan del divorcio que sigue existiendo entre las empresas de la comunicación, la asociación de editores de diarios españoles (AEDE) y la escuela y los educadores (en un sentido lato). La lectura crítica en la escuela tampoco ha avanzado mucho, pese a que son numerosos los profesores desde los primeros años 80 preocupados por esta cuestión, y son muchos los maestros, profesores de secundaria, psicólogos y pedagogos interesados en la lectura crítica de los medios de comunicación, a la que se han dedicado muchas páginas de reflexión en revistas científicas. Por qué sigue siendo escaso o ninguno el interés de las empresas periodísticas por introducir los medios en las escuelas, y colaborar con los profesores en tareas de formación, perfeccionamiento, reciclaje, etc.
Queramos o no, los medios ocupan indudablemente un espacio muy importante en la divulgación del conocimiento y en el aprendizaje social, así como en la posibilidad de que la sociedad comparta conocimientos (el conocimiento socialmente compartido); sin embargo, la escuela sigue siendo un buen instrumento para la formación de los ciudadanos, aunque le toque a la escuela replantearse su cometido. Pero para que se produzca la necesaria colaboración, es necesario que los medios conozcan y valoren su dimensión formativa. Como pusieron de manifiesto Waples, Berelson y Bradshaw (1940) leer (sobre todo referido a la lectura de prensa) es un acto que tiene una influencia social siempre que responda a las preguntas de determinado grupos, de forma que incida sobre sus relaciones con otros grupos sociales. Desde ahí pasando, entre otros, por Lasswell (1948), que explicitó las funciones principales de la comunicación de masas; Berelson (1949), que determinó las funciones de los periódicos que los lectores señalaban como las más importantes; Wright (1960), que añade la función de entretenimiento; y Katz, Gurevitch y Haas (1973), quienes establecen las cinco necesidades que satisfacen los medios (cognitivas, afectivas-estéticas, integradoras de la personalidad, integradoras a nivel social y de evasión).
Los medios no pueden secuestrar a la opinión pública, sino orientarla en una dirección formadora. Los consumidores deben elegir libremente pero con juicio, y esa elección tiene que venir favorecida también desde los medios, y no solo desde la institución educativa. No podemos consumir una programación televisiva que consideramos basura, y lamentarnos al mismo tiempo por ello. Hay quienes apuntan que tenemos los medios que nos merecemos, y que la programación y los contenidos de algunos de los medios audiovisuales son los que las audiencias demandan. Considero, sin embargo, que si los medios, sobre todo los de titularidad pública, apostaran por contenidos de mayor calidad no sólo serían vistos igualmente por las audiencias, sino que ello repercutiría en la mejora de los propios medios y, por supuesto, en la formación de los ciudadanos.
Entre tanto se produce esa colaboración y convergencia entre los medios y las instituciones educativas, en pro de una sociedad más capacitada para enjuiciar, valorar e integrar los contenidos y las ideas que configuran nuestra mentalidad colectiva, parece necesario que las instituciones públicas y la escuela sigan promoviendo campañas de fomento de la lectura, de lectura crítica, y de análisis de la imagen, de mirada crítica. Pero al mismo tiempo los medios han de apostar por una comunicación y un periodismo de calidad, formativo, transparente, documentado y, como apuntaba recientemente el premio Nobel portugués José Saramago, de reflexión. Sólo así será más democrático.
La manifestación más palpable de la "sociedad de la información" es, sin duda, la circulación infinita -por vías cada vez más numerosas- de flujos de información, y de contenidos que moldean el discurso social. Convertir esa proliferación de informaciones y contenidos en conocimiento (y no sólo en materia prima de la nueva economía) es un reto de las sociedades desarrolladas y tecnificadas. La mejor manera de hacerlo es mediante la divulgación de ese conocimiento implícito por parte de los propios medios. Cada vez es más necesario que periodistas, educadores y expertos cooperen en tareas de divulgación social. De lo contrario, sociedad de la información y sociedad del conocimiento serán conceptos ajenos e, incluso, antitéticos. La producción de contenido simbólico y la apropiación social de ese contenido han de llevarse a cabo teniendo en cuenta las necesidades de los destinatarios, de manera que los flujos de información y de contenidos que circulan en la sociedad reviertan en la mejora de la sociedad (social, cultural y políticamente hablando), y no sólo en las empresas (sector productivo) que controlan esos flujos masivos (al transformar un saber en otro saber y obtener un rendimiento económico). La sociedad de la información daría así paso a la sociedad de la formación (a través de la información y de la transferencia de conocimientos). En definitiva se trataría de gestionar el conocimiento socialmente compartido, de modo que las tecnologías que lo facilitan permitan resolver sus propios desafíos cognoscitivos .
El comunicador, el periodista y el profesor han de ponerse al servicio de la socialización de un conocimiento democrático. Además de una interpretación precisa y documentada del presente, resulta cada vez más importante releer el pasado a la luz de las exigencias democráticas de dicho presente, sin menoscabo alguno del rigor histórico. Es la historia reciente la que con gran énfasis hemos de recuperar, por ser nuestro inmediato antecedente, porque forma parte de nuestra experiencia vivida. El pasado reciente es nuestra historia vivida. Es preciso releer en clave democrática ese pasado, plagado como ha estado de acontecimientos cruciales para la Humanidad, y que eran, desde el mismo momento en que se producían, acontecimientos potencialmente históricos. El futuro del periodismo y de los medios de comunicación pasa también por el conocimiento de su historia, y de la historia general. No hay democracia sin memoria, como tampoco hay democracia sin verdad, sobre las que debe asentarse el futuro. Estamos convencidos, desde una perspectiva crítica, pero favorable a la integración curricular de los medios de comunicación, de que la recuperación del pasado es necesaria para construir una sociedad democrática Y que su fortalecimiento tiene que ver, sin lugar a dudas, con una memoria histórica viva. Parece claro, pues, que la escuela y los medios en la sociedad democrática han de contribuir a su fortalecimiento, como vehículos transmisores de valores y socializadores del conocimiento; sin embargo, no lo es menos que, para que esto sea posible, tanto la escuela como los medios de comunicación han de ser instituciones de referencia democrática.
Las nuevas tecnologías permiten avanzar en esta dirección. La digitalización de la comunicación posibilita la gestión de la memoria documental colectiva. Esta memoria digital, que la aparición de Internet ha propiciado, permite almacenar muchísima información. De ahí la importancia de los archivos sonoros y audiovisuales y de las hemerotecas digitales en la red.
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Revista teórica del Departamento de Ciencias de la Comunicación y de la Información
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Universidad de Playa Ancha
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