Resumen: Las nuevas tecnologías y la globalización nos proponen "nuevas fronteras" que nos comunican muy fácilmente con el "más allá" pero nos alejan de nuestros vecinos. Las universidades, refugio de la racionalidad, seducidas por la tecnología y el cientificismo, se enajenan y aceptan el desafío en "cancha ajena", congelando a sus estudiantes en stand by y privándolos de la fundamental orientación hacia una relación dialéctica, participativa y creativa con la sociedad a la que se deben.
Palabras Clave: Universidad, ciudadanía, comunicación, tecnología, juventud, ciudad, estudiante universitario.
Todos los países iberoamericanos tienen particularidades que los caracterizan y dentro de sus propios territorios tienen también sus propias diferencias y contradicciones. Esto valga para señalar que las universidades aquí reunidas y las muchas que no están presentes, reflejan también la diversidad de los países que representan. Quiero decir con esto que, si bien voy a hacer reflexiones que pretenden generalizar el problema de la participación universitaria en la construcción de la ciudadanía, no necesariamente a todas les calza en la misma medida. Cada una podrá hacer su propio juicio al respecto. En todo caso habrá quienes encuentren, si no en todo, algunos puntos en común con los que identificar a sus propias universidades.
No obstante, me parece interesante señalar el origen común de la institución universitaria que, hace quinientos años, mediante un proceso de trasplante, vino a ofrecer a los criollos de América lo que los españoles ya tenían en Salamanca.
Es importante insistir en este aspecto del origen de las universidades porque, cuando las universidades aparecen en el escenario para satisfacer los reclamos de los criollos, es decir, españoles nacidos en estas tierras de América, dejan al margen del proceso a las grandes mayorías autóctonas. Este estigma, este pecado original, sigue presente en la actualidad especialmente en los países con alto porcentaje de población indígena y mestiza, porque forma parte del panorama que divide culturalmente a nuestras sociedades entre lo que, de manera muy general, podemos calificar como cultura de élite por un lado y cultura popular por el otro.
Desde esta posición, la élite cultural se erige en propietaria de la cultura y ejemplo a imitar, imponiendo una racionalidad acrítica en la que la acumulación de información es requisito sin el cual no es posible ser reconocido como miembro respetable de la sociedad. Con los ojos puestos en Europa y luego en su extensión, los Estados Unidos, asumimos la racionalidad científica como soporte de un progreso que, en el proceso de trasplante, nos pone de espaldas a nuestra realidad, quiebra la vida cultural y la divide en dos vertientes que hasta hoy no encuentran la necesaria integración.
Es en este contexto donde la universidad interviene, aislando a los jóvenes de su medio social para someterlos a un proceso en el que se les inculcan teorías para aplicar a nuestra sociedad, pero donde no se aprende a teorizar a partir de nuestra realidad.
El otro aspecto que debemos considerar es ponernos de acuerdo en qué entendemos por ciudadanía. Hay muchas definiciones y yo me permito proponer una que he encontrado en la web y que me parece bastante cuerda: El concepto de Ciudadanía sintetiza el conjunto de principios, valores, actitudes y modos de conducta a través de los cuales las personas se reconocen como pertenecientes a una comunidad, ubicada en un espacio geográfico, sujetas de derechos y obligaciones y con capacidad de influencia o de representación en el gobierno y/o en la conducción de la sociedad.
Sin embargo, según el particular punto de vista desde el que se la proponga, la idea de ciudadanía puede tener características muy distintas. Por ejemplo:
. Desde la psicología: el sentimiento de pertenencia por el que el hombre se siente integrado a la vida ciudadana;
. Desde la sociología: por el ejercicio de derechos y obligaciones que hacen posible su vida en sociedad;
. Desde la historia: por la residencia ancestral y la tradicional participación en el poder socioeconómico;
. Desde la geografía: por compartir un espacio territorial políticamente organizado;
. Desde la etnología: por el uso común de formas, valores y costumbres;
. Desde la jurisprudencia: por haber alcanzado la mayoría de edad legal;
. Desde la filosofía: por el pensamiento trascendente de un sentido/destino común;
. Desde la lingüística: por compartir el uso y la evolución de un lenguaje;
. Desde la antropología: por lazos familiares u origen racial de los habitantes;
. Desde el urbanismo: por la forma y destino del uso de los espacios públicos;
. Desde la semántica: por compartir símbolos y significados emblemáticos;
. Desde la economía: por la participación en el mercado;
. Desde la política: por el ejercicio del voto;
. Desde la comunicación: por la red de relaciones interpersonales
Podríamos seguir con la lista, interrelacionar las proposiciones, cuestionarlas y discutirlas, pero voy a detenerme para reflexionar sobre la última alternativa, en cuanto se refiere a la comunicación entre los miembros de una comunidad que vive en un sistema más o menos democrático.
El concepto de ciudadanía legado por Europa, se ha entendido como algo otorgado, algo que alguien da y otro recibe. Históricamente, en nuestros países, para obtener el status de ciudadano era necesario ser propietario, saber leer y escribir, nacido en el país, tener una edad determinada, practicar la religión católica, etc. Esto significa que desde el poder se establecen las condiciones y los requisitos que deben satisfacer quienes aspiran a influir o alcanzar instancias del mismo poder. Hoy los requisitos se han ido flexibilizando, pero siempre dentro del marco de un derecho que se otorga y no del resultado de una práctica que se ejerce.
Esto nos lleva a pensar otra forma de ciudadanía, constituida por hombres y mujeres que, según sus posibilidades, actúan sobre la ciudad, aúnan criterios, integran voluntades, unifican voces, que se incorporan a procesos que dan vida y carácter a la ciudad y su gente, que comparten formas y costumbres, que participan de diversa forma en el mercado, habitan un espacio común y que influyen en mayor o menor medida sobre el destino de la ciudad. Esta ciudadanía, que no necesariamente detenta el poder, está sostenida en un sistema de relaciones y comunicación que se organiza alrededor de intereses y valores compartidos. Es en este espacio donde los procesos de comunicación se concretan, donde encontramos al vecino, al prójimo, y nos reconocemos en él como en un espejo.
Un poner en común con el vecino para orientar la acción también común.
Pero este proceso no se puede idealizar. La realidad es mucho más complicada. Tomemos el ejemplo de Guayaquil: la heterogeneidad sociocultural de la población de Guayaquil la podemos deducir de su composición étnica, según se han autodefinido sus habitantes en el último censo de 2001
. Mestiza 1.415.000
. Blanca 375.000
. Mulata 94.000
. Negra 60.000
. Indígena 28.000
. Otros 13.000
Si a este aspecto agregamos que la población de Guayaquil se ha triplicado en los últimos treinta años -de 800.000 habitantes que tenía hacia 1974, hoy tiene más de 2.000.000- y que la cuarta parte de éstos no son nacidos en la ciudad, nos enfrentamos a una población caracterizada por la diversidad y las contradicciones. Tiene más de dos millones de habitantes, pero no más de 200.000 ciudadanos, gente que usa, vive y piensa la ciudad.
Gran parte de la población tiene su origen en la migración interna, básicamente campesina, que viene de recintos y pueblos donde las condiciones de supervivencia son sumamente difíciles. Establecida precariamente en la periferia urbana, carece de un sistema de relaciones personales que pueda integrarlos satisfactoriamente a la ciudad. Generalmente ocupa terrenos públicos o privados mediante "invasiones" y asume la posesión de facto. La relación con la ciudad y otros actores sociales queda mediatizada por los líderes barriales que gestionan la titularidad de los terrenos ocupados, proceso que comúnmente termina en confrontaciones con los antiguos propietarios y la autoridad. La dispersión de los asientos suburbanos, la inestabilidad laboral, la inexistencia de un eficiente sistema de transporte de pasajeros, la falta de información oportuna y la incomunicación con el gobierno de la ciudad y sectores representativos, generan sentimientos de abandono, aislamiento y desamparo que empujan al individuo a asumirse solo y desentenderse de los demás. Las consecuencias son el desinterés, el desorden, la violencia y la desintegración social.
Si pensamos que el ciudadano realiza actos comunicacionales de resistencia o participación en este nuevo panorama urbano de agudas contradicciones, cabe preguntarse cómo y con quién realizan estos actos de relación el habitante de Guayaquil.
"La comunicación consiste en modelar mutuamente un mundo común" (Mucchielli, 1998), y la ciudadanía entendida como proceso comunicacional no es otra cosa.
Esta es la diferencia entre habitante y ciudadano. La dialéctica de la comunicación entre él y la ciudad, entre él y la gente de la ciudad, es lo que marca la diferencia. El ciudadano comunica, pone en común, de diversas formas y por diversos medios, su pensamiento y acción sobre la ciudad.
La cuarta parte de los habitantes que tiene la ciudad oscilan entre las edades de 18 a 29 años; de éstos, cerca de 100.000 están vinculados a las universidades, y de estos el 53% desciende de padres nacidos fuera de Guayaquil. Sólo el 28% tiene a ambos padres nativos de la Ciudad. Estos jóvenes que representan casi el 5% de la población total de la ciudad están en manos de las universidades para ser orientados y relacionados adecuadamente.
Si tenemos en cuenta que la población de la ciudad ha aumentado de poco más de 800.000 habitantes en 1974 a más de 2.000.000 en la actualidad , es decir un 150 por ciento en un período de 30 años, podemos suponer lo conflictivo que resulta la integración de los habitantes a un proceso de ciudadanía.
La categoría etaria que corresponde a lo que llamamos jóvenes, no ha sido bien definida. La Ley de la Juventud, sancionada en Ecuador, la fija entre los 18 y 29 años, aunque en general se los confunde con adolescentes o con adultos. Sin embargo, se trata de una bien definida etapa en el desarrollo psicosocial que se caracteriza por
. el alejamiento de la relación intrafamiliar,
. la búsqueda de recursos económicos propios,
. la conformación de una pareja estable.
Es la edad en que el joven accede y desarrolla su vida universitaria: el 90% de los estudiantes universitarios oscilan entre 18 y 29 años de edad. Es el momento de afirmación personal, de mayor creatividad y de mayor necesidad de relaciones sociales.
Vista así la situación, los jóvenes se ven enfrentados a múltiples problemas:
. carencia de apoyo social,
. desestabilización por la emigración,
. difícil acceso a estudios superiores,
. dificultades para lograr un trabajo estable y bajas remuneraciones.
. riesgos relacionados con la salud sexual: enfermedades, embarazos precoces, abortos.
. falta de programas sociales específicamente orientados hacia los jóvenes.
A los problemas señalados precedentemente debemos agregar los que se presentan al joven dentro del ámbito universitario.
. muchos deben enfrentar la paternidad o maternidad durante el curso de sus estudios,
. otros deben resolver las dificultades de ajuste entre tiempos de estudio y trabajo,
. en muchos casos se enfrentan a docentes con serias deficiencias pedagógicas,
. las diferencias socioeconómicas crean condiciones distintas para el acceso al conocimiento,
. el título universitario no garantiza la inserción en el mercado laboral.
Generalmente el estudiante asume la Universidad como una instancia para ascender en la escala social y así desprenderse del lastre de sus orígenes. Sean éstos campesinos, proletarios o empresariales, en todos los casos la Universidad le otorgará una identidad que le permitirá emerger en el medio social en que se mueve y así establecer una distancia entre "él" y "los otros". La ciudad con la que debería relacionarse y reconocer las oportunidades que le ofrece su gente, aparece como un desierto enigmático y ajeno. Muchos culminan su carrera sin conocer de la ciudad más que el trayecto de su casa a la universidad.
¿Cómo se relaciona el joven con su ciudad? ¿Cómo vive su ciudad? ¿Cómo la piensa? Una sociedad polarizada en lo social, lo económico, lo urbanístico, llena de contradicciones y conflictos sin resolver, plantea la necesidad de un nuevo enfoque a la relación de la ciudad, su población y los jóvenes.
¿Por qué decimos "esta ciudad" y no "mi ciudad", "nuestra ciudad"?
La universidad se suma al proceso educador considerando a los jóvenes como receptáculos vacíos a los que hay que llenar con conocimientos. Y de esta manera incorpora dentro de sus murallas a miles de jóvenes que sustrae de la sociedad con la promesa de integrarlos a la élite del prestigio social. Todo el proceso de comunicación se anula y apunta a aislar al joven para someterlo a un cúmulo de información, vertical, que eufóricamente llamamos educación.
Desde esta perspectiva, hoy se asumen las nuevas tecnologías como el instrumento idóneo para la formación de nuestros jóvenes. Son el recurso más rápido y eficiente para "educar", y se deposita en ellas tanta confianza que llegar a dominarlas constituye en sí mismo un objetivo para alcanzar las máximas cotas de "educación". Sin embargo poco se reflexiona sobre que los nuevos recursos de la información facilitan nuestra comunicación con el "más allá", pero nos alejan del vecino.
Puesto que este es el contexto desde el cual vamos a especular, lo primero que se me ocurre es cuestionar lo que se ha dado en llamar el "poder de seducción de las nuevas tecnologías" y ponerlo en los términos de "poder de enajenación", porque si bien la seducción existe, esta nos lleva a pensar los procesos desde la visión "ajena".
Hay conceptos que se ponen de moda durante un tiempo hasta que el sistema los agota. La globalización es uno de ellos. Junto con las nuevas tecnologías se nos quiere vender un mundo controlado por superpoderes de los que no podemos evadirnos. El tema, que tanto ocupa a los estudiosos de la realidad actual, no es nuevo. Quien se detenga un momento a reflexionar sobre la historia de la segunda mitad del siglo XIX, para no retrotraernos hasta la invención de la imprenta, encontrará que con la fotografía, el telégrafo, el avión, el teléfono, la radio y el fonógrafo ya el mundo había cambiado notablemente; esto de pensarlo como una totalidad es historia vieja. En el siglo XX se lo llamó imperialismo.
Hoy, desde distintas posiciones filosóficas, se levantan voces que reclaman la necesaria prevalencia de la formación cívica sobre la educación científica. Si nuestros mejores técnicos y científicos se forman en el desarraigo, están destinados a engrosar la fuga de cerebros cuyos conocimientos fructifican en otros países. Las universidades no deberían preocuparse tanto por las tecnologías destinadas a preparar profesionales y dedicarse más a hacer ciudadanos a través de las profesiones.
No se trata de crear nuevas asignaturas. La ciudadanía es una práctica que no se aprende en los libros sino en el libre ejercicio de las relaciones ciudadanas. Ni la cátedra de Materialismo Histórico en la Universidad de Guayaquil ni la de Teología en la Universidad Católica formaron mejores socialistas ni mejores cristianos. Más informados sí, pero no necesariamente mejores. Sólo se puede construir un ciudadano vinculando activamente al joven con la ciudad y su gente.
La llamada "globalización" plantea la necesidad de respuestas locales novedosas; la Universidad ha asumido mejorar la enseñanza como respuesta a la "globalización" y para ello se ha manifestado preocupada e interesada por las nuevas tecnologías. Sin embargo esto la lleva a asumir la confrontación con las reglas del juego ajeno que se le impone, alejándola cada vez más de su responsabilidad de relacionar al joven con la ciudad y contribuyendo a su aislamiento. La Universidad sigue tratando al joven como un marginal, como en stand by, y no hace lo suficiente y necesario por atender al joven en sus necesidades como ciudadano.
La universidad debe encontrar mecanismos creativos, originales e idóneos, que contribuyan al encuentro de sus estudiantes con otros actores sociales en procesos participativos e integradores. "No somos subdesarrollados con relación a Europa, sino con relación a nuestras potencialidades" (Cáceres, 1999)
El problema es que este "desplazamiento de fronteras" al que alude la convocatoria a este encuentro, nos acerca al más allá pero nos aleja del vecino a quien no otorgamos la necesaria atención. En este contexto, las universidades no pueden asumir la formación de profesionales abandonando la de su integración con el medio territorial. No pueden preparar profesionales para que se distancien de los vecinos.
Cuando el fin se ha desviado hacia el manejo de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento, la sociedad, la nuestra, no ha sido capaz de generar, de inventar, una respuesta adecuada.
Esta construcción es posible en cuanto se creen procesos de comunicación dialógica, no solamente informativos, donde adquiera importancia fundamental la comunicación interpersonal como una respuesta a la globalización.
Es que no hay verdadera comunicación sino a nivel de receptores. Cuando éstos, en una relación dialéctica de perceptores y emisores a la vez, transforman el intercambio de información y actúan en consecuencia. En la afirmación de la comunicación entre los habitantes se construye la ciudadanía. La comunicación horizontal, la relación entre los habitantes, es lo que crea condiciones de coparticipación en un destino común.
La condición de ser integrado, relacionado, con la vida social, debe estar en la base de toda formación científica, técnica o humanista. Es notorio que funcionarios, dirigentes, administradores, empresarios y profesionales son realmente eficaces cuando a su preparación personal unen un círculo de relaciones que les permite trascender.
Las experiencias que dieron al traste con las pretensiones de reelección del gobernante Partido Popular en España y que en Ecuador movilizaron grandes sectores de la población que derrocaron al último presidente fueron, en buena medida, consecuencia de la rápida comunicación horizontal entre la gente del estado llano que, más allá de todo cálculo, hicieron uso del chateo y los mensajes celulares.
Para terminar, quiero traer aquí las palabras de Luna Tobar quien, con oportunidad del Congreso de Cultura y Universidad celebrado en Guaranda en 1999, se preguntaba si las universidades están preparando empleados o personas. No deja de ser emocionante que coincidamos, él ferviente católico y obispo y yo desde mi ateísmo, en denunciar esta necesidad de que las universidades revean su relación con los estudiantes y el medio social porque, preocupadas por dar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible, han descuidado lo que debe estar en los cimientos de toda su filosofía: la integración ciudadana.
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1 Licenciado en Comunicación Social y con Estudios de Cinematografía en la Universidad de Córdoba (Argentina). Ha ejercido docencia en fotografía, cine, guión y televisión en diversas universidades. En 1976 se radicó en Ecuador, país donde se desempeña como profesor de Animación Cultural y Fotografía en la Universidad de Santiago de Guayaquil y tiene a su cargo tres Talleres de Televisión y tres Seminarios de Cine en la Universidad de Guayaquil. Es autor de El nosotros (2003) donde recoge su experiencia en la cátedra de Animación Cultural.
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Revista teórica del Departamento de Ciencias de la Comunicación y de la Información
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