Reseñas - Revista F@ro Nº 10

Selva Academicus

Rodrigo Browne Sartori
Universidad Austral de Chile
Víctor Silva Echeto
Universidad de Playa Ancha

Roberto A. Follari (2008)
La selva académica. Los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad (2008).
Rosario.
Homo Sapiens Ediciones.

Roberto A. Follari se atreve a hurgar entre los silenciados laberintos de los intelectuales fundamentalmente, en la universidad argentina (también cae la chilena y la mexicana) y logra proyectar su análisis hacia preguntas que invitan a desconfiar y, a su vez, ridiculizar al propio intelectual de nuestros tiempos. Personaje que, además, de pensar y reflexionar sobre los temas que le competen, tiene en sus manos la formación de potenciales estudiantes que están ad portas de liderar un nuevo recambio generacional dentro de un particular sistema educativo-universitario de corte transnacional.

Los laberínticos caminos por los que se pasea Follari, a medida que avanza su diagnóstico, son alarmantes. Para dónde va el mundo intelectual del sur del sur y en qué medida está cumpliendo uno de sus roles fundamentales como es ser “la reserva ética de la sociedad” que los acoge -y de la que son parte- es una tema crucial dentro de su exposición.

La provocación es mayor aún cuando el mismo autor introduce el libro precisando que su fin es arduo al pretender -¡y vaya que lo hace!- romper el velo sobre las reales (o irreales) acciones en cuanto a docencia e investigación que llevan a cabo los profesores, prioritariamente, de las ciencias sociales y de las humanidades.

El resultado es lapidario. Más que eso: es todo lo contrario a lo que la gente de a pie podría pensar del actuar de los intelectuales universitarios (78).

Por nada, el trabajo de Follari es tan minucioso y elocuente que, en una primera pasada, produce sentimientos encontrados, es decir, se presta para confusiones. Al ser leído tiende a envolvernos con cuestiones más propias del terreno de la ficción que del diario quehacer docente e investigador. Lo más probable es que un lector ajeno a las “culturas universitarias” no podría dar licencia a un estilo de vida selvático más cercano a las faranduleras relaciones en y de un reality show (con alto rating) que de la realidad universitaria tal cual como se le imagina.

No es casual, a este respecto, el trabajo que desarrolla José María Ripalda (1996) al preguntarse sobre la figura patética del intelectual al prescribir la pérdida de su propio objetivo tras la irrupción incontrolada de los media. El intelectual no logró traducir los códigos que éstos traían y trató de acomodar los suyos a los nuevos discursos mediáticos, pero -valga la explicación- sin mayores resultados. A los media no les interesa lo intelectual ni la intelectualidad. Lo que le importa son los fuegos artificiales del mercado como bien superior que, incluso, condena a la universidad a funcionar bajo esas mismas lógicas neo-liberales. El intelectual si quiere sobrevivir a dichas reglas debe, sencillamente, someterse y adaptarse a ellas. No hay más vueltas… La lectura crítica que hace Follari es irrestricta y responde a esta última realidad: “Según esta versión, aun concurriendo a los medios, el intelectual queda fuera de la jugada en la formación de opinión, pues ésta hoy pasa por la seducción, y a ella debemos dejarla en manos de los jugadores de tenis y de fútbol, los modelos y vedettes, más los cantantes y protagonistas de reality-shows” (60-61).

El caso más llamativo -dice Ripalda- es el de las universidades estadounidenses (¿y las chilenas? -preguntamos nosotros). Estas casas de estudio pagan a sus docentes -de acuerdo a puntuaciones predeterminadas- en las que tanto las investigaciones como las publicaciones son índices del “valor” de cambio/consumo del intelectual. Esto quiere decir que su trabajo aporta con fama y prestigio a la universidad a la cual está adscrito, logrando aumentar el valor de cambio/consumo de la misma institución frente a las exigentes competencias del mercado de la educación. Tema que ahonda Follari en el capítulo 5 del libro al referirse a los procesos estructurales de privatización y mercantilización de la vida universitaria bajo el nombre de “Transnacionalización de la educación superior” (101-109). A pesar de que el centro del capítulo se ubica en el debate sobre la problemática de la docencia, una de las reflexiones que salta a la vista -en relación a lo expuesto en el resto de “La selva…”- es la aguda condición actual de las universidades (no sólo de sus intelectuales), sobre todo si nos acercamos a la realidad desde donde se escribe la presente reseña: “‘universidades de garaje’, que pulularon en el Chile de Pinochet y lo hacen aún en varios países centroamericanos: si tienes un garaje que no usas en tu casa, puedes instalar una universidad propia” (103). En el mismo Chile que menciona el teórico, cuando los establecimientos educacionales de primaria y secundaria se vendían a estas lógicas del consumo se les comenzó a llamar “colegios de triunfadores”, donde pasaba de curso quien tuviera el sostén económico para hacerlo. Muchos de los colegios privados que hoy están consolidados armaron su colchón económico a partir de estas “estrategias neo-liberales”.

Los investigadores de esta selva académica velan por una universidad global que se entiende como un bien transable casi a nivel de bolsa de comercio. Intelectuales más preocupados de su trascendencia que la de la institución para la cual trabajan como profesionales-docentes. Se trata -acusa Follari (15)- del auge massmediático en curso que permite y estimula este tipo de reacciones y desviaciones. Producto de las tendencias mediáticas de lo posmoderno que conllevan a un “mundo light”, de “teorías débiles” que hacen al intelectual darse vuelta sustancial sobre su forma crítica de pensar y caer en el abismo de esta vacuidad, aliándose con las victorias del capitalismo y asegurando que sólo esta alternativa es la que hay...

Por todo lo anterior y más allá de las directas críticas del autor en este y otros libros, habría que escuchar lo que Jacques Derrida (2002) precisa cuando invita a habilitar una universidad sin condiciones. La Universidad sin condición es un centro que debería reconocer y reconocerse, más allá de la libertad académica que le caracteriza, en una libertad incondicional de cuestionamientos y proposiciones. “La universidad hace profesión de la verdad. De clara, promete un compromiso sin límite para con la verdad” (Derrida, 2002: 10). También Follari, y probablemente desde otra trinchera pero en esta misma línea emancipadora, rescata la idea de “segunda ruptura epistemológica” que defiende el portugués Boaventura de Sousa Santos.

En síntesis, los intelectuales para el autor de “La selva…” están siendo (si es que ya no han sido) reemplazados por periodistas que se tornan en los líderes que producen la opinión pública a través de los medios de comunicación. Los intelectuales, a veces utilizados por los medios para validar sus dispositivos de manipulación y simulacro, quedan disminuidos a la imponente lógica de los media.

La figura del intelectual no puede contra la máquina industrial, fagocitadora e imparable de los aparatos neotecnológicos, limitando y controlando, a fin de cuentas, los tradicionales mecanismos a los cuales recurría el intelectual para multiplicar sus opiniones. Las convenciones de “mediatización” ya no son las mismas. Las aulas y las editoriales no son lo mismo que los media y estos últimos recurren a hiper y extracódigos desconocidos para los “sistemas democráticos” reconocidos por los propios intelectuales. “Los media han sumido virtualmente la tarea pública del intelectual (…) en el mundo posmoderno sólo son examinables las fachadas” (Ripalda, 1996: 186 y 187). El prototipo del intelectual que denuncia Follari podría tildarse como un “intelectual fachada” cuyo fin es esconderse entre los embrollos deslavados por la inexistente objetividad de un corrosivo y envolvente periodismo emisor de los límites de la verdad.

Ya Pierre Bourdieu, en su momento, ironizó -tal vez premonitoriamente- sobre las togas y los birretes a la hora de subirse los honores en los pasillos de los mundos universitarios. Pero el extramuros del reality academicus ni se imagina cómo funciona esto por dentro y hasta dónde se puede estirar una historia que palpita entre grados de doctor y megaproyectos internacionales de investigación e intervenciones públicas de nivel intelectual: 1. Dinero y prestigio de por medio y, por ende, 2. Altos niveles de competencias que acarrean celos y envidias dignas de conflictos sociales de otro calibre. Éste es uno de los puntos que destaca Follari y que va demostrando y validando que su hipótesis está más cerca de una cruda realidad que de pura y dura ficción sur y norteamericana (el caso del PRI en México). Aunque lo que sucede con los intelectuales en las actualidades posmodernas puede ser fuente de inspiración para una de las más exitosas obras de “realismo mágico”.

Hasta dónde ha llegado la más pérfida de las contradictorias posmodernidades -tratada por Follari en este y otros libros- si una de las más rápidas conclusiones puede pedir que se baje o suba el telón ya que el “show intelectual” debe continuar. Con la política ya sucedió algo similar. Los políticos son parte de la selva social que se vislumbra en esta publicación desde lo intelectual y los intelectuales. Pero por qué los intelectuales: ¿cuáles son las causas que los llevan a reaccionar así? Follari (43-44) también hace la analogía con el mundo enmascarado de lo político, anunciado una suerte de travestismo intelectual en los ambientes universitarios. Intelectuales poco comprometidos que no definen sus puntos de vista y descansan en manejos oportunistas que les van permitiendo, lentamente, colocarse “donde calienta el sol” y donde lo prescriben, por supuesto, los desabridos poderes académico-políticos de turno.

Por ello la reflexión no es menor ya que este comportamiento es lo suficientemente inesperado para el estatus de los académicos/intelectuales y para el bienestar de las sociedades a las cuales éstos se deben. La palabra intelectual por sí misma tiene un peso insostenible y quienes se definen como tales tienen que actuar de acuerdo, por lo menos, a lo que este rótulo institucional y socialmente exige (78). Pero “La selva…” es todo lo contrario y ha logrado mantener su modus sin que nadie (o más bien pocos) hayan tocado la “cara b” de este rayado disco.

Follari denuncia y se preocupa con el mayor detalle de poner en las páginas de su libro cada una de las acciones “fuera de libreto” (29) de este nuevo tipo de intelectuales que, sospechamos, marcan distancia de aquellos sobre los cuales, e inspirados en los siglos XIX y XX, escribe Luis Bocaz como luchador infatigable de la figura del intelectual (latinoamericano) que no se deja seducir por los fuegos artificiales de los media ni por los devaneos posmodernos.

Una de las virtudes del trabajo de Follari es el atrevimiento, la provocación y la valentía para asumir las potenciales consecuencias que le puede traer una publicación de estas dimensiones. La sinceridad y el minucioso sentido crítico con que expone la “jungla intelectual” no deja de sacar chispas en cualquier sector que se sienta aludido por este calificativo que da renombre y categoría y cuyo prestigio es incuestionable (más allá de sus vicios e informalidades).

Por eso habría que preguntarse: hasta qué punto el intelectual debe hacer valer su tradición hasta las últimas consecuencias que, sin duda y contradictoriamente, lo hace víctima de los mismos tiempos que sobrevive. Será que su ignorancia frente a los juegos dislocados de lo novedoso lo tiene desorbitado y desprovisto para poder navegar -en anchas- en las naves inseguras, desterritorializadas y al garete de los mares posmodernos. O, quizás, debería reperfilar su postura y recurrir al mismo ejercicio (auto)crítico que hace el autor de este libro al cuestionarse sobre el cómo funcionar en estas aguas turbulentas y movedizas.

En vez de hundirse en los silenciados laberintos de la academia, no convendría asumir los conflictos, problemas, dolencias y repensarse desde sus bases. Pero pervirtiendo los fines de este particular mundillo de dimes y diretes para molestarle sin descanso y, éticamente, proponer un giro con el fin de retomar una navegación donde la tradición se confabule con las tácticas de una crítica necesaria para lo actual desde lo intelectual. Alternativa que olvide las soberbias que brotan de los despachos de los intelectuales de fachada y que se entreguen al diálogo en beneficio de un sentido crítico sin condiciones, que abra puertas para y en la universidad.

Espacio de diálogo que se puede quedar en este trozo de papel pero que -iluminado por la crisis expuesta por Follari- invita a remover el pensar la academia de cara a una lógica extra pasillos universitarios y con miras a una discusión que ponga en el tapete lo temas de hoy, no de acuerdo a las agendas de los media, sino a lo que exigen las propias humanidades y las ciencias sociales.

En este instante es donde tienen mucho sentido las palabras con las que Follari comienza la publicación aquí reseñada: “por el contrario, el silencio y la tapadera de los conflictos y las contradicciones sólo sirven a que ellas se repitan indefinidamente, escondidas tras un denso espacio de silencios” (7). “La selva…” invita a escuchar esos silencios. Los silencios salen a luz con la fuerza que necesita la posmodernidad para releer sus propios tropiezos y replantear los espacios epistemológicos que le conforman y -esperemos con libros tan “sin vergüenza” como éste- le conformarán.

Referencias Bibliográficas

Derrida, J. (2002): La Universidad sin condición. Madrid, Trotta.

Follari, R. A. (2002): Teorías débiles (para una crítica de la reconstrucción y de los estudios culturales). Rosario, Homo Sapiens Editores.

Ripalda, J. M. (1996): De Angelis. Filosofía, mercado y postmodernidad. Madrid, Trotta.