Reseñas - Revista F@ro Nº 13
El despertar de los otros: la quebrada línea de la memoria
Universidad de Playa Ancha (Chile)
Ficha
Aeschlimann, Patricio (2011). Valparaíso de la cintura hacia arriba. El otro patrimonio. Santiago: RIL Editores; 122 pp., 21 cm. ISBN: 978-956-284-792-6. Obra financiada por el Fondo de Fomento del Libro y la Lectura 2010.
Relocalizar la memoria en estos tiempos en que se alza la insostenible levedad del globalitarismo, constituye una exigencia ética para quienes pensamos y trabajamos por la construcción de una comunicación posible e irrenunciable en la complejidad de los mundos habitados por la diferencia, aquella que se ubica más allá de lo normalizado o en sus márgenes. Y antes que conjurar a utopías y pensamientos universalistas que animaron los macro-relatos de aquella historia-una sobre lo colectivo, Patricio Aeschlimann, autor de “Valparaíso de la cintura hacia arriba” tiene un doble acierto al ordenar su cosmogonía desde la heterotopía de esos mundos otros, generando una metáfora con sentido propio, desde la cintura, logrando articular dinámicamente su experiencia vital y emocional, con sus primeros pasos en la investigación comunicológica.
En efecto, cabe mencionar, como el propio autor lo enuncia en sus primeras páginas, que este relato si bien se expresa en prosa literaria, inspirada por una serie de relatos de vida, es fruto de su investigación de tesis para obtener la licenciatura en Comunicación Social por la Universidad de Playa Ancha, junto a su compañero de labores Rodrigo Flores Estay, desde el estudio de las redes de comunicación que articulan los vecinos de la Quebrada Jaime, ubicada en la línea divisoria de los cerros La Cruz y Monjas, a los que se accede subiendo la central Avenida Francia de Valparaíso y alcanzando el Camino de Cintura.
La obra de Aeschlimann teje su trama, como decíamos, desde la generación metafórica de una red bio-crono-topo-lógica que identifica sus nudos de conflicto en aquellos no-lugares de la historia local, las quebradas que son la frontera material y simbólica de los 44 cerros que identifican la geografía particular de la ciudad de Valparaíso. “Una frontera –dice el autor- donde habita la exclusión y el olvido (…) el depósito de los desechos del cerro y la sociedad (…) [donde] llegaron los desplazados, que, a pulso, debieron construir donde el terreno se roía cada invierno, aumentando la pendiente y dejando pendiente de un hilo la seguridad.” (Aeschliman, 2011: pág. 19)
En sus páginas se dibuja la topografía, para nada imaginaria, de un Chile donde la única promesa de “chorreo” redistributivo es la de las aguas que confluyen por las crecidas de los cauces en períodos lluviosos, con una amalgama de aguas servidas, fragmentos de artilugios y especies animales y vegetales, arrastrando simbólicamente aquellos sueños rotos que expresan la inocencia perdida por la acumulación de exclusiones, que les resta de la suma de los discursos sin práctica sobre la integración.
Significar la Quebrada Jaime de Valparaíso como punto de quiebre sinuoso de lo lineal urbano, como frontera que representa la exclusión del otro, implica para Aeschlimann situar el cordón umbilical del niño-autor, quebrado confeso, en la huella de su ombligo-de-mundo, donde co-habitan también aquellos porteños desordenados por un mapa paradójico patas-arriba, donde “para bajar al plan primero tienen que subir” (Ibid: pág. 29). La quebrada, como lugar atípico y atópico, “quiebra los esquemas de esta ciudad patrimonial” (Ibid: pág. 20), nos muestra la otra cara del arquetipo de las identidades migrantes de ese occidente siempre presente como referencia dominante de una genealogía de ramas quebradas; aquí, en la tierra de los sin tierra, los hijos de la toma y sus allegados, donde se funda el barrio en que habitan los desplazados, cual colonizadores “del rincón más indómito de la ciudad” (Ibid: pág. 20). En este lugar no pensado por el espacio-tiempo de las lógicas del urbanismo, la arquitectura, las redes de infraestructura básica, transportes y comunicaciones, es precisamente donde el cerro cerró sus horizontes a la prometida panorámica democrática al mar y a la esperanza de una incierta igualdad de oportunidades, obligando a la mirada introspectiva: ¡nada de tierra prometida!, más bien tierra desmoronada, aluvión de entrañas y basurales que se atesoran acumulados en las terrazas y patios interiores.
Así, la encrucijada entre el Camino de Cintura y la Quebrada Jaime, cobra sentido como doble frontera entre la cintura horizontal y la quebrada vertical: vértice de corte socio-histórico-cultural, pero también vórtice a través del cual emergen los protagonistas de la micro-historia, que en su divergencia del status-quo, se constituyen en tanto agentes históricos, constructores, a chuzo y pala, de una realidad que se alza sobre pilares de vértigo, vivenciando una historia otra, que incidentalmente delata las valoraciones hegemónicas del patrimonio, como asimismo las consecuencias del deseo reprimido de otros mundos posibles de convivencia.
El joven relato de Aeschlimann representa, por tanto, la expresión plástica de un verdadero paisaje cultural, animado por personas y personajes mediales de la otredad, que simbolizan el componente vital, oral y narrativo de ese quiebre societario. Ruptura que es propia de una “sociedad sitiada” (Bauman, 2005), que terminó por perder la confianza en la utopía buscando desesperadamente el norte del sur, sin hallarlo en el continente contenido donde se embalsa esta humanidad que brota de la diferencia, sometida por el continuo influjo de la violencia simbólica, aquella que inunda cotidianamente los territorios de la exclusión, la marginalidad y el olvido. Una semiosis de la violencia simbólica infringida recurrentemente tanto por la iconofagia mediática (Baitello jr., 2008) en la construcción de sentido del indeseable otro, como en el relato afirmativo de un seductor nosotros de la industria de la conciencia.
En consecuencia, hablar desde la cintura como punto geográfico, arriba de la cota cien, no es sólo referirse a ese itinerario que atraviesa las suaves laderas de Valparaíso, a lo largo de su Camino de Cintura. La cintura se constituye aquí también como mapa biológico, biográfico y, cómo no, biopolítico (Foucault, 2004). La mitad de este cuerpo social imaginado, narrado y públicamente significado, también es una frontera de la otra mitad de humanidad enajenada, la que aloja las vísceras y esencias de su ser en sí, fruto maduro de deseos, frustraciones y re-sentimientos contradictorios. Recobra vigencia la sombra jungiana (Jung et al. 1991) donde se construye la ciudad interior, la trinchera de una resistencia armada que habita en permanente tráfago de construcción/deconstrucción y que hace imposible la articulación de un nos-otros, aunque fuera fragmentado, pues en nada lamenta la pérdida de valor del pensamiento centrado al apropiarse legítimamente de los márgenes y de la propiedad de esa tierra de nadie, motor de la producción de ima(r)ginarios (Gascón, 2005) desde un pensamiento alterado, de frontera, de quiebre y del afuera.
Descripciones como las que el autor retrata del circo pobre, cuyos protagonistas travestis sobreviven gracias a la recolección solidaria de comida y ropa entregada por la comunidad, sirven al narrador para descubrir la metáfora del transformismo de los itinerarios de la vida itinerante, nómade, desarmable, como la propia estructura de la carpa-de-tela-parchada-multicolor, que se mueve al antojo y despojo de todos los vientos mal paridos de la exclusión.
En su relato, Aeschlimann habla y deja hablar; vertiginosamente, como si se tratara de una reunión familiar, pues al ser todos medio parientes -dice el autor- “son (…) una gran historia que se cruza cada vez que cruzan palabras” (Aeschlimann, 2011: p. 47). El ejercicio de su escritura cumple así una función polifónica para reconocer y reconocerse en las formas antojadizas en que convivieron, en la misma historia de la ciudad, otras muchas historias de los micro-espacios de la otredad, en las que se contrastan las presunciones de una “modernidad líquida” (Bauman, 2005), donde fluye el ahora de los miedos y las incertidumbres, con las atribuciones de sentido de una sociedad premoderna vigente, sin más arqueología que la del poder soterrado de lo subalterno.
Aquí, el mercado y las finanzas no podrían funcionar más que con reglas propias, más solidarias, producto de mediaciones familiares y sociales próximas, donde las fronteras de lo público y lo privado se desdibujaban: con publicidad simplemente hecha a mano, ofreciendo productos y servicios que en muchas situaciones de crisis revivieron el trueque; la libreta de fiados del almacenero y sus moralejas… Hasta que llegó la epidemia del dinero plástico y sus tres cuotas precio contado, reimplantándose por un breve lapso la promesa del progreso, tan breve como para que la modernización del consumo terminara por consumir las redes de confianza, imponiendo la dieta de intereses con salsa de intereses como plato único.
Quedan como notas al margen de este paisaje cultural de palimpsesto, el relieve topográfico de una “población sin plano ni planicie” (Aeschlimann, 2011: pág. 47), la irrepetible arquitectura de las casas que se descuelgan ladera abajo, ampliándose con la reproducción familiar y el reciclaje de materiales; cortinas que separan habitaciones, en vez de puertas, plásticos en reemplazo de vidrios quebrados por pelotazos y piedras, que con su repique en el techo reemplazan al timbre, y tantos otros relatos que dan cuenta de la lógica de lo permanente provisorio, del cuarto de los cachureos con los proyectos a medias, de los personajes anti-héroes de esta historia, como el maestro chasquilla, el viejo del saco y los alcohólicos públicos, las reparaciones domésticas de los días domingo a ritmo de cumbia y, en fin, una genealogía familiar ramificada como la arquitectura que se impone en la quebrada.
Y, finalmente, antes de escribir su propio epitafio, el autor se atreve a encumbrar como última imagen del desvelo el sentido del habla que se sitúa desde esa herida imposible de cerrar, cual porfiada línea quebrada de la memoria:
“Hablamos de la cintura hacia arriba y es bueno hacer esa distinción. No es resentimiento, más bien un grito al viento que, de seguro, se confundirá con el viento de septiembre que llena de cometas las grietas de los cerros que se llaman quebradas.” (Ibid: pág. 118)
Referencias Bibliográficas
Baitello jr., N. (2008). La era de la iconofagia. Sevilla: Arcibel.
Bauman, Z. (2005). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Foucault, M. (2004). Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica [2007, 1ª edic. cast.]
Jung, C.G. [et al.] (1991). Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana. Barcelona: Cairos.
Gascón, F. (2005). De ima(r)ginarios y memorias olvidadas. Reflexiones sobre redes de comunicación e interculturalidad. En: Browne, R. & Silva, V. (coords.) (2005): Monográfico “Comunicación Intercultural”, Redes.com n° 2, Revista de Estudios para el Desarrollo Social de la Comunicación. Sevilla: Instituto Europeo de Comunicación y Desarrollo, pp. 69-81.