Revista F@ro Nº 6 - Estudios

Sobre los Estudios Culturales (1)

Roberto Follari
Univ. Nacional de Cuyo – Mendoza, Argentina
robfollari@ciudad.com.ar
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1.Consideraciones sobre el tema de la violencia

No vivimos tiempos carentes de violencia en Latinoamérica. Desde aquélla en que se mezcla lo político (caso Colombia), a la de corte netamente ligada al delito, o a la que se ejerce en sitios públicos (p.ej. estadios de fútbol), la violencia es en el subcontinente un ejercicio cotidiano que en algunos países –caso Argentina- crece en progresión geométrica durante los últimos años, produciendo alarma en las clases medias y altas, y aumentando la propensión al autoritarismo en lo cotidiano y lo institucional.

El vivir entre rejas y alarmas, la imposibilidad de concurrir a sitios públicos sin temor, se han vuelto situaciones “normales”, sobre todo en las grandes ciudades del subcontinente como México, Caracas, Río o Bs.Aires. La sofisticación en los procedimientos de grupos delictivos ha ido en aumento, hasta llegar a los llamados “secuestros express”, tan difundidos en el caso mexicano y, últimamente, presentes también en Argentina.

Tan altisonantes resultan estos hechos, como el mayoritario silencio de las ciencias sociales a su respecto. Situaciones que ocupan permanentemente los titulares de los periódicos, las conversaciones familiares y laborales, no son objeto privilegiado de análisis por parte de quienes trabajan en las ciencias sociales. Es obvio que tal opacidad en estos hechos, no deja de llamar la atención a la mirada académica.

Es cierto: los hechos sociales no se convierten en objetos científicos sin una “producción” específica, tal cual se sabe desde Bachelard (Bourdieu, 1995). Y la relevancia para la sociedad debe establecerse en términos teóricos, no como una simple continuidad de la opinión cotidiana.

Pero resulta innegable, que estamos ante situaciones que son socialmente decisivas en términos de modificación de las condiciones y expectativas vitales de los latinoamericanos. Dar cuenta de ellas en términos teóricos y arrimar explicaciones, tanto como posibles vías de mejoramiento, son exigencias que los científicos sociales no podrían desestimar. De lo contrario, las disciplinas sociales estarían mostrando una peculiar irrelevancia, y quedarían imposibilitadas de aportar socialmente a una redefinición del sentido común de la población, y de hacer así esa invertida “segunda ruptura epistemológica” que reclama De Sousa Santos (De Sousa, 1996).

Sin embargo, la aparición académica de los “violentólogos” no deja de ser una casi idiosincrática situación colombiana. Hay escaso desarrollo de la cuestión en el resto del subcontinente, y nos vemos en la obligación de buscar explicaciones a tan llamativa y sintomática carencia.

Bourdieu ha explicado cómo los científicos suelen asociar el prestigio de su propio trabajo al de los objetos que explican. Esto lleva a que cuestiones como delincuencia, violencia, guerra, narcotráfico, etc., todos sin duda rechazados mayoritariamente por la población en general y más aún por la subcultura universitaria, sean percibidos como deteriorantes para la imagen misma de quienes los estudian.

Esa es una parte de la explicación. Otra muy importante, la constituye la incomodidad que este objeto ofrece para su tratamiento temático. Se diría que los académicos –como cualesquiera sujetos sociales- estamos cómodos sólo en las situaciones que dominamos previamente y que nos son familiares. Aquellas a que podemos responder inequívocamente con nuestro habitus ya constituido (Bourdieu). Pero soportamos mal aquello que nos es ajeno, los espacios que se alejan de nuestros conocimientos y previsiones.

Por ello se prefiere trabajar la pobreza, por ej., antes que el delito. Aun cuando en algunos casos los actores de ambos espacios temáticos coincidan, si se trabaja la primer temática se lo hace de acuerdo a una inveterada apuesta académica en Latinoamérica, la de oponerse a la miseria y la exclusión sociales. En cambio, en el segundo caso se entra a un terreno desconocido, riesgoso (no sólo en términos teóricos) y decididamente ajeno a la cotidianeidad universitaria.

Es decir: la mirada sobre un objeto dice sobre este último, pero también mucho de aquel que mira (Bourdieu). Y por cierto que éste tiende inevitablemente a proyectar en el objeto de conocimiento aquellos que son sus propias elecciones y puntos de vista.

Tomemos un caso quizá más obvio: la religión. Que esta no ha desaparecido como se lo esperaba a comienzos del siglo XX, es por demás evidente. Que está creciendo en la última década, no cabe duda. Que alcanza un lugar central en las representaciones de las poblaciones latinoamericanas actuales, es por demás visible (1). Entonces: ¿por qué tiene un lugar tan marginal en las academias? ¿por qué tan escasamente se lo toma en cuenta, tanto por la sociología “dura” como por aquellas versiones que pretenden liviandad epistemológica? ¿cómo entender esta radical paradoja?

No cuesta advertirlo: la religión no tiene prestigio en los espacios académicos. El escepticismo religioso de los científicos como parte de su propio habitus se traslada subrepticiamente al objeto: la religión no parece tema importante a asumir. Es tema des-familiar, por ello incómodo, y como tal se lo elude o se lo rechaza.

Lo mismo sucede con el tema de la violencia. El cual tiene, a su vez, algunas aristas sumamente difíciles: una nada menor que se avizora hoy en Argentina es la impotencia de los patterns tradicionales de explicación para enfrentar la nueva oleada delictiva. Los intelectuales han asumido posiciones por las cuales quienes delinquen son presentados como víctimas de la sociedad y de las políticas del Estado (Foucault, 1980), lo cual es sin duda válido; pero no ayuda en nada a entender o proteger a quienes son heridos o muertos por tales personas (2). Ante la necesidad de operar alguna respuesta efectiva al aumento de la violencia delincuencial, los intelectuales desdeñan las brutales políticas de mano dura pero no tienen un repertorio alternativo, con lo cual no es difícil para la derecha ideológica presentarlos como cómplices del delito mismo.

Estas difíciles aristas llevan a que el tema de la violencia no alcance un tratamiento discursivo acorde a su importancia social. A ello se suma cierto debilitamiento epistemológico operado en las ciencias sociales en los últimos años, como fruto de la cultura posmoderna y del consumismo que se le asocia dentro del capitalismo contemporáneo. Este es un tema que retomaremos al final del texto, pero por ahora atribuiremos a una de las vertientes más exitosas de las ciencias sociales latinoamericanas: los “estudios culturales”, entendiendo por tales los que responden a la tradición inaugurada por los cultural studies sajones que se iniciaran en Birmingham.

Tales estudios no han sido decisivos en el tratamiento del tema de la violencia, el cual a lo sumo aparece dentro del apartado más general de las pandillas juveniles. Y en general muestran un tratamiento de la cultura contemporánea celebratorio de lo mediático y de lo masivo, que se entremezclan en la cultura del entretenimiento, cuyo tono tiende a excluir la tragicidad que se juega en el espacio de la violencia social contemporánea.

2. Expansión de los estudios culturales y su constitución en objeto de estudio

Los estudios culturales latinoamericanos han registrado un desarrollo que lleva al menos unos quince años, si es que nos ceñimos a conceptualizarlos estrictamente como la versión latinoamericana de los cultural studies de origen sajón. Un tiempo que puede pensarse como no muy prolongado, si se lo compara con el que guardan las ciencias sociales, tan denostadas por los mismos Estudios culturales (desde ahora, Ec). La Sociología lleva casi medio siglo en su constitución propiamente científica dentro del subcontinente, y la Antropología sostiene una institucionalización que se dio aproximadamente en el mismo período de la Sociología , pero responde a una tradición previa ya constituida por trabajos de campo y expediciones para lograr datos en un acervo tan rico como es el de la Latinoamérica indígena y mestiza.

De modo que resulta indisputable la “juventud” de los Ec, al menos en términos comparativos. Sin embargo, su ascenso meteórico en el campo de la legitimación académica con sus procesos conexos (presencia de sus figuras máximas en congresos de diversas disciplinas, publicaciones, número de ejemplares de éstas, etc.) ha significado un auge sumamente acentuado. Es curioso que éste no se haya cubierto bajo el nombre o rótulo específico de “estudios culturales”; más bien por el contrario éstos se han cobijado en la institucionalización previa constituida por la diferenciación disciplinaria que esos mismos Ec dicen deplorar. De modo que los estudios literarios y artísticos en general, la misma Antropología –sobre todo urbana-, y con especial énfasis las Ciencias de la Comunicación , son los principales –pero no los únicos- espacios en que se ha desplegado la eficacia de los Ec como presencia que no suele aludir a su específica denominación de “estudios culturales”.

Ello ha permitido a los Ec sentar una fuerte presencia en el campo académico, en notoria contradicción con su retórica sobre lo popular-masivo, y sobre su alegado rechazo de la institucionalización universitaria. Tal rechazo sin dudas que fue sincero y efectivo en los iniciadores de la corriente en los tiempos heroicos de Birmingham: R.Williams y Hoggart trabajaban haciendo educación de adultos en barrios populares (Mattelart, 2000). Pero el tiempo invirtió esta tendencia, de modo que la discursividad contra lo académico se fue practicando cada vez más al interior de lo académico, como recurso interno a los fines de la consolidación y la autolegitimación en el espacio académico mismo: por ello, en vez de mantenerse en relación de exterioridad con las disciplinas consagradas, los Ec han producido la curiosa situación de penetrar permanentemente en ellas de manera transversal, promoviendo el efecto de ofrecer pautas de análisis útiles a diferentes objetos disciplinares de estudio, a la vez que a no sujetarse estrictamente a las necesidades de ninguno de ellos (dado que se asume la recusación de la pertinencia de tales objetos en cuanto diferenciados).

Lo cierto es que la presencia de autores como J.Martín-Barbero, de otro modo B.Sarlo (3), y sobre todo N.García Canclini en diversas áreas disciplinares se ha hecho considerable, y es muestra de que los Ec han logrado aparecer pertinentes en muy variados campos de discusión académica. Tal situación, como dijimos, no deja de resultar paradojal: se supone que rechazar las disciplinas no es sostenerlas en su diferencia para abarcar varias; y que rechazar lo académico en nombre de la cultura de masas no es un discurso que quepa proponerse desde la Universidad. Sin embargo, la “contradicción performativa” de los Ec queda escondida por el mecanismo mismo de su constitución: precisamente al quedar entramadas en los discursos de las disciplinas previamente institucionalizadas, se invisibiliza la específica tradición de los Ec en cuanto tales, de modo que muy pocos (y sólo los muy informados) saben que existe algo así como una entidad específica denominada “Ec”. A partir de allí, por supuesto también pocos son los que se permiten exigir respuestas a peculiares principios que fueran propios de tal propuesta conceptual. Por el contrario, es de advertir que muchos alumnos de carreras de grado de Comunicación en A. Latina dan en creer que autores como N.García Canclini son propios de su específica disciplina, a pesar –incluso- de la letra explícita del autor en contrario.

De tal modo, estamos en presencia de autores ya ampliamente consagrados y de obras muy difundidas, citadas y discutidas, a la vez que de una cierta imposibilidad de advertir que ellos forman parte de esa tradición denominada Ec; menos aún se conocen –por la masa de estudiantes y de profesores no-investigadores- las relaciones de los Ec con sus inicios en el marxismo inglés, y su paso por la inevitable adaptación promovida por la inserción en la academia estadounidense, antecedente más inmediato de la difusión de los Ec en Latinoamérica (4)

Lo cierto es que los Ec están fuertemente consolidados en A. Latina, aunque sin la apelación a su “marca de origen”, de modo que el apelativo mismo “Estudios culturales” aún está lejos de ser asociado a sus autores de referencia. En un trabajo anterior hemos señalado en cuánto esto que puede ser útil a la legitimación de los Ec, sobre todo por la suposición implícita de que serían un “producto local” sin influencias previas (Follari). La postulada originalidad de la propuesta, tanto como el hecho de que ella fuera nuestra -surgida de Latinoamérica- son canteras de legitimación que se verían dañadas si se advierte con suficiente claridad la relación de las tesis centrales (transdisciplinariedad, abandono del marxismo, aceptación de la TV vía noción de “receptor activo”, relacionada esta con la obra de M. De Certeau, etc.) con la versión sajona actual de los Ec.

Lo anterior debe sumarse a la contradictoriedad intrínseca que la postulación de originariedad guarda con el contenido propuesto por los Ec. Una de las mejores contribuciones de estos estudios es la realizada en torno a la cuestión de la identidad colectiva, mostrando sobradamente que ésta no debe pensarse esencialistamente. La identidad se hace, cambia, se construye y deconstruye permanentemente; ésta es una constatación con fuertes efectos en el pensamiento de lo cultural y de lo político, a la cual alude la noción de “invención de la tradición”, retomada por el brasileño R.Ortiz. Por esto mismo, resulta inconsistente la apelación de los Ec a su pretendida “identidad latinoamericana” por origen, a una búsqueda de afirmación en el supuesto de haber surgido “aquí”, como si ello le confiriera alguna dignidad explicativa especial, o alguna adecuación esencial a las necesidades o modalidades científicas o culturales locales.

No tenemos aún, entonces, una institucionalización de los Ec en cuanto tales (apenas acaba de surgir un posgrado con dicho nombre en la sede Quito de la Universidad Andina , aunque en realidad está ligado a los estudios poscoloniales, con autores como Mignolo y Castro-Gómez), pero sí ellos están fuertemente presentes como “componentes privilegiados” de la reflexión en muy diversas áreas de las ciencias sociales del subcontinente. Se los identifica a través de los autores y no del mote específico de “estudios culturales”, lo cual muestra cierta ignorancia de aquello que agrupa/diferencia a sus autores dentro de un campo específico, a la vez que dispersa a éstos en la constelación de otras comunidades científicas previamente establecidas.

Dentro de esta curiosa forma de asentamiento y de consolidación académica, el peso de los Ec es tal en Latinoamérica, que ya se hace indispensable una puesta en objeto de su desarrollo. Es decir: ha ido llegando el momento de la conciencia teórica acerca del fenómeno de los Ec, fruto precisamente de su fuerte despliegue. Ya desde los Ec se piensa no sólo fenómenos culturales –a menudo no analizados previamente-, sino también se estudia “a” los Ec; estos han pasado a ser parte de aquello que vale la pena analizar, objeto de metateoría. Es decir, se hace teoría sobre lo que representan las teorías de los Ec.

Dentro de esa tesitura están nuestros trabajos iniciados hace ya tres años dentro de un prolongado proyecto de investigación, y un conjunto de obras donde aparecen diversos autores, a menudo críticos de tales Ec (Eduardo Grüner, N.Casullo, C.Reynoso). Ello, junto a la amplia saga de autorreflexión dentro de los Ec mismos, con textos que han surgido de la acumulación de acervo de sus autores, tanto como de la necesidad de respuesta a algunas de las críticas recibidas. En esta saga de lo que llamaríamos la autorreflexión de los Ec, podemos distinguir claramente dos líneas: por una parte aquella mayormente legitimatoria, en la cual se trata de sostener a la propia tradición desde posiciones cercanas a la autocelebración (artículos de García Canclini, o un libro colectivo de homenaje a J.Martín-Barbero) (García Canclini, 1998)). Y otra con un sentido crítico de reflexión que intenta repasar logros y limitaciones de una manera matizada pero severa, como se expresa en algunos de los trabajos presentados en un coloquio dirigido por Mabel Moraña en el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de la Univ. de Pittsburgh (Moraña, 2000).

Trataremos en el presente texto de hacer una aproximación a algunos de estos desarrollos que implican cierta inesperada “madurez” de los Ec; ésa que no está en consonancia con su efectiva joven presencia dentro del espacio cultural latinoamericano, pero sí con su vigoroso desarrollo y su fuerte asentamiento en muy diversos espacios de reflexión y de discusión. Continuaremos con una breve referencia a la relación de asociación y/o diferenciación de los estudios culturales respecto de los poscoloniales y afines (que apelan a múltiples denominaciones: estudios subalternos, posoccidentales, sobre colonialidad del poder, etc., obviamente con matices diferenciales en cada caso); existe una situación un tanto confusa en cuanto a si estos últimos son también “estudios culturales”, o conviene llamarlos de otra manera (obviamente, no hay ninguna esencialidad sobre qué sean los Ec; la cuestión es determinar cuál es el uso más conveniente que pueda hacerse de esa categoría).

3. Metateoría sobre los estudios culturales: celebraciones y rechazos

Los Ec han sido una empresa cultural exitosa. Antes temporalmente en Estados Unidos que en Latinoamérica, se ha repetido la historia de la aproximación a temáticas de interés cotidiano, previamente dejadas de lado por las ciencias sociales, y desde enfoques a la vez cercanos a la vivencia que han implicado una modificación de los tonos y estilos en la escritura académica. A la vez, se ha practicado una retórica de la criticidad y de la democracia, surgidas de la combinación entre los inicios semiolvidados de los Ec en el pensamiento de la izquierda británica con la aceptación abierta de la cultura de masas, propuesta como una apertura al gusto de las mayorías.

Lo cierto es que lo recién señalado, aunado al espíritu alivianado de los tiempos posmodernos ha dado por resultado un considerable acopio en cuanto a producción de bibliografía y artículos hemerográficos, logro de citas en trabajos de terceros, presencia protagónica en congresos académicos relativos a disciplinas diversas, y prestigio relativo de sus miembros más reconocidos.

Sin dudas que en otro horizonte histórico-cultural (digamos por ej., el de los años setentas en Latinoamérica) sería difícil que se hubiese aceptado con fruición la consagración de la “epistemología del shopping” (G.Canclini), la entronización del cambio de canal de TV como supuesta resistencia, o la celebración del consumo como nueva forma de la ciudadanía. Esta serie de postulaciones que van en inversa relación con el agravamiento progresivo de la situación social en el subcontinente durante las últimas décadas, se inscriben en una condición cultural de socavamiento de la capacidad conciente de negación, y de instalación de la superficialidad del campo de la imagen como principal modalidad de relación con el mundo. Estas nuevas formas de la cultura que no tiene sentido exorcizar, pero de las que hay que dar cuenta estrictamente, son el marco dentro del cual los Ec se han establecido, como específico ser-parte-mismo de esa cultura a la cual describen y buscan estudiar.

Lo cierto es que el llamativo éxito de los Ec se asocia con la invisibilización de los orígenes que ellos tienen como escuela, dado que se reconoce a sus autores pero –como ya señalamos- no se los suele reunir bajo el nombre de “Ec”. De tal manera, se les suele otorgar un halo de originalidad –cuando no de la siempre mítica y latinoamericana originariedad - por el cual estos Ec en nuestro subcontinente constituirían una novedad conceptual propia sólo de nuestra producción, y que nada debería a previos desarrollos en otras latitudes.

Por supuesto, la aplicación latinoamericana de los Ec no es una copia de alguna versión previa, e implica algo muy diferente a una especie de deducción simple desde ciertas premisas previamente asumidas. Pero a contrario sensu , resultan por completo incomprensibles en su génesis tanto como en sus contenidos, sin la explícita remisión a los Ec iniciales en Gran Bretaña, y más aún a la posterior versión estadounidense y canadiense de ellos. Sin embargo, insistimos en que ni partidarios ni adversarios de los Ec latinoamericanos han enfatizado demasiado el punto de su relación con tradiciones anteriores, de manera que se ha dado a esta versión latinoamericana un aura de peculiaridad que no es la menor de sus cartas de consagración.

Lo cierto es que tras la gran difusión de estos estudios, surge su posicionamiento como espacios conceptuales dignos de ser analizados ellos mismos. Es decir, surge la posibilidad de hacer metateoría sobre los estudios culturales, tomarlos como objeto de tratamiento. Y si bien es adecuada la conocida frase de Lacan relativa a que “no hay metalenguaje” (y que por ello todo metalenguaje está ceñido a los problemas de interpretación múltiple a que lo está el lenguaje-objeto), de cualquier modo es cierto que se trata de una reflexión “de segundo orden”, que por ello puede ser distinguida del análisis de temas distintivos (por ej. los medios de comunicación o las identidades juveniles) por parte de los Ec.

Estos textos de tratamiento sobre los Ec, podemos dividirlos entre los que sus autores hacen sobre sí mismos, y los que otros han realizado sobre ellos. Los primeros han sido mayoritaria –pero no exclusivamente- autolaudatorios, los segundos mayoritariamente críticos y –en algunos casos- decididamente adversos. Aquí tomaremos en consideración a algunos de los críticos (que incluyen ciertos autores de Ec). Por supuesto que no pretendemos otra cosa que tomar en consideración algunos trabajos que hemos considerado relevantes, no a toda la producción que pueda encontrarse sobre Ec en el subcontinente.

3.1. El camino de las críticas: la cultura puede decirse de muchas maneras

3.1. a. Derroteros inciertos

El primer intento crítico de peso en Argentina hacia los estudios culturales estuvo dado por un libro compilado por Eduardo Grüner y publicado en 1998 (Jameson, 1998). Tal texto tuvo la virtud de operar casi como “presentación” para el público local de dos autores no exactamente inéditos, pero sin duda para entonces poco conocidos en el país: F.Jameson y S.Zizek. Grüner se encarga de hacer una biografía intelectual de cada uno de ellos y de presentarlos al espacio intelectual local, lo cual fue sin duda un aporte de peso, dado el valor teórico de la obra de cada uno de estos autores.

A su vez, el libro resulta un tanto desparejo, por variadas razones. Se compone de una larga introducción del mismo Grüner, y luego de un trabajo de Jameson y otro de Zizek. Pero de entrada cabe advertir que el texto de este último se refiere al multiculturalismo, y no específicamente a los Ec. Y si bien en algunos casos estos últimos pueden haber tomado a aquél como objeto –e incluso como motivación epistémica, como lo propone a menudo García Canclini- en estricto sentido es evidente que el multiculturalismo nada decisivo debe a los Ec en su desarrollo dentro del espacio sociopolítico, así como los Ec estaban en existencia antes de que el multiculturalismo se impusiera como fenómeno. En todo caso, despejar la fusión que suele hacerse entre ambos tópicos es de por sí una tarea epistemológica necesaria, y en este libro la situación aparece nítida y –como se hubiera dicho en otros tiempos- “en estado práctico”: cuando se lee a Zizek a uno le queda claro que no está haciendo referencia alguna a la producción en Ec. Sus ataques al multiculturalismo como asunto ya incluido en la esfera de la oficialización de los gobiernos capitalistas y las agendas de organismos internacionales no dejan de resultar de interés, aun cuando quepa preguntarse si tanta furia contra el liberalismo como legitimador del capitalismo actual, no puede volverse hacia la promoción de actitudes antidemocráticas de derecha, las que por cierto no han faltado durante los últimos años en el continente europeo.

A su vez, el texto inicial de Grüner sí parece dirigido a una crítica de los Ec en cuanto tales. Sin embargo, está lejos de cumplimentar plenamente ese propósito. Grüner es uno de los intelectuales ligados al marxismo más detallados y cuidadosos en el análisis de la cultura contemporánea dentro de Argentina, y ello se advierte incluso en los trabajos de su autoría que aparecen a veces en diarios o suplementos culturales. Sin embargo, en este caso nos encontramos con una crítica que llamaríamos “externa” a los Ec, dado que no hay referencias específicas a ningún autor de estos, ya sea en la tradición sajona o en la latinoamericana. Las alusiones a una reivindicación teórica del marxismo (que incluyen de una manera llamativa –por ej.- una tardía defensa de la actualidad del pensamiento de Althusser) son quizás adecuadas para enfrentar el ablandamiento teórico en boga, pero lo harían con más eficacia si se estableciera con mayor precisión en qué consiste su actual pertinencia. En todo caso, ésta no es puesta al servicio de un seguimiento estricto de las obras de Ec, de modo que no es evidente para quien lee a qué autores y textos se está refiriendo la crítica de Grüner, menos aún si se tiene en cuenta que la denominación “Ec” ha tenido tan escasa utilización en nuestro medio.

Sólo el trabajo de Jameson refiere a Ec con más precisión dentro del libro. La indisputable calidad teórica del autor estadounidense está presente en su texto, tanto como lo está su ambigua posición en relación con los Ec. Siendo un marxista atento y sensible a las cuestiones de la cultura y la significación, ha encontrado en estos estudios remisión a tales aspectos, habitualmente poco asumidos en la tradición de la izquierda teórica (y menos aún en la más directamente política). Ello lo lleva a una cierta aceptación de los Ec, pero a la vez no deja de advertir los peligros de la carnavalización conceptual, y el festejo populista de la cultura de masas “realmente existente”.

De entrada, Jameson advierte cómo lo “posdisciplinario” de los Ec no impide que un tópico central sea su relación con las disciplinas establecidas, en consonancia con lo que ya hemos observado sobre ese punto. Muestra su relación con la Comunicología (sobre todo en Canadá) y con la Antropología , dejando abierta la cuestión de que no puede cubrirse el espacio previo de cada una de ellas. En todo caso, la originalidad de los Ec residiría en su relación con los movimientos sociales y lo que excede el mundo académico. Ahora bien, esta versión de Jameson parece simplemente asumir la “historia oficial” de los Ec , sin atender a su mayoritaria desconexión con lo directamente social establecida en la implantación estadounidense de la escuela.

La alusión posterior a “Frente popular o Naciones Unidas” hace a asumir el cruce de las identidades como espacio preferencial de los Ec, con lo que ello implica de necesario abandono de políticas más precisas de “frente popular”; aparece aquí la tensión entre una política de reivindicación de las clases explotadas y la de defensa de la pluralidad multicultural. Jameson deplora el abandono que en nombre de una nueva ortodoxia, los Ec han hecho de tradiciones como las del marxismo y el psicoanálisis, y dedica todo un acápite a rechazar la pretensión de proponer a los Ec como sustitutos del marxismo (por nuestra parte, aclaramos que los autores latinoamericanos como García Canclini y Martín-Barbero en diversas ocasiones han expresado su rechazo del marxismo, supuestamente “superado” por la versión teórica ofrecida desde los Ec).

Jameson dedica una parte del texto al concepto muy usado en los Ec estadounidenses, de “articulación”, mostrando su debilidad intrínseca. Es de destacar que en su libro posterior C.Reynoso también insistirá en la falta de precisión de esta categoría, a menudo presente más como una especie de talismán retórico, que como una instancia de explicación efectiva (cabe aclarar que en el caso latinoamericano no hay una remisión persistente a tal noción de “articulación”).

También el autor dedica un largo pasaje a la cuestión de las identidades grupales, mostrando que no debieran hipostasiarse éstas, pues se las presenta como bloque unívoco contra otras identidades, ocultando que dentro de cada grupo existen diferencias y matices. Las políticas de la diferencia sostenidas desde los Ec debieran insistir en este fenómeno para evitar convertir a cada identidad grupal en una mónada agresiva contra todas las demás.

Al hablar luego de “intelectuales flotantes”, Jameson da de lleno en uno de los puntos más frágiles de los Ec, su populismo antiintelectual. La crítica es muy lúcida: “El síntoma negativo del populismo es precisamente el odio y el rechazo hacia los intelectuales como tales...Se trata de un proceso simbólico contradictorio, no muy distinto del antisemitismo judío, dado que el populismo constituye, en sí mismo una ideología de los intelectuales (el “pueblo” no es “populista”), que representa un intento desesperado de reprimir su condición y negar la realidad de su vida” (Jameson). Continúa Jameson atacando al “populismo como una doxa” (p. 122 y ss.): allí Jameson rechaza toda la retórica vacua sobre el “poder” difuso, que acompaña a buena parte de los Ec, y muestra cómo la ideología liberal se ha entronizado en ellos, disfrazada de lucha contra el economicismo marxista.

Finalmente Jameson deja notar la cuestión de la internacionalización de los Ec, a la vez que la forma en que éstos estudian la internacionalización cultural y el tema de la Nación. Advierte que la trasnacionalización de la empresa de los Ec no deja de estar fuertemente permeada por el poder de la academia estadounidense; que el tema de la Nación no puede ser simplemente despachado de cuajo como si ya no existiera (ha sido en todo caso reconfigurado, y se requieren nuevos mapas para pensarlo), y que en todo caso los Ec pueden ser una promesa válida de asumir la conceptualización de las nuevas situaciones, si es que ellos no ceden a sus tendencias más populistas y al abandono de toda teoría estructural en nombre de la inmediatez y lo cotidiano.

Como síntesis, se diría que el libro de Grüner es una aproximación primera y todavía tibia a lo planteado desde los Ec, con una referencia no muy específica, y una crítica –en el caso de Jameson- planteada desde un campo muy cercano a los Ec mismos (Jameson escribió ese texto como una Introducción a una vasta antología de Ec del hemisferio Norte). Unos años después, el autor argentino ha escrito un nuevo libro –muy reciente, de modo que no hemos podido aún analizarlo- donde quizás apunte con más precisión al mismo fenómeno (5)

3.1.b. La obliteración de lo sublime

Otro de los intentos críticos ha sido sin duda el del argentino Nicolás Casullo, alguien que antes se había interesado por la cuestión de la posmodernidad, pero siempre desde un punto de vista de sostenimiento de la crítica moderna de la cultura, es decir, ligando la noción de lo posmoderno a la de lo que personalmente he denominado “crítica moderna de la modernidad” (6)

Casullo es claro en su propósito desde el inicio: recuperar la posibilidad de la negación y de la crítica en tiempos en que éstas se ven amenazadas desde el poder y desde la capacidad que éste tiene de captación de los intelectuales. Nos dice: “Teniendo en cuenta lo que la actualidad señala como desfallecimiento de una crítica con perfiles drásticos, la pretensión de estas páginas es situar precisamente la reflexión sobre algunas facetas de aquel pensamiento cuestionador que contiene atributos de disconformidad categórica con el mundo culturalmente dado” (Casullo, 1998, 9). El camino es definido: oponerse al creciente adaptacionismo de las posturas intelectuales en el campo de los problemas culturales, a los fines de rescatar la posibilidad de una posición no ganada por la integración y la asimilación.

Casullo advierte la enorme pregnancia que las posiciones en pro de lo dado han venido asumiendo en las últimas décadas, a partir de la caída de las alternativas político-prácticas al capitalismo vigente. De tal modo, los discursos han ido deviniendo crecientemente funcionales, al punto de llevarlo a preguntarse: “¿Cómo era el mundo antes de “los simulacros”, las “realidades virtuales”, la “cultura de la imagen”, la “fragmentación de las identidades”?”. Pareciera imposible descubrir, tras el magma de la producción conceptual de este tiempo, alguna densidad ontológica por fuera de las virtualidades, alguna materialidad que rebase el mundo sígnico, algún compromiso que trascienda la asunción del instante y la satisfacción de los propios intereses.

Por ello las apelaciones del autor a Rousseau, a Max Weber e incluso (y con alguna brevedad algo sorprendente) a Lukács: trazas de la modernidad desde las cuales recuperar la densidad de la palabra y la distancia con respecto al presente. Desde este legado asume Casullo el capítulo segundo de su libro, dedicado definidamente a las investigaciones sobre cultura. En ningún momento habla el autor de Ec expresamente; pero no cuesta demasiado advertir que si no el único, al menos ése es sin duda uno de los blancos preferenciales a los que va dirigido su discurso.

Como ejemplo de lo antedicho, sirva esta referencia: “Durante la última década gran parte de las cuestiones comunicológicas se deslizaron de manera casi excluyente hacia un escenario académico de amplia disponibilidad entre sus riberas: la cultura...hasta el punto de transformar tales enfoques, bajo atmósfera posdisciplinaria .... Como se ve, se reúnen aquí dos de los reconocidos tópicos en los Ec, altamente ligados entre sí: la supuesta “superación de las disciplinas”, junto al hecho de que la Comunicología es uno de los sitiales privilegiados en que se produce la instalación –disciplinaria, por cierto- de tales Ec, en atención precisamente a que éstos pueden inscribi.rse en diversos sitios por no ser propios de ninguno.

Casullo entiende que hay en los Ec una agregación de datos sin la suficiente ordenación conceptual, una especie de descripción que permanece en el campo de las impresiones: “...la monotonía de un subgénero en boga: el de la impertérrita agregación de datos para la descripción de los paisajismos culturales”. Y se agrega poco después: “Una cosmética del pensar bello que regresa como género ornamental y a la vez hospitalario de un tiempo dominado por la vulgata de las “verdades narrativas” (bastardillas y comillas en original).

La desaparición de lo sublime kantiano en manos de lo bello es subrayada por Casullo, como en otro contexto lo ha sido por Jameson. Se trata ahora de lo externo, ornamental, visible, por encima de la posibilidad negativa que porta lo sublime, de su radical a-representacionalidad. En ese hacer todo visible, propio de los tiempos de predominio de la imagen, en esa obscenidad para la cual no queda el resto de lo impensado, se atiene la crítica que Casullo sostiene con fuerza, siendo los Ec al menos parte importante de aquellos que pudieran ser tocados por tal crítica. Esto vuelve a advertirse cuando el autor señala respecto a sus adversarios, a los cuales resulta evidente que ha preferido –por algún motivo que no resulta precisable- no nombrar de manera expresa: “Y así como la historia como espectáculo reposó sobre la discutida figura del ciudadano, el espectáculo como historia se sustenta sobre otro actor mítico-estético: el receptor”, señalamiento que no puede dejar de asociarse al peso que la obra de Martín-Barbero otorgó al receptor mediático, en consonancia con el que le otorga buena parte de la literatura estadounidense de cultural studies . Si recordamos la categoría de “apocalípticos” que Martín-Barbero aplicara a sus adversarios teóricos en alguna entrevista, suena muy contrastante esta afirmación: “Resulta significativo que en el campo de los estudios culturales gravite tanto, todavía, aquel slogan tan escaso como mitificante de “apocalípticos” e “integrados”, cuya resonancia binaria hace treinta años que busca simplificar o camuflar el acelerado desdibujarse de una teorización crítica de la cultura. La exitosa brutalidad de dicho rótulo...”.

Casullo habla luego de la amenaza, del recelo, con ecos nietzscheanos. Es que no sólo la figura de Marx resultaría adecuada para salvar las energías críticas de la modernidad, sino también la de aquellos autores que fueron capaces de algún tronar, de resonancias fuertes, aquéllos que no se atenían a las tenues banalidades del presente posmodernizado y conciliatorio. En dicha tesitura, el estilo módico de los Ec, su ubicarse como “teorías débiles” que no pretenden el asentamiento en criterios de crítica, resulta obviamente rechazable. Todo el posterior itinerario del libro de Casullo continúa en la misma dirección: si del pasado se trata, sería para encontrar no una nostalgia, sino vestigios desde los cuales desatar un presente que fuera digno de las figuras de ese pasado. Que fuera capaz de redescubrir, entonces, el conflicto, la lucha y la imposibilidad de admisión de la mercantilización como si ella fuera el horizonte irrebasable del presente.

3.1. c.: Campos de confluencia: Latinoamérica revisitada

Una monumental antología de textos de estudios culturales –en este caso relacionados con A.Latina- es la que presenta M.Moraña en un libro editado en el año 2000 (Moraña, 2000). Trabajado a partir del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de la Universidad de Pittsburgh, el libro recopila los resultados de un Simposio realizado allí en 1998, con otras contribuciones agregadas a posteriori.

Estos trabajos no sólo son “de” Ec, sino “sobre” éstos; es decir, en muchos casos toman a los Ec como objeto de tratamiento y de evaluación (crítica o no, según el emisor). Los que escriben son en gran mayoría latinoamericanos, o en su caso autores que han trabajado sobre Latinoamérica, aun cuando lo hagan desde los países del Norte. La recopilación resulta muy rica en su vastedad, variedad y espacio de acercamiento entre latinoamericanos que escriben desde el subcontinente, y aquéllos que pueden mirar “desde fuera” esos análisis y ponerlos en contraste con los propios, realizados desde la academia de los países centrales. El amplio intercambio de estos derroteros diferenciados da lugar a una rica gama de miradas y extrañamientos mutuos, que hacen del libro un espacio de consulta obligada para esta problemática.

Lejos de mi intención es hacer una especie de “balance general” de una antología tan variada; nos limitaremos sólo a unos pocos textos, y a algunos de sus postulados más destacables. Sí, es preciso dejar constancia expresa de que una consideración más detallada sería sin duda, sumamente útil, para aprovechar al máximo las posibilidades abiertas por una textualidad amplia y divergente.

Ya en la introducción, la compiladora nos señala su preocupación respecto de “el lugar de las ideologías en la definición de agendas culturales que se enfrentan al vaciamiento político en la posmodernidad” (p.9). La necesidad de reintroducción de lo político al análisis resulta central en su discurso; se habla de “riesgosas, pero aún pertinentes polaridades (Norte/Sur, centro/ periferia, hegemonía/subalternidad, escritura/oralidad)”...y luego: “¿Cómo restituir, finalmente, la historificación y la política a análisis que al relocalizarse en torno a la centralidad de la cultura parecen resolverse, con frecuencia, en el solaz del “pensamiento débil”, las aventuras del pastiche ideológico o las trampas de la amnesia colectiva?” (p.10)

Sin duda que estas preocupaciones coinciden con las que muchos hemos manifestado en nuestros propios trabajos en relación con los Ec. Sigue M.Moraña: “pero la (Inter o trans) disciplinariedad es tan sólo uno de los aspectos del problema. El otro –estrechamente ligado al anterior- es el del probable disciplinamiento de los Ec en la medida en que éstos se van integrando al menú académico y a sus sistemas de control institucional. Si el populismo constitutivo de los cultural studies termina reduciendo los antagonismos a mera diferencia haciendo de ésta la nueva identidad de la posmodernidad, el carácter revulsivo de prácticas sociales y discursos antihegemónicos tiende a quedar absorbido y naturalizado en microanálisis que no remitan a parámetros teóricos o a programas político-ideológicos mayores y que pueden correr el peligro de agotarse en su propia dinámica culturalista” (p.10).

Creemos que la cita es sin duda elocuente en cuanto a manifestar –en palabras de una académica que por trayectoria e intereses está inmersa en la perspectiva de estudios sobre lo cultural- cuáles son los peligros que acechan a los Ec en cuanto a su pérdida de relación con los marcos estructurales, y a su despolitización creciente. Son problemas que –nos señala la autora- “pueden llegar a causar el quiebre definitivo de la propuesta culturalista”; aunque a su vez “es indudable que los Ec han realizado ya, para el caso de A.Latina, una intervención fundamental, quizá definitiva, en la manera de concebir la cultura y las relaciones entre canonicidad y disciplinariedad...”.

En esta tensión entre aportes de los Ec (en cuanto a temáticas y enfoques) y peligros que acarrean (en cuanto a populismo y despolitización), se encuentran los artículos de la antología a que referimos, donde pueden hallarse los más variados matices de estas opciones.

Por ej. C.Rincón muestra que algunos perciben a los Ec como “una provocación” (Rincón), que puede relacionarse al uso de ciertas metáforas a las que se otorga valor explicativo (caso “hibridación”), o a las dificultades de la sociología académica para dar cuenta de los nuevos fenómenos socioculturales en curso. Rincón refiere la reconocida antología de Golding y Ferguson (Ferguson, 1998), para señalar que las críticas externas son parte del proceso de revisión que hoy sufren los Ec, y que muchas de ellas provienen precisamente de esas versiones más tradicionales de las ciencias sociales. Tras estos señalamientos, un detallado proceso de análisis de la noción de hibridación a partir de Bhabha, finaliza en mostrar que la aplicación de dicha noción por García Canclini al caso latinoamericano no ha sido suficientemente precisa, dando lugar sólo a referir a la heterogenediad de influencias que provienen de lo premoderno, lo moderno y lo posmoderno.

En todo caso, la crítica de la noción de hibridación es una de la que por nuestra parte no hemos practicado en el libro Teorías Débiles , pero sí una de las que más habitualmente se ha realizado al autor argentino, a partir sobre todo de quienes están ligados a las posiciones poscoloniales, dentro de las cuales se busca mantener una fidelidad mayor a iniciadores de tal corriente como es Bhabha. La insistencia de estos últimos en cuestiones como la no unidad interna de cada subjetividad, y la búsqueda –o al menos pretensión- de politizar el discurso en orden a las relaciones de poder en la geopolítica mundial, hacen que entiendan que la noción de hibridación de García Canclini carecería a la vez de precisión y de sentido crítico. Abril Trigo es un ejemplo al respecto –en su caso ampliando la crítica hacia algunos usos poscoloniales del término- cuando señala la hibridez como “comodín hermenéutico poscolonial”, a la vez que dedica a la crítica de García Canclini gran parte del contenido del acápite que lleva dicho título (Trigo, 1997).

Otros de los tópicos de crítica muy conocidos van apareciendo en textos del libro: el señalamiento de la abdicación ideológica supuesta en la apología del consumidor (Larsen); la referencia a que los Ec llegaron a Latinoamérica por vía de su previo paso por Estados Unidos, con el adaptacionismo del caso; el peso de la academia estadounidense en la configuración de una agenda sobre Latinoamérica (aunque –en el artículo de De la Campa- poniendo el peso al respecto en los poscoloniales, no en los autores que nosotros llamamos estrictamente de Ec latinoamericanos) (De la Campa ); la crítica a “las vagas referencias a la necesidad de estudios interdisciplinarios sin primero repasar aspectos fundamentales de la institucionalidad académica, que fuerzan a establecer los Ec” (Vidal); el vaciamiento de lo político, y la necesidad de su reinstalación (Vidal); el abandono de las ciencias sociales a las modalidades de los estudios literarios (Vidal); la crítica ideológica a los Ec, que en el caso de Ricardo Kaliman parte de una postura un tanto formalista de adhesión al marxismo y de no asunción de lo posmoderno (Kalimán); y –por cierto- nuevas críticas a la noción de hibridez según su uso por García Canclini en la escritura brillante de Alberto Moreiras, quien advierte una apropiación conceptualmente debilitada de la noción (Moreiras).

Una disección acabada de los aportes del libro merecerá algún posterior estudio específico. Por ahora, nos conformamos con advertir cómo muchos de los puntos críticos que se advierten en trabajos de autores sajones como la referida compilación de Ferguson y Golding, están también plenamente presentes en la compilación de Mabel Moraña (y en lo que ella advierte en su Introducción), de modo que no cabe dudas respecto de: 1.La relación de paralelismo entre los “puntos vulnerables” de los cultural studies sajones y de los Ec latinoamericanos, lo que por otra parte lleva a advertir la remisión que los segundos han tenido a los primeros; influencia nunca suficientemente asumida, aun cuando la versión local lleve menos al extremo algunas tendencias; 2.La problematicidad intrínseca de varios de estos puntos (licuación de ciencias sociales en humanidades, postulación interdisciplinaria sin parámetros epistemológicos, acriticidad ínsita en la noción de audiencias omnipotentes, etc.), y la necesidad de su disección y revisión sistemáticas.

Al pasar, señalemos que el libro de M.Moraña reúne a autores poscoloniales en sus diversas denominaciones (posoccidentales, subalternistas, etc.) con aquellos que nosotros hemos denominado “propiamente” Ec (los que provienen de la tradición que pasa por Williams y luego S.Hall). Por supuesto que no cuestionamos que también a los primeros pueda denominárselos “estudios culturales”; la decisión de uso del nombre es convencional, y remite a contextos y finalidades determinados en cada caso. Reunirlos a todos tiene la ventaja de ofrecer espacio a sus mutuas diferencias y tensiones; pero también la desventaja de unir en una sola discusión algunas posiciones disímbolas. En todo caso, la antología de M.Moraña asume el debate en sus muy diversas vertientes y enfoques, y de tal manera se configura en un espacio de consulta irrenunciable para quien se interese por estas temáticas.

4. Las ciencias sociales en la cultura del negocio

Dos grandes tendencias alcanzamos a avizorar en las ciencias sociales contemporáneas –ya para sintetizar nuestro trabajo-. Una de ellas, la que conlleva la progresiva mercantilización de la ciencia, su servicio directo a los intereses gerenciales de las empresas o el Estado en nombre de un supuesto “nuevo modelo” científico (Moreiras), también él interdisciplinario, y además de ejercicio grupal, con finalidades pragmáticas; la otra –que es la que hemos venido considerando- más sutilmente influenciada por las mismas características del presente mundo globalizado: ciencia “débil” con disminución de la negatividad en lo ideológico, con caída de lo empírico y lo teórico en pro de lo simplemente retórico, y debilitamiento de lo epistémico en orden a una llamada a la innovación sin criterios precisables.

Creemos que la primer tendencia se explica en gran medida por sí misma, y no requiere demasiado análisis para que se advierta su obvio estar pensada desde el poder y a su servicio. El pensar en criterios pragmáticos como único horizonte de producción de la investigación, suponer que hay que resignar lo epistémico en aras de lo aplicativo, dar por “acabada” la ciencia independiente como si fuera propia de un modelo “retrógrado”, es el discurso mismo que tienen la mayoría de las instituciones dedicadas al financiamiento de la investigación, incluso –muy tristemente- las estatales, y buena parte de las universitarias. El discurso dominante ha infestado al mundo académico, y no cuesta encontrar “criterios” tan sugestivos para otorgar financiamiento estatal, como hacerlo sólo para aquéllos que ya lograron financiamiento privado, pues estos “habrían hecho su propia contribución”. Con ello, la disminución del peso del pensamiento crítico, de las humanidades y de los desarrollos de las ciencias sociales no inmediatamente utilitarios, y aún de parte de la ciencia básica en disciplinas físico-naturales, queda completamente asegurada. En ese horizonte nos encontramos hoy, y es sin duda éste un espacio decisivo de lucha en que debemos inscribirnos quienes queremos salvaguardar el pensamiento crítico y márgenes razonables de independencia académica.

Pero no es esta línea la que hemos venido explorando en nuestro trabajo, sino la segunda, la que hemos denominado “teorías débiles”. Asistimos a una progresiva pérdida de criticidad y de pertinencia política de los trabajos en las ciencias sociales, a la vez que a una desarticulación de criterios epistemológicos disciplinares que sin dudas se muestran problemáticos, pero que tienden a ser reemplazados por la simple improvisación o el eclecticismo, puestos bajo el nombre de inter o transdisciplina. Las características de este aflojamiento a la vez ideológico y epistémico las hemos desarrollado ya considerablemente en el análisis de los Ec, como también los habíamos hecho antes con la deconstrucción (ambos recopilados en el libro Teorías Débiles ). En este mismo trabajo hemos continuado aquel análisis inicial sobre los Ec. Nuestra hipótesis es que nos encontramos ante una tendencia más general en el campo de las ciencias sociales, e incluso en el de la Filosofía : en este último, las discusiones principistas que surgen del auge de la Filosofía política (Gibbons, 1997) y de la Etica muestran, elocuentemente, que ante la crisis de la proyectualidad política emerge la pregunta por los principios abstractos y una especie de “envío al cielo platónico” de las preguntas que no pueden responderse desde las ciencias sociales o la práctica directa.

Tiempo de ablandamiento generalizado del discurso; frente a lo que no se sabe, a veces se prefiere decir en una especie de mid-dire , que buscar cómo enfrentar la nueva complejidad con herramientas suficientemente acrisoladas. Es cierto que la innovación siempre empieza por la incertidumbre: pero también lo es que no puede hacerse de la incertidumbre una virtud, y menos aún una permanente base de posiciones que se sostienen a menudo sin señalar que tal base no está asentada.

Esta situación de las ciencias sociales y la filosofía está enclavada en situaciones objetivas; dicho de otro modo, no pensamos que resulten casuales o casuísticas estas modificaciones en los discursos teóricos. Sin duda que hay una nueva condición del capitalismo que es la que establece las condiciones materiales que generan esta nueva realidad.

Tales condiciones se relacionan con el peso actual del capital financiero, por una parte, en la conformación global de la masa de capital, con el consiguiente incremento de los flujos de movilidad de remesas dinerarias; con el lugar creciente del saber en la modificación de los procesos de producción, por vía de la permanente innovación tecnológica, y la decisiva influencia de ésta en la posibilidad de publicitación y venta de los productos; y por último –y no poco importante- el paso de lo simbólico a ser parte de lo infraestructural de la economía; es decir, el peso cada vez más grande de las industrias internacionalizadas de lo cultural como productoras de ganancia, y por ello la aparición de lo cultural como factor propiamente económico, no sólo como lugar de simbolización de lo que sucede en alguna esfera económica que le fuera exterior. En este último sentido el surgimiento de la TV satelital aparece por sí solo como una fortísima fuente de ganancias, así como sin duda lo es la música en su internacionalización y paso a la imagen por vía del video-clip, los video-juegos como pasatiempo juvenil de masas, los deportes por vía de su multiplicación en espejos infinitos por televisión, e Internet incluido el correo electrónico, en cada caso con todos los aditamentos técnicos y de equipamiento que les están asociados.

Como se ve, hay modificaciones estructurales importantes que dibujan una nueva trama del capitalismo global, y del lugar de la cultura y las comunicaciones dentro suyo. Esta permanente penetración de la cultura en el capital y viceversa, están afectando doblemente a las ciencias sociales, se hagan éstas cargo o no de la situación de manera conciente: 1.El objeto de análisis de las disciplinas sociales a menudo está constituido por estos fenómenos que acabamos de describir: lo mediático, la globalización informática y comunicativa, etc. De modo que en el análisis mismo del objeto se va produciendo una inevitable influencia de éste, que va conformando a menudo a los sujetos de estudio “a su imagen y semejanza”. Descubrir los mecanismos del mercado cultural, puede servir a hacerse cargo de ellos para ubicar allí el propio producto científico; aprender sobre el peso de las comunicaciones en la promoción de consumos puede llevar a buscar cómo promover el consumo de la propia producción del científico. En una palabra, se produce una relación “en espejo” con el objeto, de la que dimos breve cuenta en la parte final de Teorías Débiles. 2. No sólo por vía de aquello a lo que refieren las ciencias sociales, están afectadas por los nuevos procesos. Automáticamente, se diría que constitutivamente , están formando parte de esas nuevas condiciones a las cuales nos hemos referido. Lo que significa que se está-ya-siendo dentro del mercado académico cada vez más ligado a lo mediático, más jugado al fast-thinking , más subvencionado desde los espacios del marketing y del poder económico. Escribimos ya inscriptos de hecho en una situación que a menudo no conocemos, pero en la que estamos insertos a fondo, donde cabe considerar desde los financiamientos al clima cultural, desde los mecanismos de consagración a las modalidades evaluativas. Las ciencias sociales mismas son parte hoy del nuevo espacio en que se juegan comercialmente el saber y la cultura, más allá de cualquier intencionalidad de los actores.

Este es el “fondo” histórico sobre el que se dibuja la crítica que venimos realizando. Los Ec han sido ejemplo paradigmático, porque por su objeto de tratamiento son especialmente sensibles al mundo de lo mediático y a la cultura de masas. No extraña demasiado, entonces, que encontremos las huellas de tales influencias como itinerario de los Ec mismos. Pero sí resulta curioso que no encontremos en el espacio académico reservas activas para generar campos de especificidad suficiente para no ser fagocitados, necesaria tarea con la que hemos buscado colaborar.

Notas

Conferencia dictada por el Dr. Roberto Follari en la Universidad de Playa Ancha. Mayo de 2007. subir

(1) Un elocuente síntoma de este revival religioso ligado a la reaparición de lo hermenéutico como dimensión propia de la experiencia contemporánea lo mostró el encuentro realizado en Capri –febrero de 1994- por filósofos como Derrida, Trías, Vattimo, Gadamer o Gargani, muchos de ellos previamente muy lejanos a esa problemática. Están recogidas las ponencias de dicho encuentro en la recopilación dirigida por Derrida, J. y Vattimo, G.: La religión , Ed. de la Flor , Buenos Aires, 1997 subir

(2) Hemos hecho una aproximación a esta problemática en nuestro artículo “Derechos humanos y seguridad ciudadana: relaciones conflictivas”, en Revista Nórdica de Estudios Latinoamericanos y del Caribe , Vol.31, núm. 1, Institute of Latin American Studies, Univ. de Estocolmo, 2001 subir

(3) El caso de B.Sarlo es claramente singular dentro de los Ec, dado que no comparte su ideología “integrada”, ver nuestro Teorías Débiles (para una crítica de la deconstrucción y de los estudios culturales) , Homo Sapiens, Rosario, 2002. subir

(4) Cf. A.Matelart et al. op.cit; esto lo hemos trabajado en equipo de investigación en informe a la SCyT de la UNCuyo , Mendoza, a fines del año 1999, documento de N.Bistué subir

(5) El nuevo libro de Grüner también está en Paidós, editado en 2002, y se llama El fin de las pequeñas historias subir

(6) Un diálogo teórico sobre el tema posmodernidad, hecho de mi parte con Casullo (y también con R.Forster, que ha trabajado cercano a él) en “La posmodernidad en debate. En torno a un libro de Roberto Follari”, Rev. Dissens núm.3. subir

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