Estudios - Revista F@ro Nº 9

La cuarta dimensión del triedro:
ciencias de la comunicación y virtualización de la subjetividad

Eduardo Álvarez Pedrosian[1]
eduardoalvarez1975@hotmail.com
Facultad de Ciencias de la Comunicación
Universidad de la República (Uruguay)
Recibido: 4 de junio de 2009
Aceptado: 27 de julio de 2009

Resumen

Las ciencias humanas y sociales han sido cartografiadas por Foucault según un triedro de saberes donde el espacio del volumen resultante es identificado como el de la representación. Junto a su crisis en las décadas finales del siglo pasado, se da el desarrollo exponencial de las ciencias de la comunicación. Este hecho no es fortuito, sino que responde al proceso de construcción y domesticación de lo virtual. Mientras el proceso de hominización y sus mutaciones siguen en marcha en la dirección marcada por las tecnociencias, los productos cognoscentes elaborados sobre el mismo también experimentan una transformación concomitante, la que implica el análisis de los procesos de transversalización desterritorializante constitutivos de toda subjetividad, en el contexto en el cual además se generan territorios en dicha virtualización (culturas, sociedades, historias... mediáticas). Las ciencias de la comunicación absorben y llevan más allá a las ciencias humanas y sociales clásicas, reformulando a su vez los vínculos con los saberes del triedro: las ciencias naturales y exactas, la antropología filosófica kantiana, y los tres saberes de la producción, la vida y el lenguaje. Cualquier intento serio por reflexionar y conocer la contemporaneidad, no puede prescindir de una perspectiva comunicacional, para la cual lo central son las dinámicas transversales, los procesos de subjetivación generados desde su condición de mediación entre subjetividades.

Palabras clave: Ciencias Humanas y Sociales  / Ciencias de la Comunicación  / Virtualización de la Subjetividad

Abstract

The human and social sciences have been cartographed by Foucault according to the three faces of knowledge, where the space of the resulting volume is identified like the space of the representation. Together with its crisis, in the final decades for the last century, comes the exponential development of communication sciences. This fact is not fortuitous, it is the process of construction and domestication of the virtual. Whereas that the hominization process and his mutations follow in march in the direction marked by the technosciences, the intellectual products elaborated undergoes the same transformation, this implies an analysis of deterritorializing transversality inherent of all subjectivity, in the context in which generates territories on this virtualitation (media cultures, societies, histories...). The communication sciences absorbs and carries beyond the classic human and social sciences, reformulating in the same time links whit the three faces of knowledge: natural and exact sciences, kantian philosophical anthropology, and the three knowledge of production, life and language. Any serious attempt to reflect and to know the contemporarity, cannot do without a communicational perspective focusing on the transversal dynamics, process of subjectification generated from its condition of mediation between subjectivities.

Key words: Human and Social Sciences / Communication Sciences / Virtualization of Subjectivity

1. En el contexto de la modelización de las subjetividades

Es un fenómeno recurrente -como plantea Devereux-, que aquellos aspectos más relevantes para los seres humanos sean los últimos en ser dispuestos como efectivos campos de objetivación. Es decir, aquellos caracteres y procesos que nos definen y definimos a la vez, son de los más difíciles de conocer, en el sentido de aprehender dentro de un discurso explicativo-comprensivo que trascienda la inmanencia de los mismos. Así primero fue la astronomía, luego la física, después la química, la biología y por último sus ciencias del comportamiento (Devereux, 1999). Esta misma actitud la comparte con Comte, por supuesto desde otras convicciones muy diferentes a las de un positivista; se trata en general de una actitud realista sobre la subjetividad. En vez de llegar al delirio comteano de plantear un estado último de perfección, en la correspondencia entre esa realidad en sí y el discurso teórico, es enfático en su posición criticista del conocimiento y de la propia subjetividad.

Es entendible -en esta concepción-, que las ciencias humanas y sociales hayan sido las últimas en aparecer en escena. Lo que aquí trato de fundamentar, es que luego de los intentos -desde los que además jamás se logró ese estado de plena certeza- de las ciencias humanas por objetivar la naturaleza humana, construyendo sendos objetos como porción o aspecto de la realidad cotidianamente vivida por los propios sujetos gestores de estos productos intelectuales, le toca el turno a un último fenómeno, a una dimensión de la subjetividad para la comprensión científica de los fenómenos humanos: la representación en cuanto tal.

Algunos consideran que cuando se piensa en el en sí, se está necesariamente absolutizando. Esto no es condición necesaria de lo primero, podemos creer en la existencia de un en sí sin que éste sea una cosa, podemos pensar como Nietzsche en que se trata de devenires y no de esencias. Claro está, nos enfrentamos ante el problema de la identidad. Este es para él, el gran horizonte ante el que nos enfrentamos desde hace siglos. Porque se ponga en crisis lo que sea, no desaparece lo que está en juego. Por el contrario, y más aún para el caso de la objetivación científica, cuando necesitamos construir objetos de estudio, necesitamos poner en crisis lo experimentado para de allí producir las teorías entre dichas prácticas (imputar en términos weberianos, romper en los de Bachelard). Para comenzar a tejer necesitamos hender, rasgar la doxa. Si aceptamos la crisis de la presentación, como un fenómeno que además tiene ya por lo menos cien años en Occidente, y veinte en los modelos hegemónicos que producen la imagen oficial de la globalización, no por eso desapareció la representación. En realidad, la problematizamos, le damos otro estatus gnoseológico, necesitamos ciencias y filosofías que produzcan conocimiento sobre ella.

Así creo que se establece el contexto que da origen a las ciencias de la comunicación. Lo que sucede es que hay que tener muy presente, todo el tiempo, que cuando se dan estas mutaciones se reconvierte lo anterior a la luz de la novedad, a la vez que se combina con permanencias relativas de otros estratos arqueológicos del devenir, con lo que tenemos un contexto del acontecimiento que es cualitativamente diferenciado en sus componentes: hay viejos y más recientes, hay de aquellos casi conservados y de los otros totalmente reciclados, y en diferentes ritmos de aparición e intensidades de presencia. La tal renombrada crisis de la representación, que da origen a una nueva necesidad e impulsa un campo nuevo de indagaciones para el espíritu científico (esa actividad desarrollada por la subjetividad como creación de objetivaciones sobre la experiencia y la reflexión), pone en crisis, ahora sí en un sentido más apocalíptico, a las ciencias humanas precedentes, que como tales, no linealmente tenían como pre-supuesto inevitable la existencia de la representación como a priori para elaborar los conocimientos sobre el hombre (Foucault, 1997).

Lo que hemos estado haciendo desde los últimos siglos es sacar a la representación del a priori en la que todavía la teníamos instalada -no sólo en las ciencias humanas, sino en la dimensión del imaginario social y concentrada en sus modelos hegemónicos-, problematizándola. Los primeros que realizan esta operación son quienes actúan dentro de los campos de producción y reproducción social. Es desde las estrategias de producción de subjetividad más relevantes, que se comienza con esta operación. Mientras nacen y se configuran la mercadotecnia y la publicidad, desde las ciencias no se sabe bien qué aptitud tomar. Gritos escandalosos del fin de los tiempos... de la historia, de las utopías, de la representación. Bien, a esto hemos llegado. A una situación donde la sofisticación de las mecanismos de producción de imágenes y el estudio de sus efectos, en síntesis, de actuación directa en la creación de representaciones y con ellas de intervención en los posicionamientos a adoptar por parte de nuestras subjetividades ante la dimensión de su virtualidad, se contrapone a una filosofía occidental y unas ciencias humanas occidentales que tienen graves problemas para "asumir las tomas de decisión" -volviendo a Devereux-, que habría que tomar para navegar crítica y creativamente en dicha dimensión de lo que nos constituye, para emprender el viaje sin retorno a Siberia (Fabbri, 2004).

El capitalismo como complejo de campos de intereses variados no ha perdido el tiempo, más bien ha impulsado la problematización de la representación: ha exigido que existan especialistas en la producción de imágenes, en el control de sus efectos, y con ello a alcanzado a objetivarla. Quiero seguir creyendo que las objetivaciones científicas, si bien también están controladas por las reglas del mercado, pueden todavía seguir escapando; quizás sea necesario para el propio sistema. Quiero creer, que puede conocerse la dimensión de la virtualidad de la subjetividad más allá, aunque sea un poco más allá, del interés exclusivo de producir capital (que es además del tipo despótico) con ello. Nadie negará, ni el más necio, que en la actualidad a todos los mecanismos de control precedentes se la ha sumado -como el más problemático- el de la producción del deseo. Del control de las materias primas, de la fuerza de trabajo, se le suma el intento sistemático de controlar el deseo. De apoderarse del control de las materias primas, al entorno de la generación de valor gracias a la producción de mercancías derivadas de las mismas en la industria -la cual conlleva a su vez la mercantilización del propio trabajo como factor similar a las otras variables de producción-, llegamos -desde la transición de la «industria de los medios» vía el cine-, a un capitalismo que intenta reconvertirse, ampliando sus dominios a los mecanismos de generación de las condiciones de posibilidad, las que a su vez limitan lo real.

2. El estar en comunicación y la creación de formas de hacer(se) sujeto

Esto que estás oyendo
ya no soy yo, 
es el eco, del eco, del eco
de un sentimiento;
su luz fugaz
alumbrando desde otro tiempo,
 una hoja lejana que lleva y que trae el viento.
Yo, sin embargo,
siento que estás aquí,
desafiando las leyes del tiempo
y de la distancia.
Sutil, quizás,
tan real como una fragancia:
un brevísimo lapso de estado de gracia.
Eco, eco
ocupando de a poco el espacio 
de mi abrazo hueco.
Esto que canto ahora, continuará
derivando latente en el éter,
eternamente, inerte, así,
 a la espera de aquel oyente
que despierte a su eco de siglos de bella durmiente.
Eco, eco
ocupando de a poco el espacio
de mi abrazo hueco.
Esto que estás oyendo ya no soy yo...

Eco, Jorge Drexler, 2004.

Más que hacerme receptor, me hago en la recepción. El trabajo en que parece focalizarse cualquier investigación que ostente el rótulo de comunicacional, intersticialmente entre todas las ciencias humanas y sociales, reconfigurándolas y con ello también redefiniendo los vínculos con las ciencias naturales y exactas así como con la filosofía y el arte, es el de la aprehensión de lo virtual en el acontecimiento. No hay que buscar las virtualizaciones en los más abstracto, sino más bien desde el adentro hacia el afuera, en la apertura de las subjetividades a las multiplicidades que la componen en su encuentro. Ahora bien, debemos tomar nota del desplazamiento que el llamado "pensamiento del afuera" realizara desde el afuera hacia la frontera (Álvarez Pedrosian, 2009). Cuando Foucault en sus últimos trabajos explicita este desplazamiento de la mirada, lo hace motivado por la necesidad de alcanzar efectivamente un pensamiento en tanto acontecimiento, y para ello se focaliza en el análisis de las "estrategias de problematización", en el marco de lo que denomina "ontología del presente" (Foucault, 2002).

Crear problemas: cuando tomamos esta perspectiva sobre los procesos de subjetivación, podemos estar más tranquilos de no caer en sustancialismos por un lado o en abstracciones axiológicas por el otro. Las estrategias de problematización, constituyen las máquinas autopoiéticas de la apertura hacia el afuera, con lo cual estamos ante las instancias más múltiples y plásticas de cualquier complejo de procesos de subjetivación. Siempre encontraremos regiones de dogmatismo, disposiciones transculturales, epistemes y saberes particulares, pero las estrategias de problematización nos colocan ante la instancia más creativa, lo que implica a la vez la más inmanente y trascendente, donde más implicada está la subjetividad y donde a la vez debe transformarse en otra para persistir.

La virtualidad puede definirse como el movimiento inverso a la actualización. Consiste en el paso de lo actual a lo virtual, en una "elevación a la potencia" de la entidad considerada... no es una desrealización (la transformación de una realidad en un conjunto de posibles), sino una mutación de identidad, un desplazamiento del centro de gravedad ontológico del objeto considerado: en lugar de definirse principalmente por su actualidad (una "solución"), la entidad encuentra así su consistencia esencial en un campo problemático. Virtualizar una entidad cualquiera consiste en descubrir la cuestión general a la que se refiere, en mular la entidad en dirección a este interrogante y en redefinir la actualidad de partida como respuesta a una cuestión particular. (Lévy, 1999, p. 19).

La virtualización es un salirse-de, pero también es un entrar-en. Como plantea Lévy -retomando a Serres-, la imaginación, la memoria, el conocimiento y la religión han sido vectores de virtualización para salir-nos y conectarnos con otros tiempos y espacios. El propio proceso de hominización ha sido posible gracias a tres vectores de virtualización que nos han constituido: el del presente gracias al lenguaje, el de la acción por la técnica, y el de la violencia a través del contrato. El sentido germánico del dasein, definitorio del ser de lo humano según Heidegger, es traducido como el "ser ahí"; pero "existencia", que también está implícito en el significado del término, refiere al estar situado fuera de: "¿Existir es estar ahí o salir de? ¿Dasein o existencia? Todo sucede como si la lengua alemana subrayara la actualización y el latín la virtualización" (Lévy, 1999, p. 21).

Esta instancia de problematización -de creación crítica-, es la de lo virtual, en tanto movimiento entre lo real y lo imaginario: "Las comunidades virtuales y sus aparatos existieron antes de las redes de computadoras... La relación entre imaginación, virtualidad y lo real... necesita ser vista como una relación de tránsito, y no de oposición... concebimos lo virtual como una dimensión intermedia y en tránsito entre lo real tangible y la pura imaginación... (Linz Ribeiro, 1996, p. 6). Es allí también donde mayor es la contingencia, donde se encuentran los efectos siempre insospechados de la puesta en uso de una techné. Entre una emisión y una recepción se abre este espacio infinito de virtuales-reales, aceptar la incompletud del mismo nos permitirá aprehender mejor lo que acontece. El mensaje opera más como un eco que como un impulso de salida/llegada, pues en el fondo el canal de transmisión es consustancial al mensaje.

Podemos asegurarnos tratando de reducir infinitesimalmente las probabilidades abiertas en lo virtual, justamente más allá de lo probable y lo posible. Es así que la teoría de la información se ha constituido en la base de nuestra tele-tecnología, donde el byte como unidad no deja de ser una entidad probable, pero donde se trata de reducir la incógnita en la re-presentación, la re-aparición de lo emitido. Frente a esta condición, las culturas pre-industriales desarrollaron la ritualística y la fantasmagoría, algo que la industrialización jamás eliminó, cuando como bien sabemos las formas más abstractas de subjetividad conllevan ceremonias, rutinas, inscripciones arquetípicas, etcétera. Pero preferimos colonizar lo virtual con información, desde los soportes y medios electrónicos, como si con ello consiguiéramos dominar lo imprevisible. Se nos dice, que ello constituye nuestra infraestructura, que los pulsos electrónicos re-editados en cada recepción logran darnos las matrices, los continentes para nuestros contenidos, éstos últimos de toda índole.

Evidentemente, la tele-tecnología ha habilitado la exploración de lo virtual como nunca antes, pero al precio de la pérdida del encuentro de lo radicalmente nuevo que sí era incorporado por tecnologías menos aparatosas y más etéreas, como el relato y la mitología en general. Pero claro, aquí faltaba la problematización continua, pues una vez cristalizada una solución ésta era transformada en tradición. Una mitología del saber también acompaña estas prácticas, la creencia en el vínculo primordial tan caro a Jung y a toda la Escuela de Eranos, la que encuentra otras formas en la concepción cristiana de la comunicación. Una concepción de la comunicación no esencialista, sea religiosa o filo-positivista, implica la búsqueda no del consenso, sino de los disensos emergentes y las posibilidades ecológicas que inauguran, no de códigos en sí mismos, sino de las prácticas y producción de subjetividad a partir de las mediaciones presentes en el acontecimiento, así como las mediaciones generadas por éste hacia otros.

El programa de investigación más extendido en el campo de las ciencias de la comunicación -y hegemónico hasta hace unas décadas- ha sido constituido por la semiótica como materia prima y por la utilización de las herramientas metodológicas de la sociología para la confección del dato. Una vez debilitado este programa hegemónico, se pasó hacia la fascinación por la retórica y la hermenéutica, para luego seguir el camino hacia la búsqueda del acontecimiento (Álvarez Pedrosian, 2008). La superación tecnológica de los límites espacio-temporales nos abren a la exploración más allá de los mismos, el acontecimiento ya puede darse en sí, virtualmente. El acontecimiento existe en tanto constituye un trastocamiento de lo real, la experiencia de un no-lugar, metalepsis que habilita la producción de subjetividad en tanto transversalización de mediaciones, siendo ella misma una transversalización. El estar en comunicación más que una condición homóloga entre subjetividades, es la instancia de atravesamiento de una en la otra. Esto es posible gracias a los medios, que son tanto contenido y expresión, un mensaje que es vehículo de un medio posible de atravesar subjetividades. Ésta condición hiperreal hace de la tradición y del mito construcciones de gran valor, milenarias máquinas comunicacionales que hacen presente una corriente de contenidos y expresiones que atraviesan las subjetividades que experimentan su recepción. En este sentido todo es comunicación para la subjetividad, evidentemente, y es lo que impulsaba a los investigadores de Palo Alto a declarar que "no se puede no comunicar" (Watzlawick), y que la cultura y la comunicación eran un sólo y mismo fenómeno (Winkin, 1982).

Lo más parecido a la música, hecho con palabras, más que la poesía es el mito, narración que es ritmo y pulso, una modulación que inclina a la subjetividad, la dispone en un marco de mundos posibles con sus semióticas y ontologías inherentes (Lévi-Strauss, 1994). Pero ya no necesitamos memorizar repetitivamente los constructos orales, ni creemos ciegamente en la existencia de una enciclopedia a escala natural que inscriba en soportes materiales dichos relatos. Como último paso, la teoría de la información parecía ofrecernos la salvación: el soporte digital prometía asegurar la conservación en un devenir entrópico. Es posible tocar los propios instrumentos, inventar nuevas melodías y quizás, hacer algo distinto que no pueda llamársele música, mito; haceres que, más que fijar, vehiculicen a su vez procesos de subjetivación.

La comunicación, para la subjetividad, es transversalización desterritorializante, lo que incluye situaciones y componentes de inter-cambio, inter-acción, acuerdos y consensos, pero donde todo ello no es más que un caso entre casos de estos atravesamientos que mediatizan las propias subjetividades. Dichos casos han sido procesados tradicionalmente por la antropología y la sociología de la comunicación: cultura y sociedad incluían a la comunicación sin más. Por eso está presente desde siempre, y sus efectos contemporáneos transforman al resto de las entidades definitorias de lo subjetivo a la vez. Y es que en el fondo, "la cultura es fantasía" (Deleuze, 2002), no se ha tratado de otra cosa que de "conjurar a los fantasmas" (Derrida, 1995), no sólo en el discurso sino en todo componente que define lo real (Foucault, 1974). La diferencia radica en la forma de vérnoslas con el caos, si es basados solamente en la repetición y en tradiciones que se trasmiten de sistemas de valores y significación, como queriendo establecer, fijar en la transitoriedad a fuerza de códigos y hábitos a emular.

El desarrollo de los medios masivos de comunicación no ha dejado de estar en la misma lógica, pero en el vaciamiento de estos valores y buscando aplacar la emergencia de lo diferente y azaroso a través del peso de las masas, la homogeneización en niveles extensibles. Pero cuando la propia transversalización entre estas unidades se convierte en el territorio de construcción de identidades y modos de subjetivación, las cosas cambian. Como plantea Rincón (2006), siguiendo a Martín, las "culturas mediáticas" no son culturas sin más. En un sentido toda cultura es mediática, en tanto es contexto de significación, formas de hacer(se) sujeto donde el intercambio, la transmisión y la representación cumplen un rol esencial. Pero las culturas mediáticas existen sobre dicha condición, hasta llegando a problematizar y efectuar diseños que convierten a la misma en punta de partida, en materia prima.

Drexler hace de la canción un género genuino, es decir, logra que el medio y el mensaje sean inextricables, diseña dicha relación. La canción Eco logra su objetivo una vez que la escuchamos. La emisión más débil, precaria o incierta, es recepcionada; el eco, en un acontecimiento, propicia un encuentro con lo más lejano. Como situación límite, y explorando en tanto arte, ésta condición de transversalización desterritorializante es planteada ahora en lo referente a las territorializaciones, a los encuentros, extracciones y capturas del afuera que constituyen un hacer(se) sujeto. Cada cual llenará ese hueco, y más aún, se constituirá nuevamente en él, será otro sujeto. Este hecho que el arte ha puesto en evidencia en los últimos siglos, es común a todo proceso de subjetivación en tanto creación de formas de hacer(se) sujeto (Álvarez Pedrosian, 2009). Y el carácter comunicacional del arte, donde existen también sistemas de referencia pero donde además son intencionalmente alterados y transgredidos, también es común a todo acto comunicacional. Hay algo más que interpretación, que lectura a partir de sistemas de significación pre-existentes; hay creación.

Cuando se generan en un contexto intersubjetivo, tanto los contenidos como los medios para transmitirlos, como en múltiples manifestaciones al estilo de los colectivos como CUFA en Brasil (Silva Echeto, V., 2009, y Yúdice, 2009), estamos asistiendo al diseño de los procesos de virtualización a la altura que el desarrollo tecnológico exige, el cual, en principio y por lo general, es capturado por las propias lógicas de las relaciones de poder hegemónicas, y a lo sumo es accesible a las masas desde la posición pasiva de usuarios. La tecnología es nuevamente asimilada y sus potencialidades están siendo explotadas: se diseñan los medios junto a los mensajes, completando así el proceso de producción comunicacional por lo general siempre amputado por las condiciones impuestas por el control y propiedad de las mediaciones (canales, páginas, sitios, emisoras, etc.).

Este mismo espacio de incertidumbre y creatividad se ve habilitado en Uruguay con la puesta en práctica del proyecto "one laptop per child" (OLPC) desde 2005. De las transformaciones locales generadas por su implementación en el marco del llamado Plan Ceibal, podemos anotar algunos indicios: los niños prefieren internet muy por encima de la televisión, la cual han ido abandonando, la blogosfera ha prosperado entre los mismos como principal producto, las plazas públicas que constituyen el corazón de ciudades y villas rurales han florecido con la presencia de niños chateando como si fuera un cyber café al aire libre, padres han encontrado trabajo gracias a las navegaciones por el ciberespacio desde los ordenadores de sus hijos, etc. Por supuesto que una innovación de este tipo generará efectos de los más variados, y los resultados relativos de la misma dependerán de las circunstancias y contextos locales, donde es inyectada. Pero lo que sí es claro, es que a partir de esta primera generación, la forma de concebir la virtualidad, la relación con los medios y el uso de la tecnología no serán los mismos.

3. Del representar al acontecer

Los saberes y conocimientos que tratan de hacerse cargo de los fenómenos comunicacionales, se encuentran en una situación epistemológica bastante peculiar. Siguiendo y tratando de actualizar la cartografía de las ciencias humanas y sociales elaborada por Foucault (1997), podemos plantear que la aparición de las ciencias de la comunicación es un fenómeno directamente relacionado con la crisis de la representación experimentada en todo el volumen epistemológico. Recordemos sucintamente los elementos del "triedro de los saberes": tres ejes y un espacio definido tridimensionalmente. Uno de los ejes lo constituyen las ciencias naturales y exactas, otro la sucesión de los tres saberes empíricos de la vida (biología), el trabajo (economía) y el lenguaje (filología), y el tercero es el referido a la antropología filosófica kantiana. El espacio definido por estos tres ejes es el de la representación. Su crisis, plantea Foucault, es la crisis de las ciencias humanas y sociales. Hemos profundizado en el análisis de esta configuración epistemológica en otros lugares (Álvarez Pedrosian, 2008b, y 2009). Lo importante aquí es detenerse en el hecho de que es, justamente, en la década del sesenta del siglo XX cuando, gracias a investigaciones como ésta, se afianza el proceso de construcción de saberes y disciplinas sobre la representación, la expresión y los medios, de una forma que ampliaba lo hecho por la teoría crítica y el funcionalismo, así como por la primera cibernética. Con la irrupción de los estudios literarios, los culturales, la semiología, y otras formas provenientes de saberes sobre las mediaciones y las transmisiones de significado y sentido, las tecnologías de la representación más que desaparecer son tematizadas y domesticadas en diferentes formas y grados.

La metáfora empleada para la investigación en todo el campo fue la del "texto" (Marcus y Fischer, 2000). Es el "textualismo" el que hegemoniza las investigaciones a fines del siglo pasado. Toda actividad y producto generado por la subjetividad humana es considerado como un texto a interpretar, según las herramientas de la semiótica, la retórica o la hermenéutica. Según el propio esquema foucaultiano, esta situación corresponde con el dominio del tercer modelo de saberes empíricos sobre todas las disciplinas del espacio epistemológico: el del lenguaje, parido por la filología y desarrollado por la lingüística una vez el lenguaje es considerado como una entidad semi-trascendente, una condición y a la vez un producto del ser humano (según el eje filosófico de la analítica de la finitud, la antropología filosófica kantiana).

El desgaste de esta perspectiva fue exigiendo un cambio en los modelos de referencia, una vez más. Es el "diálogo" el encargado de ocupar el sitio (Marcus y Fischer, 2000). La dialógica -y le debemos a Bajtín el haber desbrozado bastante el camino que va del texto al diálogo-, como otras tendencias presentes en filosofías analíticas del lenguaje -como los análisis de Austin-, fueron haciendo explícita la necesidad de pensar y conocer la subjetividad humana a partir de procesos de comunicación que son acontecimientos en cuanto tales. El texto está cerrado, concluido, se pueden hacer infinitos comentarios y reinterpretaciones. Pero el diálogo es acontecimiento, está abierto a la contingencia y es producto de la misma; termina siendo singular pero en él se pusieron en juego múltiples posibilidades, una virtualidad abierta para ser explorada.

Los fenómenos contemporáneos antes tratados, demandan este enfoque. Como hemos visto, el propio devenir de Foucault nos puede dar claves para superar los límites empírico-trascendentales de la forma de concebir y concebirnos como productos y productores de cultura, sociedad, política, psiquis, lenguaje, etc. El eje de la analítica de la finitud puede ser alterado por un Kant diferente, el de la ontología del presente o de nosotros mismos (Foucault, 2002). Por allí se pueden replantear unas ciencias humanas y sociales preocupadas por comprender los fenómenos de producción de subjetividad en tanto acontecimientos, creación de problemas, y no como reproducción de formas preestablecidas, condiciones a priori trascendentes. De esta forma se ve alterado todo el triedro de los saberes. Creemos que ello es concomitante con la expansión y profundización del campo de las ciencias de la comunicación. Ellas vienen a domesticar lo que sus abuelas, las ciencias humanas y sociales clásicas, tomaban como condición necesaria e implícita para sostenerse. Si definimos al objeto de estudio como el conjunto de los procesos de producción de subjetividad, la comunicación no debería de reducirse en el polo de las estructuras, los consensos y los acuerdos, las territorialidades, la instauración de planos de inmanencias más o menos sobre-codificadas por instituciones de todo tipo. Lo sustancial de la comunicación se encuentra en el salir-se y entrar-se, lo que incumbe a los aspectos transversales de desterritorialización y re-territorialización para la subjetividad.

A esta situación presente en toda forma de subjetivación, se le suma el hecho de que las propias desterritorializaciones son colonizadas y se las dispone como territorios en sí mismos: los medios como partes de los mensajes. Las llamadas "culturas mediáticas", como hemos visto, son construcciones hiperreales, pero por ello no dejan de ser contextos de acontecimientos, disposiciones para la experiencia, sea en la presencia de quienes se encuentran, sea a distancia gracias a tecnologías que lo permitan. Si nos aventuramos más allá de las certezas insatisfactorias, como las alcanzadas con nociones que buscan fijar el proceso comunicacional, sea en códigos, en canales, hasta en la tecnología, debemos pensar la comunicación en las situaciones límite, como cuando se lanza un mensaje en una botella, o se escucha un eco que viene y se va. Comunicarse es un estar en relación que genera nuevas formas en los intersticios configurados entre las partes, pero dichas partes no se definen por su co-presencia. La comunicación puede ser redundancia (re-), y lo es en gran medida, pero además es una apuesta por lo desconocido, por lo que llega y lo que enviamos más allá de los límites de lo posible.

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[1]   Antropólogo por la Universidad de la República, Diplomado en Estudios Avanzados (DEA) y Doctorando en Filosoía: Historia de la Subjetividad, por la Universidad de Barcelona (UB). Actualmente es docente e investigador en Antropología Cultural y en Epistemología de las Cs. de la Comunicación (LICCOM) en la UdelaR, y profesor invitado en Filosofía de las Ciencias Humanas y Sociales en la UB. Integra equipos transdisciplinarios y colectivos sociales de intervención e investigación participativa. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-ANII).