Reseñas - Revista F@ro Nº 11
De la Comunicación Disciplinaria a los Controles de la Comunicación
Rodrigo Browne Sartori (2009)
La antropofagia como transgresión cultural.
Sevilla
Editorial Alfar
el tradicional miedo a la guerra ha sido sustituido
por el miedo ante la falta de seguridad.”
Ryszard Kapuściński, El mundo de hoy.
Caminar por la calle es un momento de exposición. No sólo evidentemente pública, al encontrarse en el camino con quienes viven en la ciudad, sino por los cientos de cámaras donde queda atrapada la imagen de quien se mueve delante de ellas. Así mismo, todo edificio que pretenda seguridad para quienes trabajen o circulen en él, debe ofrecer la vigilancia de sus pasillos, ascensores, salas y hasta servicios higiénicos.
En otro ámbito, la rutina laboral de un porcentaje importante de población, demanda la revisión del correo electrónico a primera hora de la jornada o su reporte permanente a través de redes sociales de Internet.
Si bien la mayor parte de la población del planeta no tiene acceso a herramientas tecnológicas de comunicación a distancia, los mecanismos del mercado son misteriosos y diversos, alcanzándoles y transformándolos de igual modo en sujetos tanto de mera observación, hasta seres sometidos a diferentes formas de disciplinamiento y control (evangelización, creación de nuevos estados, censos para la aplicación de políticas públicas y sociales, etc.), lo dice Browne: “Es el momento de la vigilancia social”.
El autor identifica históricamente la instauración de estos mecanismos de coerción social en la modernidad y los describe:
“La idea es ejercer un mecanismo 'antinomádico' que tiene como obsesión -representada en la escuela, el tribunal, el asilo o la prisión- no solamente reducir a quienes atentan contra el interés común, sino encausar lo que en ese equilibrio social imperante se considera como desviado o anómalo” (Browne, 2009: 32).
Inmersa en este sistema, la sociedad se construye con la necesidad de pertenecer a estos entornos de control y sobresalir en ellos como un buen ciudadano, estudiante, paciente, cliente, usuario, funcionario.
Browne introduce en este contexto a el Otro, aquél o aquella que se posiciona como desobediente social al trasgredir normas penales (más que morales), por lo tanto “...agravia a la sociedad, le produce daño, la altera, es una incomodidad para ésta pues disloca sus normas exactas y establecidas. Por tanto, el criminal se torna un enemigo social, un desobediente social” (Browne, 2009: 33).
Hablar de los mecanismos del mercado no tiene que ver sólo con un acercamiento a la relación del sistema económico con la figura de un ser todopoderoso y omnipresente, sino con su aplicación práctica en el terreno de la sumisión de hombres y mujeres a sus mecanismos de consumo, que tienen directa relación con el ejercicio del poder, su vínculo con la comunicación y por ende, la trasformación de los sujetos sociales en funcionarios no sólo de las empresas que los emplean, sino de un sistema que moldea hábitos y guía pensamientos y acciones, más allá de lo racionalizable.
“El control entre hombre-capital, el engranaje entre aumento de los grupos humanos y la extensión de fuerzas productivas, la distribución diferenciada de la riqueza fueron resultado, en gran medida, de la implantación, en sus múltiples formas y signos, del biopoder” (Browne, 2009: 46).
El texto se plantea, por tanto, como una crítica abierta y precisa más allá de la revelación de una situación abarcable incluso desde fuera de la teoría. Como una crítica a la pasividad frente a la normalización. Propone una discusión sobre los controles ejercidos a los cuerpos, sobre los procesos de sometimiento y adoctrinamiento cobijados en la supuesta búsqueda de su seguridad y bienestar. Invita a una reflexión activa sobre las relaciones de poder presentes en el triángulo “soberanía-disciplina-gestión gubernamental” (Browne, 2009: 51) propuesto por el autor.
La segunda parte del libro se centra en el tránsito hacia los controles de los medios de comunicación. Se presentan las diferencias entre imperialismo e imperio y se muestra cómo el imperio dibuja fronteras, las borra, redibuja y sobrepasa constantemente, a su antojo, aún sin necesitar de ellas.
Este imperio tiene como armas a las tecnologías de la información, que desde el punto de vista de los autores citados por Browne (Deleuze, 1990; Virilio, 1988 y 1990) promueven una adhesión inconciente e irreflexiva a los mecanismos de control que facilitan el engranaje al consumo indiscriminado que sustenta al imperio.
Son mecanismos de control a los que organismos y organizaciones acceden voluntariamente, cediendo aquellos datos que alguna vez fueron considerados privados. A través de las tecnologías de información y comunicación se pierde la intención de resguardo de cualquier información. La inmediatez del traspaso y la puesta en común es superior al deseo de reflexión y maduración de alguna idea.
“La influencia imperial abarca todos los rincones del orden social y posee la virtud de no detenerse en un territorio o en una población específica. La influencia imperial tiene la opción y la fortuna de ir generando, de acuerdo a sus conveniencias, el mismo modo en el que circula y subsiste. El imperio no solamente ordena las relaciones humanas, sino que además pretende gobernar la misma naturaleza del hombre. En consecuencia, su objetivo prioritario es controlar la vida social en todo su esplendor: el imperio es la forma perfecta del biopoder” (Browne, 2009: 75).
Las redes sociales se transforman en un estandarte para ejemplificar la pérdida de importancia de la privacidad, que es transada por la inmediatez en la obtención de información y la aparición pública.
El cuerpo pierde valor. Su imagen es transportada en bits hacia todos los rincones y vista por quien desee acceder a ella. Este tipo de poder se realiza por el placer de poseer información sobre un Otro, número, bit, ya no cuerpo.
La comunicación mediada sí colabora en esta invisibilización, en el ejercicio de poder de unos pocos sobre muchos, quienes no perciben riesgo alguno en su exposición total, consumiendo y dejándose consumir por el imperio.
Browne argumenta la posibilidad de utilizar la comunicación mediada de manera dialógica, como un nuevo espacio que resulte en un escape a partir de la "re-visión" de los sistemas de comunicación.
Francis Pisani y Dominique Piotet (2009) aseguran que la reflexión debe realizarse desde las redes, ya que en ellas se tiene la misma posibilidad de llegar a los usuarios que la información dominante, proveniente y promotora del imperio. Todo (centro y periferia) a la misma distancia del ratón. Esa equidistancia y la posibilidad de (re)crear los espacios comunicativos, abre la alternativa para doblar la mano al "globo feroz" descrito por Browne y cuyo peso sobre los cuerpos desprovistos/objetos de poder no es perceptible.
El Imperio se vale de las características de la red para sostenerse y ampliar su cambio de acción. Confronta la seguridad con la constante y autoprovocada pérdida de libertad, mostrando la posibilidad siempre presente del accidente, primera y más probable consecuencia del aumento de la velocidad.
El Imperio, según el autor, no necesita de diseños arquitectónicos (al estilo del panóptico de Bentham) para disciplinar, tiene a su favor la interconexión permanente, voluntaria, descentralizada, a disposición para sus fines.
Rossana Reguillo (2009) plantea que la mera crítica es insuficiente ante la situación de normalización de -entre otras cosas- el asedio constante de un enemigo. Da como ejemplo la naturalización del proceso de persecución de “identidades sospechosas”, justamente en no lugares (como los aeropuertos) característicos del Imperio. Reguillo observa, así como Browne, que la inseguridad parte de la cercanía, de la proximidad de un cuerpo extraño, un Otro. Una nueva evidencia del éxito del Imperio en una época donde es posible utilizar el contacto virtual incluso para evitar las relaciones interpersonales.
“Cuando se satura el espacio público con mensajes de riesgo permanente contra los bienes y la vida, las personas responden, frente al intruso sospechoso, con lo que tienen a la mano, algunos levantan vallas y murallas, algunos contratan seguridad privada, algunos no logran controlar una aprensión que deviene histeria colectiva” (Reguillo, 2009: 12).
La autora recuerda algunas candidaturas de jefes de estado, cuyas rígidas propuestas para garantizar la seguridad de la nación les dieron el voto voluntario de los ciudadanos y ciudadanas que piden desesperadamente mayor control, más disciplina, protección ante el otro no deseado como vecino, el otro distinto y sospechoso.
Los medios de comunicación en principio no llegan a colaborar en la resistencia, son parte fundamental del aparato de consumo, muestran y ocultan lo que debe estar en la discusión del público o aquello que debe ser olvidado. En definitiva, entregan un simulacro del mundo. Una experiencia virtual de lo que rodea al ser humano, la construcción de un entorno cuyo resultado es un sujeto programado para vivir en la inseguridad que mantiene funcionando al Imperio.
“El mundo se parece cada vez más a los simulacros que difunden las pantallas televisivas o informáticas, es decir, parece encapsulado en un mensaje (di)simulado sin referencias ni pautas representativas que puedan servirle como sostenedor del mismo” (Silva y Browne, 2007: 29).
Ante esto, Browne no llega sólo a la crítica. Avanza y propone. Propone mecanismos de resistencia manifestando si será posible incluso encontrar un lugar desde donde “construir una alternativa”. Antes se comentó la situación del sujeto devorado por el imperio, desde el punto de vista (y de acción) opuesto, Browne plantea re-considerar la Antropofagia como mecanismo de subversión.
El autor da cuenta de los orígenes de la vanguardia Antropófaga en Brasil, en la década de 1920 y cómo ésta se instala en una forma de resistencia opuesta a los cánones imperiales de control, individualismo y aislamiento, a través de la devoración de todo aquello que enriquezca a aquél que consume. Esto es, ya no la ingesta sólo de los hígados, sino de todo aquello que sirva para el descubrimiento de una ciudadanía nueva, común y diversa, dispuesta a tocarse, a saber de el Otro, a apropiarse de él en la satisfacción de sus apetitos para crear y re-crear riquezas a partir de esa nueva contaminación.
Referencias Bibliográficas
Pisani, F. y Piotet, D. (2009): La alquimia de las multitudes. Barcelona, Paidós.
Reguillo, R. (2009): Retóricas de la seguridad: escenificaciones y geopolítica del miedo. En Conexiones, Revista Iberoamericana de Comunicación Volumen 1 N º2 (2009). España, Ediciones y Publicaciones Comunicación Social.
Silva, V. y Browne, R. (2007): Antropofagias. Las indisciplinas de la comunicación. Valdivia, Chile. Biblioteca nueva.
Notas
* Becaria Programa Bicentenario Becas Chile, Doctorado en Comunicación y Periodismo Universidad Autónoma de Barcelona.