Monográfico - Revista F@ro Nº 12

La cuestión simbólica del entre-deux

Ricardo Viscardi
rgviscardi@gmail.com
Universidad de la República (Uruguay)
Víctor Silva
vecheto@gmail.com
Universidad de Playa Ancha (Chile)
Rodrigo Browne
rodrigobrowne@uach.cl
Universidad Austral de Chile (Chile)

Recibido: 20 de octubre de 2010
Aprobado: 22 de octubre de 2010

Resumen

El texto, partiendo de la exposición Chasing Napoleón, analiza las potencialidades del concepto de entre-deux, y sus derivas deconstructivas. Tensiona performativamente las fuerzas de la técnica, desde los efectos visuales de lo mediático, y produce desarticulaciones en la unión de lo simbólico.

Palabras clave: Entre-deux / técnica / simbólico / performatividad.

Abstract

The text, based on exposure Chasing Napoleon, analyzes the potential of the concept of inter-deux, and deconstructive drift. Performatively stresses technical forces, from the visual effects of the media, and produces dislocations at the junction of the symbolic.

Key words: Inter- deux / technical / symbolic / performatively.

Un reverso napoleónico

Entre este y el año pasado tuvo lugar una exposición de arte contemporáneo en el Palais de Tokio en París, denominada “Chasing Napoleón”[1]. La muestra no consiste en una unidad técnica de las obras que presenta. Sin embargo, desde la misma denominación que adopta, refiere al trabajo suplementario y alternativo al repujado, relacionado ante todo al repujado de materiales maleables. “Chasing” significa el remarcado de la ranura, surco o canal que el repujado puso de relieve. El contra-relieve que supone el “chasing”, término cuyo sentido propio refiere a la persecución y caza de presas animales, destaca que la forma es efecto de una contraposición de fuerzas. Por un lado, el martillado o cincelado que desde el reverso sobreelevó un relieve, mientras por el otro lado el repujado admite un cincelado que lo complementa en sentido inverso.

Si se considerara la significación del  “chasing” y del repujado en tanto efectos técnicos,  estos procedimientos instrumentales considerados en sí mismos no habilitan ninguna lectura en sentido propio del conjunto de las obras expuestas. Este conjunto parte del caso Unabomber (1977), cuando Theodore Kaczynski, un profesor de matemáticas diplomado por Harvard, se aísla en una pequeña cabaña en Montana. Desde ese lugar elaboraba cartas bomba que aterrorizaban a los Estados Unidos hasta que fue detenido en 1996. Casi 30 años más tarde, el Palacio de Tokio recupera de la memoria al que llamaban “Unabomber” (University and Airline Bomber) en referencia a sus actividades criminales. Además, la muestra reagrupa instalaciones que incluyen tanto la visita de una réplica del escondite de Sadam Hussein y de una cámara frigorífica a 30º bajo cero, como la presentación de esquemas figurativos de la trascendencia hipostática y de la aprehensión cognitiva del universo pintados sobre paneles, sin dejar de incluir la proyección de series de diapositivas del registro de cientos de edificaciones desde la calle en Rayjavik.

Al ver la exposición emerge al recuerdo la enciclopedia china borgeana que inspira Las palabras y las cosas de Michel Foucault, y esa discontinua separación que instala Foucault entre utopías y heterotopías. Las heterotopías, para el pensador francés (Foucault, 1986), “inquietan”, desestabilizan, fracturan el espacio de unión (sim-bólico) entre las palabras y las cosas. Mientras que las utopías consuelan ya que conforman un “espacio maravilloso y liso; despliegan ciudades de amplías avenidas; jardines bien dispuestos, comarcas fáciles, aún si su acceso es quimérico”. La exposición se desarrolla en la fragmentación de lo heteróclito. Y, hay que entender como la plantea Foucault, a “este término lo más cerca de su etimología: las cosas están ahí ‘acostadas', ‘puestas', ‘dispuestas' en sitios a tal puntos diferentes que es imposible encontrarles un lugar de acogimiento, definir más allá de las unas y las otras un lugar común” (Foucault, 1986: 3).

Por contraposición a la historicidad militar de “Napoleón”, el “chasing” manifiesta que basta con acentuar un emergente para acceder a la emergencia del significado. Asimismo, este significado, doblemente pronunciado, dicho de dos lados contrapuestos, es un “entre-deux” al estado puro, es decir “chasing” o persecución del repujado en sus declinaciones de marca (ranura, surco o canal), fuerza opuesta a fuerza, confrontación que sin embargo refuerza lo mismo, apuntando hacia la apertura articulada de una oposición (Derrida, 2007). Es, paralelamente, un espacio liminal, un in-between, una prefijación (entre-…) que en español se independiza de cualquier otra marca que la sostenga (entre-tiempo; entre-espacio o entre-dos)[2]. Una suerte de ambigüedad que con Derrida se puede entender como una escritura de la diferencia que desgarra, al permitir que la figura de una cadena hablada se traslade a la de una cadena escrita, estimulando la articulación del “entre-deux” ya que, en esa posibilidad, “la diferencia es la articulación” (Derrida, 1998: 85). El “entre-deux” impide recomponer la certeza de una presencia y dispone la huella como esa grieta que no se deja reducir a la sencillez de un presente establecido y delimitado. Con esto, lo más probable es que el pasado -para la huella- deje de llamarse pasado debido a que éste siempre requiere de un presente: “Otro nombre más para tachar, tanto más cuanto que el extraño movimiento de la huella anuncia tanto como recuerda: la différance difiere” (1998: 86). El movimiento de la huella se escapa de las lógicas lineales espacio-tiempo, quiebra las relaciones clásicas presente y pasado y estimula la articulación del “entre-deux”.

Como un pliegue que envuelve en esa articulación entre-media: envolver-desarrollar, involucionar-evolucionar. Todos los pliegues “entre-deux”, además, son diferentes entre sí. Todos fisuran de manera distinta. No hay pliegues iguales, no existe la regularidad entre ellos. Deleuze (1996) precisa que siempre hay un pliegue en el pliegue, que no es una mera repetición, sino que se acerca a un doble desdoblamiento que lo hace dividirse hasta el infinito en pliegues cada vez más pequeños que, por lo mismo, conservan, de una forma u otra, alguna cohesión repujada: “chasing” y/o “Napoleón”. Desplegar, por tanto, no es un acto contrario al pliegue sino que es un pliegue más en el propio ejercicio del abrir y cerrar. El pliegue siempre estará entre dos pliegues. No se trata de un pliegue en dos, sino que un “pliegue-de-dos”, “entre-dos”, como una diferencia que se diferencia. Los pliegues son espacios intermedios, terceros espacios, in-betweenes. “Las líneas rectas se parecen, pero los pliegues varían, difieren...” (Deleuze, 1996: 248).

El pliegue siempre es singular lo que permite su cambio, variabilidad e inestabilidad en el entre del “pliegue-de-dos”, en el “entre-deux”. “Chasing Napoleón” como acción de arte se activa y produce en un medio, en un pliegue que implica la juntura, la ranura del doblez. 

Entonces y por ende, este entre-espacio, entre-tiempo o entre-dos deconstruye. Así se puede desprender de las propias experiencias de los activistas de “Chasing Napoleón”, la crisis-crítica al logocentrismo del proyecto lineal que propone Saussure al “hablar” de significado-significante. A diferencia del semiólogo, el propósito es salirse de esta estructura binaria y emancipar al significante, abrir y cerrar las puertas para variadas y disímiles lecturas desde (y en) la impredecibilidad de la fisura, del “entre-deux”.

Un primer Gilles Deleuze (1997), sostiene en cuanto a la relación significado-significante que no hay que dar con un significado determinado para los síntomas considerados significantes, desplazando el significado al significante. Esta emancipación del significante “entre-deux” permite la concatenación de estos significantes entre unos y otros, traicionando las matrices centrales significadas y autorizadoras de los discursos universales.

Deleuze llama diferenciante a este entre-medio que no depende de ninguna de las dos, que logra emanciparse desde la vulneración del propio significante, “tiene la propiedad de estar desplazado siempre respecto de sí mismo, de ‘faltar a su propio lugar', a su propia identidad, a su propia semejanza, a su propio equilibrio” (1989: 71). Tiene la función de articular las dos, hacerlas comunicar y juntar (juntura-brisure) las singularidades que corresponden a cada una de éstas. Es el juego del desplegar y plegar… Es necesario, en efecto, escaparse de las imposiciones del pensar de turno. No importa saber si una cuestión es justa o no. El esfuerzo hay que encontrarlo en algo nuevo totalmente diferente, en otra parte. Entre ambos pasa algo, algo que no está ni en el uno ni en el otro (Deleuze, 1997). Entre-espacio, entre-tiempo que es sintomático al guión rajadura del “entre-deux”.   

Vale decir, es un performativo, una fuerza que enfrenta a otras fuerzas del lenguaje, y que pone en tensión a la propia significación asignificándola, emergiendo el asignificante no como negación del significante sino como fuerza que lo tensiona y deslegitima. O, en otra posible figura, brota la fuerza en acto del acontecimiento que tensiona las posibilidades estéticas y simbólicas y, hasta el propio performativo, desde el síntoma que deconstruye, desde las fuerzas instaladas, ese efecto de fuerzas del acto de habla[3]         

Por tal vía confrontativa el significado y la forma alcanzan una disociación que remueve los hábitos de pensamiento, por no decir sino una fruslería, ya que tales “pensamientos” se conmueven por la acción de fuerzas contrapuestas, a la manera como se contraponen el repujado y el “chasing”, bajo la acción inevitable y contingente de la impresión perceptiva, el sentimiento vívido y el límite abordado. Un límite al que se cruza o, se intenta cruzar desde un espacio liminal, en el que las fuerzas contrapuestas pretenden emerger pero son imposibilitadas por las otras fuerzas que “batallan” por el significado o, volviendo a la reflexión anterior, por el síntoma.

La técnica en tanto metáfora permite, sin embargo, aglutinar la sintaxis de la muestra pese a una diversidad de expresiones. Este registro de la técnica en tanto éter o quintaesencia que incluye los demás elementos de la experiencia supone una reversión del sentido que la tradición adjudica a la instrumentación. Entre repujado y “chasing” un cotejo de fuerzas anuncia el efecto de forma que acuña, que no se limita a la reproducción eficaz de un modelo o canon, sino que incluye el acceso a una circunstancia que desborda a la técnica misma y la trasciende en tanto procedimiento. El procedimiento instrumental se convierte en una manifestación alternativa a sí misma pese a sí misma, por la insistencia del otro lado que opone activamente una alternativa enérgica. Este otro lado se anuncia en el término “tecnología” por la condición alternativa de la significación del sufijo “logos”. Una técnica que participa del significado de logos incorpora una declinación del sentido que la vincula al orden de una inteligencia universal tanto como el discurso que lo articula al devenir y la palabra que lo sostiene en acto.

Así, la técnica al adquirir una entidad intrusiva en el logos, entromete la extranjeridad de la práctica en la “nacionalidad” legitimada del logos[4]. Técnica, asimismo, que asume una autoridad en el logos y lo contradice, paralelamente, en el hecho manejable, manipulable del chasing. Es decir, técnica desprotegida del logos en su manipulación. Si el entre -en Derrida- no es “empírico ni trascendental”, en la logo-técnica (ya en chasing) adquiere en la grieta la deconstrucción de su entidad sistematizada.

En chasing adquiere toda su densidad la intromisión del himen que desestabiliza la posibilidad armónica de la textualidad como entidad cerrada, porque el chasing es el repujado de los entre-textos, de las grietas que abren la posibilidad im-posible del sentido. La ley del himen no permite formar un único y solo texto (Derrida, 2007: 362). En definitiva, “sólo tiene lugar el entre, el lugar, el espaciamiento que no es nada, la idealidad (como nada) de la idea” (Derrida, 2007: 324). En el caso del himen, el entre se manifiesta en la pantalla sin penetrar en ella. 

La cuestión de la fuerza en la forma

Para la mirada posestructuralista la forma alcanza (un-el) contenido como efecto de un juego de fuerzas. El “entre-deux” interviene desde la propia ortografía del término “entre-deux” a través de un elemento carente de sentido propio, pero que modifica sin embargo el sentido de otras partículas lingüísticas que sí lo poseen. Es el caso del guión que anima, bueno es decirlo desde un ánimo de habla, la vinculación que mantienen -entre sí y entre dos- otros dos términos dotados de sentido (“entre” y “deux”) a través de una marca cuyo nombre en francés arroja la carismática denominación de “trait d'union”[5]. Sin dejar de observar que un “trait” implica entre otros el sentido de un proyectil lanzado contra un blanco dado, aunque no sea necesariamente el de la hoja (en-con) que se encuentra. Al dar en el blanco de la hoja por un arte de Cupido ortográfico, el “trait d'unión” se convierte en el flechazo que vincula por el medio a otros dos en una reciprocidad sentimental,  en lo que Derrida denomina un “subjectil”, esto es, un dardo que se aloja en el sentido[6]. El sentido, paralelamente, adquiere su fuerza en el sinsentido, es decir, es tensionada la máquina de significar, desde el síntoma, que fuerza el acto-acontecimiento, ya no de habla sino en su impo (s) civilidad  posible (imposible civilidad lingüística) y que actúa, como se dijo, a niveles de in-(a) significancia estimuladora de este tipo de tensiones para y con la máquina de significar.

En este contexto aparece la distinción que plantea Derrida, al leer la obra de Mallarmé, entre el concepto hermenéutico de polisemia y el deconstructivo de diseminación. Así, los entre-textos, no dejan de ser polisémicos en tanto diseminaciones, pero: “si no hay, pues, unidad temática o de sentido total que reapropiarse más allá de las instancias textuales, en un imaginario, una intencionalidad o un vivido”, el entre-texto “no es ya la expresión o la representación (acertada o no) de alguna verdad que vendría a difractarse o reunirse en una literatura polisémica. Es ese concepto hermenéutico de polisemia el que habría que sustituir por el de diseminación” (Derrida, 2007: 393).         

El “entre” es, también, la página suelta del mal de archivo que contiene (y sos-tiene) un pre-texto como texto, una página que puede extraviarse o robarse como en el caso de la carta robada. Al extraviarse, la supuesta centralidad de ese texto -que era un pre-texto- deriva hacia otros pretextos que ya son textos, presentados, no obstante, como extensos prefacios.

El guión -en una época guionada y prefijada- puede unir, por ejemplo, a un trait d'unión generando un expresión interlingüística, que pertenece a los subjectiles de la lengua que son los signos ortográficos o de escritura. Tales signos de índole prosódica aseguran la continuidad sintáctica del sentido, sin poseerlo en sí mismos, son la forma que adquiere la fuerza sintagmática del discurso, en cuanto interviene por razones que fuerzan a escribir un subjectil, por ejemplo, uniendo por un guión un trait d'union al vocablo “guión”. La cuestión de la fuerza se plantea desde el punto de vista posestructuralista como un indecidible con relación a la cuestión de la forma, en cuanto fuerza y forma intercambian recíprocamente sus investiduras, incluso cuando la fuerza que vincula  entre sí el término “entre” y el término “deux” adopta el nombre formal de guión. En efecto, si bien es posible darle un nombre a lo que instala el sentido por la vía de la fuerza vinculante del guión, llamándolo “guión”, esa imagen de marca no interviene sino como efecto de la misma fuerza que marca “a mano” -es decir repuja, genera un efecto de “chasing- una visual textual. La condición asemántica de los signos ortográficos o de escritura señala el límite interno a la escritura, en tanto marca la fuerza de una fuerza de marcado inter-puesta en una máquina de la representación, que no representa sino el efecto de un juego de fuerzas. Ahora, este efecto es un signo, pero la investidura paradigmática que lo incorpora en un sistema de intercambios discursivos, cristaliza a posteriori de la intervención sintagmática, en cuanto lo marca por la fuerza (de) un gesto de escritura.

“Ni puramente sintáctico, ni puramente semántico, señala la abertura articulada de esa oposición”. A partir de ese acontecimiento, “el sincategorema ‘entre' tiene como contenido de sentido un casi-vacío semántico, significa la relación de espaciamiento, la articulación del intervalo”.

El entre, también, o entre(s) es ese plural de alguna forma primero, al que se refería Spinoza, ya que en hebreo entre recibe al plural: “en realidad ese plural da a conocer no la relación de una cosa individual con otra, sino los intervalos entre las cosas (loca aliis intermedia)” (en Derrida, 2007: 335). El entre no existe, remarca Derrida. No existe ya que funciona como un “suplemento peligroso” que da cuenta de la extraña unidad des-unida de los involucrados. El suplemento, por tanto y como otro nombre de la diferencia, se añade como un guión que se va enriqueciendo al colmar la presencia hasta al vacío. “Así es como el arte, la techne, la imagen, la representación, la convención, etc., se producen a modo de suplemento de la naturaleza” (Derrida, 1998: 185), acumulando y articulando a través de todo este proceso (del todo) de añadidura. Pero, además y en el caso del suplemento, éste suple. No sólo reemplaza en el acto de añadir, sino que interviene, trastoca y se muestra en lugar de… Por ello supera la noción de complemento, no complementa, sino que suple debido a su carácter de adición exterior. 

Una reversibilidad conceptual de la forma y la fuerza instala, desde el punto de vista de Derrida, la obsolescencia de cualquier centro que pretendiera ordenar desde su perspectiva paradigmática el devenir de los signos. El ocaso de tal centro lo es asimismo de todas las oposiciones simples, en cuanto la presencia a sí del significado trascendental, núcleo sustancial del efecto de sentido vinculante, queda supeditada a un margen de palabra que reformula discursivamente las propias relaciones que explaya.

Todo texto injerta y suplementa el sentido de otros por medio de la citación que intercala el contexto en el texto, de manera tal que la citación se vale de los signos ortográficos o de escritura que llamamos “comillas” para señalar también la intervención de un contexto en otro, la intercontextualidad que obedece a la peregrinación secular del sentido como efecto de la fuerza intertextual. El entre-texto aquí se convierte, más que en una incorporación de unos textos en otros textos, en el devenir del contexto que habilita un sin-sentido, al estilo del “círculo es cuadrado”, citado por Derrida tras palabras de Husserl. Por lo tanto, “ciertos enunciados pueden tener sentido”, en el sinsentido, “mientras que están privados de significación objetiva” (Derrida, 1998b: 360).

O en el caso de Gilles Deleuze y su tensionada reflexión sobre la lógica del sentido radicalizando el cuerpo sin órganos en el órgano sin cuerpos (la sonrisa sin gato, por ejemplo) como puro flujo de devenir.  

La excentricidad posestructuralista se instala a partir del “entre-deux” paradigmático-sintagmático que inauguró Lévi-Strauss. El guión que asume el vínculo de fuerza semántica obedece a la radicalización lévi-straussiana de la condición estructural del signo. Para Lévi-Strauss, como anteriormente para Peirce, cualquier elemento puede en una perspectiva vinculante del lenguaje adoptar el rol de un signo[7]. De tal forma que ni la racionalidad textual obedece a un registro puramente lingüístico, ni el significado que adquiere un elemento particular del texto, puede recluirse en la caja de cristal de un sistema. La radicalización lévi-straussiana de la estructuralidad universal de la estructura lingüística es de doble filo.

Por un lado pone de relieve la universalidad estructural de la inteligencia, en tanto sistema de relaciones que consolida el intercambio ordenado entre las partes del todo social, por otro lado implica una multiplicación casuística ad-infinitum de los protocolos de significación, en cuanto cualquier elemento puede llegar a formar parte del intercambio social por medio y a través del lenguaje. Una desarticulación de la subjetividad adviene como consecuencia de este distanciamiento entre el bricoleur y el científico/ingeniero, que sin embargo se cruzan en el mismo umbral del lenguaje. Este umbral está delimitado por la fuerza de las cosas, de forma tal que una condición antropológica universal queda tan descartada como el prejuicio etnocéntrico de una civilización matricial de la humanidad.

Esa apertura a la contingencia extrema del intercambio humano encuentra en la aceleración mediática y mediadora de las tecnologías de la comunicación -a condición de entenderse sobre el término “comunicación”- una aceleración que sitúa el avatar lévi-straussiano del intercambio humano en una perspectiva subjetilínea, para hacer honor al término derridiano. La cuestión de la fuerza interviene no sólo en su efecto pos-escritural que atestigua la marca, tal como la gestualidad de la escritura la diferencia de la presencia a sí psicológica, sino incluso desde la misma subjetivación en red (de redes) del individuo. Una subjetivación de interfaz recupera tanto el sentido simbólico de una vinculación que exige reciprocidad como la contingencia de una orientación que ata lo simbólico a una correlación de fuerzas. La pantalla no es (el) límite sino el entre donde el himen se refracta.

Un retorno de lo simbólico -tensionado por lo diabólico- acarrea una interrogación que recuerda la fuerza que celebrara la sociología sagrada de Bataille y Caillois, sin significar por lo tanto una justificación de lo religioso en tanto intangibilidad de un orden previo a la inclinación humana. El retorno de lo simbólico en la interrogación sobre la globalización, en tanto fuerza que anima el ánimo de un partícipe glocal del devenir global, lleva a recordar que para Aristóteles la preeminencia de la esencia sobre la conjunción entre la diada y la unidad -es decir el flechazo que guiona “entre-deux” a dos entre sí- se plantea como interrogación acerca de la afluencia necesaria que encauza, aguas arriba, la contingencia heraclítea (Aristóteles, 1943: 286).

Chasing logos

Vinculada a la tradición del logos, la técnica se convierte en un “entre-deux” que transparenta, como la hoja de calco, los dos lados que se superponen, a la manera como se complementan el repujado y el chasing. Sin embargo, el efecto de esa contraposición del trazo y del modelo no se reduce, siquiera en la copia sobre hoja de calco, ni a la marca del trazo ni a la forma del modelo, en cuanto la misma consigna de copiar queda sujeta a la fuerza que la contrapone, requiriéndole un efecto de verosimilitud, al original que se calca.

Tal inmanencia trascendente de la técnica, que la convierte en un “entre-deux”, generaliza la subordinación de la técnica a la tecnología, con un conjunto de consecuencias que no pueden denominarse “trascendentes” sin ejercer un “chasing” sobre el repujado que de inmediato pone de relieve el significado del término logos. La trascendencia que celebra la muestra “Chasing Napoleón” por la vía más clásica de la hipóstasis plotínica o la energeia aristotélica -figuradas en sendos esquemas de la trascendencia-, se manifiesta de forma clásica desde el momento en que logos se incorpora en calidad de sufijo al término “tecnología”, en cuanto introduce por último (término) la secuencia complementaria y diferencial entre orden, discurso y palabra.

Esa zambullida de la técnica en la metafísica es inevitable desde el momento en que la técnica es informática y consigna como tal, en un único procedimiento lógico, el ámbito universal en que evolucionan las imágenes, las distancias y los cuerpos. Al igual que el repujado capturado por el “chasing” que retoma su efecto de relieve y se apropia de los límites de su potencia, la técnica ha sido capturada por la presa que creía dominar, en cuanto el cazador pasó, por el efecto de reversión ocasionado por el propio terreno que invadía, de perseguidor a perseguido. Una técnica que vincula el invariante relacional de condición numérica con la variación interpretativa de la imagen, en tanto esta última se sujeta desde la tradición icónica a un más allá resonante que no puede sino movilizar, en su propia escritura, al “entre-deux” que desde siempre configuró la interrogación metafísica: el límite.

Considerado en tanto condición simbólica, por la misma trascendencia que la conexión tele-info-audiovisual habilita, el límite de la tecnología consiste en una subjetivación icónica de la interfaz a distancia. El “entre-deux” de la mediación integra desde el propio umbral de la interfaz un tercero incluido, entre los dos lados conectados, como el que se establece entre chasing y repujado, amoldamiento de la forma bajo el efecto de un cotejo de fuerzas, que la misma mediación instala en tanto “entre-deux” de la interfaz. Este ser de la mediación es asimismo la figura de la imagen. Según Mondzaín, esa subordinación de la imagen a la mediación la constituye en tanto “tercero incluido” (Viscardi, 2005: 55), cuyo efecto de trascendencia consiste en un in-visto, consignación de lo invisible requerida por la mediación icónica de la imagen. 

El acceso a lo invisible pauta la destinación de la mediación en su mismo acerbo cultural, en cuanto la presencia que trasunta la imagen en el culto cristiano no es la del objeto, sino la del sujeto auto-revelado. En cuanto interpreta las intenciones de un sujeto divino, la hermenéutica de la revelación adquiere, por una vía de apropiación secular, la significación de una apropiación de la realidad natural. Desde esa perspectiva, Descartes nos convocó a convertirnos en “amos y señores de la naturaleza”. Esta misión antropológica de la imagen, lejos de claudicar en la modernidad, se consagra en el doble vínculo de sentido entre imagen y sustancia por un lado, así como de las imágenes entre sí a través de su secuencia ordenada (Descartes en Shea, 1993: 147).

Es lo que Descartes denomina “la conducción en orden de los pensamientos”, estrategia cognitiva cargada de una significación trascendente respecto a la misma naturaleza. El método encuentra, por medio de esa doble articulación del sentido, tanto su meta (física) en la transformación de la naturaleza como su camino (odos) por una secuencia ordenada de imágenes.

Lo invisible no deja sin embargo de presentarse, en una estrategia secular y naturalista del conocimiento,  en tanto estructura subyacente a las manifestaciones empíricas de los fenómenos. La misma trascendencia persiste en la muestra “Chasing Napoleón”, en cuanto se accede, por ejemplo, a la invisibilidad del congelamiento tecnológico a través de la visibilidad interior de una cámara frigorífica.

La destinación trascendente de la tradición icónica reincide por una vía tecnológica, aunque su más allá no sea ahora el del creacionismo monoteísta, sino el de una contingencia tele-tecnológica de condición humana. La interfaz tecnológica configura un contexto de la globalización que es global porque es simbólico y no porque sea mundial. La declinación de la percepción napoleónica del mundo, en tanto proceso regulado por la intervención histórica, se encuentra perseguido en cualquier repujado de ordenamiento actual por una incidencia multicultural de las inclinaciones más dispares, que transitan a través de la conexión a distancia. Lo que conducimos a distancia, en toda perspectiva, es una relación. Cuando esta relación adquiere la significación de un invariante tecnológico que regula la vinculación posible, adviene lo que McLuhan denominaba un “medio total”, por cuya intercesión permanente y global el monto de intervención subjetiva en cotejo se acelera exponencialmente.

 La interpretación economicista de la globalización, pese a adquirir significación propia, no alcanza a explicar el contexto global. El valor requiere, en cuanto elemento propio de un sistema de intercambio posible, una estabilidad relativa que habilite el empleo sincrónico de los elementos diferenciados que pertenecen a una misma estructura.  Es lo que Saussure denomina, con relación al valor del signo en el conjunto de la estructura de la lengua, un estado de lengua. En la medida en que la forma-valor de la imagen -que todo signo económico requiere incluso por su figura monetaria- se ve alterada por una avalancha de intervenciones enunciativas e interpretativas, el “entre-deux” de un tercero incluido retorna en calidad de hijo pródigo en multiplicidades antropológicas. Se instala un horizonte a distancia -es decir a decisión humana- imprevisible en razón de invisibilidades recíprocas, pero manifiestas sin embargo a través de un salto cuantitativo de la mediación global que posibilita la red. En esta patente invisibilidad del extranjero contingente consiste, sin embargo, el alcance simbólico de la globalización, que no niega el económico, pero lo somete al gobierno de una multiplicación antropológica de la contingencia. Tal aceleración de las identidades en términos de su proceso de diferenciación, configura una crisis de la estabilidad mínima necesaria a toda estructura natural, con la consiguiente puesta en tensión de la forma, que el cotejo global trasunta con fuerza de “entre-deux”: tercero incluido en el devenir de otros dos.

Referencias Bibliográficas

Aristóteles (1943): “Metafísica”. México: Espasa-Calpe.

Deleuze, Gilles (1989): “El pliegue. Leibniz y el barroco”. Barcelona: Paidós.

--- (1997): “Lógica del sentido”. Barcelona: Paidós.

Derrida, Jacques (1998): “La différance”. En: “Márgenes de la filosofía”. Madrid: Cátedra.

--- (1998b): “Firma, acontecimiento y contexto”. En: “Márgenes de la filosofía”. Madrid: Cátedra.

--- (1972): “La doble sesión”. En: “La diseminación”. Madrid.

Foucault, Michel (1986): “Las palabras y las cosas. Una arqueología de las Ciencias Humanas”. México: Siglo XXI.

Nancy, Jean- Luc (2006): “El intruso”. Buenos Aires: Nómadas.

Shea, W. (1993): “La magia de los números y el movimiento”. Madrid: Alianza.

Viscardi, Ricardo (2009): “Lévi-Strauss dentro y fuera de la filosofía”. En: “Anuario Antropología Social y Cultural en Uruguay 2008-2009”. Montevideo: Nordan-Comunidad.

--- (2005): “Guerra, en su nombre. Los medios de la guerra en la guerra de los medios”. Sevilla: Arcibel.


Notas

[1] Plusieurs auteurs, “Chasing Napoleón” Palais/ 10, automne 2009, Palais de Tokyo, Paris. En la presentación se indica que la “exposición ‘Chasing Napoleón' se interesa en los sistemas de ideologías utópicas cuyo centro de gravedad se escapa de nuestra realidad”. No obstante habría que discutir esa expresión, considerando que más que utopías lo que emerge en Chasing Napoleón son heterotopías, espacios que ponen en tensión a la utopía y la desestabilizan.

[2] Una de las primeras referencias en español aparece en la traducción (traductor-traidor) de «la doble sesión», versión del texto de Jacques Derrida que había aparecido en Tel Quel en 1970. Ese texto, inicialmente sin título, pone en cuestionamiento la referencia desde su propia imposibilidad de titularse, y se convierte en un “entre-deux”. En ese tejido textual, aparece la idea de entre en español, sin ningún otro sufijo que sostenga el prefijo, aunque por momentos se multipliquen las posibilidades del entre, mediante otros entres, como el entre-dos, el antro, el himen o el pliegue. La redacción de la revista le agregaba, además, un pretexto: “El título es propuesto por la redacción de la revista. Por razones que aparecerán con la lectura, ese texto no se anunciaba bajo ningún título. Dio lugar a dos sesiones del 26 de febrero y del 5 de marzo de 1969 del Círculo de Estudios Teóricos” (Derrida, 2007: 263).

[3] En una enigmática conferencia dictada por Jacques Derrida en un seminario sobre Decir el acontecimiento, ante la pregunta de un integrante del público de la sala sobre el título del seminario y su enunciado en infinitivo, Jacques Derrida lanza el acontecimiento, pronunciando en cincuenta líneas dieciocho veces el término síntoma u otros derivados como sintomatología, sintomático o sintomatológico, cogiendo al público desprevenido. Las palabras toman desprevenidos hasta los posibles performativos que la sostendrían, al transformarse en un acontecimiento en sí. En un momento dice Derrida : “hay un decir que ya no está en posición ni de constatación, ni de teoría, ni de descripción, ni bajo la forma de una producción performativa, sino bajo el modo del síntoma (…) el síntoma es una significación del acontecimiento que nadie controla, que ninguna conciencia, que ningún sujeto consciente puede apropiarse o controlar. Ni bajo la forma de la constatación teórica o judicativa, ni bajo la forma de la producción performativa. Hay síntoma (…) Más allá de todo esto, hay sintomatología: significación que ningún teorema puede agotar…”. Derrida intenta sustraer el término síntoma de su código psicoanalítico o clínico: “el acontecimiento debe ser excepcional y esta singularidad de la excepción sin regla no puede dar lugar más que a síntomas”.  

[4] Otra variante que adquiere esa relación de extranjeridad y de intrusión (hacia adentro) y de ajenidad (hacia afuera) de la tecno-logía, se encuentra en el relato de Jean-Luc Nancy (2006) sobre los trasplantes (empezando por el suyo de corazón) en El intruso, donde se refiere a “ese ‘yo'” que “se encuentra estrechamente aprisionado en un nicho de posibilidades técnicas”.   

[5] Respecto al rol de las comillas, Derrida (1998b: 381) destaca que la citación no destruye el concepto de contexto, sino que confirma que no existe contexto central, en cuanto la iterabilidad de la marca determina la deriva permanente de los distintos contextos.

[6] Derrida relaciona el subjectil con la máquina de la representación (wunderblock). Esta máquina es puesta en riesgo por el archivo informático (en tanto éste pone en riesgo lo que salva), en cuanto lo salva en un “invariante relacional”: “Entrevista a Jacques Derrida por Hurbertus von Amelunxen y Michael Wetzel” DDOOSS http://www.ddooss.org/articulos/entrevistas/J_Derrida.htm El archivo, a su vez, es el mal incorporado, su posibilidad de destrucción. En términos deleuzianos es la máquina como accidente.

[7] Desarrollamos esta perspectiva a partir de Lévi-Strauss en Viscardi, R. “Lévi-Strauss dentro y fuera de la filosofía” en Anuario Antropología Social y Cultural en Uruguay 2008-2009. Nordan-Comunidad, Montevideo, pp. 40-41.