Recensión para el libro: Feminismo, género y diferencias Nelly Richard 2008 Palinodia |
La tendencia a invisibilizar el feminismo no se está produciendo solo en Chile y nos debería de alertar sobre la confrontación que se está generando entre militancia feminista y práctica feminista, por un lado, y estudios feminista y estudios de género, por otro, y en la posibilidad de ingresar a una nueva etapa donde el significante mujer (el “devenir mujer”, en términos de Gilles Deleuze), se opaque detrás de otros significantes que lo ocultan, para no ser acusados los estudios de género de ser estudios feministas o estudios de/sobre las mujeres. Es por ello que el libro de Nelly Richard adquiere un significado muy especial, porque retoma el significante feminismo, pero desde una actualización teórico- conceptual, y, desde un cruce, encrucijada, camino intersticial, entre la teoría y la práctica. Es decir, en la consideración de que solo puede haber teoría entre las prácticas.
Desde su título nos plantea la relación entre los tres conceptos que lo definen: feminismo, género y diferencia(s), así en plural, pero, deconstructivamente, acompañada de una marca paréntesis sobre la cual nuestra mirada se posa. Si Simone de Beauvoir (1956) en el segundo sexo sostiene que “una no nace mujer” y Donna Haraway (2001) en “‘Género’ para un diccionario marxista: la política sexual de una palabra”, considera que “a pesar de sus importantes diferencias, todos los significados feministas modernos de género parten de Simone de Beauvoir” y de las “condiciones de la postguerra que permitieron la construcción de las mujeres como un sujeto-en proceso colectivo histórico”. Luego de medio siglo (1) , se han producido diversos desplazamientos de los estudios de/ sobre las mujeres, del feminismo y de los estudios de género, todos esos deslizamientos nos encuentran hoy con un conjunto amplio de teorías, investigaciones, prácticas, “cajas de herramientas” -en términos de Foucault y Deleuze (1996)- que nos permiten realizar algunos balances y analizar las relaciones entre feminismos, así en plural, y géneros, también en plural. Esa es una de las tareas que se propone Nelly Richard en el libro que reseñamos.
Sobre el libro
“Feminismo, género y diferencia(s)”, se enmarca en una extensa propuesta teórico- conceptual que viene realizando Nelly Richard, donde la crítica- cultural, las políticas de la memoria, los estudios culturales, estudios feministas y de género, dialogan, se cruzan, se confrontan, se movilizan entre los márgenes que deconstruyen las prácticas y epistemes (Foucault, 1986) del patriarcado y el postpatriarcado (Braidotti, 2002), de las creaciones estéticas, en el sentido de Gilles Deleuze, y de las producciones de conceptos (Deleuze y Guattari, 2000), de la política y de lo político (Mouffe, 2007), de las prácticas sexuales y culturales. Las diferencias desestructuran la metafísica binaria (identidad/ alteridad), se desplazan por entre ellas, circulan, las desestabilizan, se transforman en différance en el sentido de Jacques Derrida.
Al comienzo, Nelly Richard ya nos alerta que los textos que vendrán “consideran que el feminismo hace bien en sospechar de las clausuras monológicas que amarran los términos ‘mujer’, ‘género’, ‘identidad’, ‘diferencia’, etc. a un sentido finalizado y totalizado, en base a los supuestos metafísicos del naturalismo sexual. Pero, al mismo tiempo, y pese a la desestabilización crítica del ‘yo’ y del ‘nosotras’ que hoy dejaron de ser los referentes absolutos de identidades homogéneas, estos textos plantean que el feminismo debe seguir impulsando nuevas formas de subjetividad política capaces de intervenir en las múltiples luchas de poderes que se dan entre esos cuerpos, prácticas e instituciones” (p. 8).
Ahí se ubica “la fuerza renovadora del feminismo”, en transformarse en uno de los “instrumentos más poderosos de la crítica contemporánea”. Es en la tensión –nunca resuelta y, felizmente no resuelta-, en esa “espectralidad”, que se produce entre, por un lado, “la necesidad política de configurar identidades prácticas (relacionales y situacionales) para combatir las formas de subordinación y marginalización sociales que agencia la desigualdad de género, y, por otro, el juego plural de las diferencias que se vale de lo ambiguo para fisurar internamente las oposiciones binarias (por ejemplo, la oposición masculino/ femenino) y descentrar las pertenencias de identidades fijas y lineales” (p. 8). Es esa diferencia que establece la deconstrucción como deriva, como desplazamiento, como diferencia marcada por esa gran falta de ortografía del neologismo, imposible de traducir en un significante estable y, por tanto, desplazada. Porque “no hay experiencia de presencia pura, sino sólo cadenas de marcas diferenciales” (Derrida, 1989: 359). Pues, también, es hablar “de una letra”. De la primera, “si hay que creer en el alfabeto y a la mayor parte de las especulaciones que se han aventurado al respecto”. Se habla, pues, de la letra a, de esa primera letra que ha podido parecer necesario introducir, aquí o allá, en la escritura de la palabra différance; y ello en el curso de una escritura sobre la escritura, de una escritura en la escritura y cuyos diferentes trayectos se encuentran, pues, pasando, en ciertos puntos muy determinados, por una suerte de falta de ortografía, por esa falta de ortoxia que rige una escritura, una falta contra la ley que rige lo escrito y el continente en su decencia” (Derrida, 1989: 39).
También, implícitamente, en el texto nos encontramos con la distinción entre margen como práctica de subversión y transgresión contra esa ley de la representación a la que se refiere Jacques Derrida, y con la marginalización como estrategia de subordinación y de profundización de la desigualdad. Por lo tanto, “ni lo ‘femenino’, ni ‘lo feminista’ son concebidos” por Nelly Richard “como contenidos predeterminados, “sino como estrategias de enunciación y puntos de vista que usan la diferencia genérico- sexual para deconstruir valores y reconstruir significados en torno a las constelaciones fluctuantes de la identidad, la diferencia y la alteridad” (p. 8).
Desde ahí, la interrogante sobre si tiene sexo la escritura: “La ‘literatura de mujeres’ designa un conjunto de obras literarias cuya firma tiene una valencia sexuada, aunque las autoras de estas obras no se hagan necesariamente cargo de la pregunta -interna a la obra- de cómo textualizar la diferencia genérico- sexual. La categoría ‘literatura de mujeres’ delimita su corpus en base al previo recorte de la identificación sexual de las autoras, y aísla ese corpus para que la crítica feminista aplique un sistema relativamente autónomo de referencias y valores que le confiera unidad de género a la suma empírica de las obras que agrupa. Es decir que la ‘literatura de mujeres’ arma el corpus sociocultural que contiene y sostiene, empíricamente, el valor analítico a la pregunta que debe hacerse la crítica literaria feminista en torno a las caracterizaciones de género de la ´escritura femenina’”. Así, algunas críticas feministas “buscan responder a esta pregunta rastreando las caracterizaciones de la mujer a nivel expresivo (buscando un ‘estilo’ de lo femenino), o bien a nivel temático (valorando un argumento literario centrado en ‘imágenes de la mujer’ que, por lo general, sugieren una identificación compartida entre el personaje femenino y la narradora mujer)” (p. 13).
Es en este último aspecto donde la autobiografía, los diarios, la escritura en primera persona adquiere un estatuto expresivo que la “supuesta” objetividad de cierta literatura patriarcal y postpatriarcal no logra encontrar, encajonándose en una subjetividad monológica. En cambio, la escritura feminista se disemina, deconstruye en el camino trazado por el sinsentido y el sentido, en la apertura asignificante (Deleuze y Guattari, 2000) de las turbulencias del sentido y en el rizoma de sentido(s) que se amplia y se expande diseminadamente por entre las grietas y márgenes desestructurando el centro patriarcal y postpatriarcal, potenciando la productividad de la escritura y de la marca, al desplazamiento de la subjetividad por una subjetivación como proceso o tecnologías del sujeto.
El texto, para Nelly Richard y las voces, polifónicamente, que su escritura convoca, en esa crítica literaria feminista, “suele basarse en una concepción representacional de la literatura según la cual el texto es llamado a expresar realistamente el contenido experiencial de las situaciones de vida que retratarían la ‘autenticidad’ de la condición- mujer o bien, en clave más directamente feminista, el valor positivo (afirmativo y reivindicativo) de la toma de conciencia anti-patriarcal de su identificación de género”.
La memoria se producedesde la escritura deseante, corporal, intensa, desde la máquina deseante desterritorializada que niega la idea de que “las mujeres que escriben” o “escribir como mujer” es lineal y homogénea, “sin tomar en consideración el modo en que identidad y representación se hacen y se deshacen incesantemente en el transcurso del texto bajo las presiones alteradoras del dispositivo de remodelación lingüístico- simbólica de la escritura”. Estas dos dimensiones: “la escritura como productividad textual y la identidad como juego de representaciones”, las incorporan la teoría feminista más contemporánea, para “construir y deconstruir los signos de lo ‘femenino’” que, en lugar de naturalizarse como invariantes, cambian de máscaras en el interior del texto.
Como presenta Ana María Moix la escritura de Cixous: “Sus escritos, de una riqueza extraordinaria, barajan la filosofía, el psicoanálisis, la lingüística, el análisis histórico, la antropología, etc… (Moix, 1995: 8), a los que habría que agregar la radicalidad política y anticolonial que se encuentran en ellos. Así, todas estas escrituras de los márgenes y de las diferencias fisuran el campo de las representaciones patriarcales y producen transformaciones radicales que ponen en cuestionamiento la (i) legalidad del discurso hegemónico, sea éste el discurso patriarcal, heterosexista, (neo) colonial, (euro) anglocéntrico, clasista, racista o dictatorial. Además, ponen en cuestionamiento la “falsa universalidad del canon de la literatura” (p. 16). Así como rechazan “toda coincidencia natural entre determinante biológica (ser mujer) e identidad literaria (escribir como mujer)” (p. 19).
Así, la crítica feminista “debe romper con la creencia determinista en que la función anatómica (ser mujer/ ser hombre) y el rol simbólico (lo femenino/ lo masculino) se corresponden” de forma natural bajo el relato hegemónico de la Identidad- Una “del cuerpo de origen”. Desde ahí se plantea en el texto de Nelly Richard, a través de las múltiples voces que convoca en su discurso, no pensar la escritura feminista como una condición de la “mujer” y que, paralelamente, los “hombres”, no necesariamente por esa condición, son cómplices de lo hegemónico, sino que es la propia característica subversiva, transgresora, intersticial, escrita desde los márgenes y descentradora, diseminada, torsionadora del lenguaje y de la identidad, cuestionadora de las ecuaciones que ubican lo natural y lo cultural como esencias metafísicas que calzan sin distorsiones, resquebrajamientos, fisuras…
Es escritura, por lo tanto, que fractura la representación y la transforma en una trampa de sí, en esa ironía a la que De Man, a partir de Benjamin, considera como la trampa que encarcela a la representación en su propia celda, sin espacios de huidas y escapes, porque las huidas las produjo la escritura feminista al escapársele a la representación desde su interior. La anunciada muerte del hombre, del sujeto, del autor de la época de los post, conducen al feminismo a repensar la identidad desde la dinámica “tensional cruzada por una multiplicidad de fuerzas heterogéneas que la mantienen en constante desequilibrio”.
Ese pensar la identidad, en épocas de muertes, conducen a Nelly Richard a considerar las tensiones que se producen entre “experiencia, teoría y representación en lo femenino- latinoamericano”. Considerando –a través de un análisis donde nuevamente, desde la polifonía de su discurso, convoca a múltiples voces- el conflicto que se produce entre quienes se ubican en la periferia latinoamericana y la teoría internacional centralizada, donde se presenta en diversas oportunidades la oposición entre experiencia (“el mundo práctico de la vida cotidiana y de la intervención directa en la vida social) y discurso (“el mundo abstracto de la reflexión especulativa y del academicismo”).
Esa confrontación se sigue produciendo y en diversos momentos no permiten visualizar los cruces e intersticios entre teoría y práctica que desde el entre desestabilizan las miradas binarias que, así como separan metafísicamente al hombre de la mujer como entidades separadas, como sustancias que no se encuentran y se desestabilizan, separan la teoría de la práctica. De ahí el acierto de Nelly Richard de conceptualizar a la teoría como la que “forma conciencia acerca del carácter discursivo de la real- social, exhibiendo cómo la realidad se encuentra siempre intervenida por organizaciones de significados”. La teoría es, además, la que le permite al sujeto transformar la realidad “dada como natural, al abrir los signos que la formulan a nuevas combinaciones interpretativas capaces de deshacer y rehacer los trayectos conceptuales que ordenan su comprensión” (p. 32). Para el feminismo privarse de la teoría y de esa “caja de herramientas”, retomo el concepto en diálogo de Foucault y Deleuze, es despojarse de la posibilidad transformadora y quedar enmarcada en la “imagen pensamiento” jerárquica y arborescente, de ahí la propuesta de Gilles Deleuze y Félix Guattari de producir contra imágenes de contra pensamientos … Nelly Richard en ese momento convoca a las voces que consideran que el feminismo es teoría del discurso pero, paralelamente, no deja de complejizar ese afán totalizador de la teoría del discurso y de sus metodologías que puede terminar borroneando las categorías de “realidad” y de “experiencia” con las que pensar sobre la identidad, la diferencia y la alteridad.
El temor de ese afán totalizador y logocéntrico se encuentra, inmediatamente, con el nomadismo post que lo deslocaliza todo sin cesar, “borrando peligrosamente fronteras y antagonismos”. Y, este último, junto con su complemento agonista, es una clave fundamental para pensar lo político (según Mouffe) y lo filosófico (en la perspectiva de Deleuze y Guattari). Pero, como indica con acierto Nelly Richard, “la defensa de una anterioridad y exterioridad al concepto mediante palabras como ‘experiencia’ o ‘cuerpo’ estaba ya presente en un cierto modelo de ‘escritura femenina’ que cultivó una primera crítica literaria feminista influida por Luce Irigaray, Hélène Cixous y Mónica Wittig”, y, en ese “injerto” rastrear a Michel Foucault y a Jacques Derrida pero, también, a Frantz Fanon. Son palabras de Cixous: “Siglos de representación patriarcal, capitalista y colonial: “Los condenados de la historia, los exiliados, los colonizados, los quemados. Sí, Argelia es invisible. Francia, no digamos… ¡Alemania! ¡Europa, cómplice!...”. Ritmo, carne y deseo se conjugan y mezclan y desestructuran el “conócete a ti mismo” que estructuran las técnicas de la subjetivación de la edad moderna. Pero, en América Latina, así como en África, la defensa de una corporalidad primaria, primigenia y adánica, “proyecta un imaginario femenino del cuerpo – naturaleza “que se hace fácilmente cómplice de la concepción metafísica del ser latinoamericano como pureza originaria que emana de un continente virgen”. Y, como lo destaca Tausig, selva- virgen estructura uno de los imaginarios americanos más potentes: el que lo vincula, además, a traición: “la selva es traidora”, y emboscada, características de lo salvaje. Es en la discusión sobre esa posición primigenia en la que, entre otros aspectos, se ha encontrado la discusión feminista en las Américas. Es, por ello, que la propuesta de Nelly Richard es que la crítica feminista debería de acentuar la “función desestabilizadora de lo ‘femenino’ que se resiste a cualquier oposición binaria (masculino/ femenino, identidad/ alteridad, centro/ periferia, etc…)”. Esta postura, para la autora, solo es posible desde un feminismo de la(s) diferencia(s) que postule múltiples combinaciones de signos en ‘transiciones contingentes’ entre registros heterogéneos, plurales y contradictorios de identificación sexual, de representación social y de significación cultural. Nada más alejado de este feminismo teórico de la(s) diferencia(s) que aborda el significante “mujer” en la discontinuidad de sus planos de representación discursiva, que el rescate de lo vivencial como conciencia primaria de un femenino latinoamericano reducido fusionalmente a los mitos del cuerpo y de la oralidad. A la metafísica, diría Derrida, de la presencia como origen, significado o sentido…
No obstante, hablábamos críticamente de ciertas posturas fenomenológicas; hermenéuticas o psicoanalíticas, porque como se plantea en “los desafíos crítico- políticos del feminismo deconstructivo”, los diálogos de finales del siglo pasado y comienzos de éste, entre el feminismo, el psicoanálisis y la deconstrucción, “llevaron” a “las categorías ‘mujer’, ‘sexo’, ‘género’ a experimentar múltiples disociaciones de significado según las cuales ya no es posible concebir la identidad –ni femenina ni feminista- como algo que se cierra linealmente sobre un núcleo garantizado de atributos predeterminados” (Richard, 2008: 47). Ambas posturas descentran el supuesto equilibrio de la identidad- Una, “rompen”, en el caso de la deconstrucción, con la metafísica de las oposiciones binarias. Se ponen en entredicho las categorías fijas e inmutables y se ubican en un espacio de conflicto entre el feminismo de la identidad y el de la diferencia.
En el feminismo contemporáneo, no obstante, se da el “deseo teórico- político” de “combinar la incredulidad postmoderna hacia las metanarrativas” con el impulso “crítico de nuevas y rebeldes articulaciones de identidad”. El feminismo se enfrenta al riesgo de un deconstructivismo que neutraliza “las desigualdades de género”, al igual que otras desigualdades como las económicas, bajo la alegoría textual de lo femenino. Es por ello que ciertos feminismos vuelven a subrayar la materialidad de los cuerpos en los que se localiza la diferencia. Cuerpos abandonados que son retomados, cuerpos materiales pero, también, cuerpos- letras y cuerpos- discursos. “Cuerpos sin órganos”, en los términos en que Deleuze y Guattari retoman de Artaud. El feminismo, para Nelly Richard, no teme a las “confusiones que se producen en la superficie de los cuerpos, los lenguajes, los saberes, las disciplinas y las instituciones: estos desencajes en los modos de ser y en las formas de decir que exhiben las diferentes voces del feminismo son las que garantizan la tensión –vigilante y batallante a la vez- entre políticas de identidad y poéticas de la subjetividad”.
Los dos textos finales, en vistas de esos cruces entre teoría y práctica que atraviesan todo el libro, plantean dos aspectos fundamentales de la discusión en torno al feminismo, lo femenino, el género, la política y lo político, la estética de ruptura y las políticas de la memoria, todas esas áreas son de confluencia en el texto. En “el repliegue del feminismo en los años de la transición y el escenario Bachelet”, publicado, inicialmente, en el año 2000, es decir, antes de que Michelle Bachelet asumiría la presidencia, y, actualizado en el momento en que Bachelet es presidenta y el debate que su figura ha generado (y genera). La política, lo político se cruzan con la micropolítica. La macro política (política tradicional) deja fuera de su esfera a las micropolíticas (de lo cotidiano y subjetivo), y, como indican Deleuze y Guattari (2000: 218): en la micropolítica se encuentran “la percepción”, los afectos, las conversaciones. “Desde el punto de vista de la micropolítica, una sociedad se define por sus líneas de fuga, que son moleculares. Siempre fluye o huye algo, que escapa a las organizaciones binarias, al aparato de resonancia, a la máquina de resonancia, a la máquina de sobrecodificación: todo lo que se incluye dentro de lo que se denomina ‘evolución de las costumbres’, los jóvenes, las mujeres, los locos, etc…” (Deleuze y Guattari, 2000: 220). Los contextos que detalla Richard son los siguientes: “el hecho de que Julieta Kirkwood, la investigadora más creativa del feminismo de los ochenta, estuviera ligada” a FLACSO; los movimientos de mujeres que lucharon contra la dictadura y la posterior desactivación “del discurso feminista como un eje de debate político y cultural”; los diversos factores que llevaron al repliegue de las propuestas feministas durante la transición; el papel de las organizaciones no gubernamentales y de los departamentos de Estudios de la Mujer y de Estudios de Género que se fueron desarrollando en universidades chilenas; los debates con motivo de la presentación de Chile en la IV Conferencia Mundial de la Mujer realizada en Beijing en 1995 y la discusión en torno a la palabra “género” que entraba al léxico; la sacralización católica de las figuras de la madre y de la familia “como perpetuadoras del Orden natural –el mismo enmarque que condenó, en Chile, el uso del concepto de ‘género’ por considerarlo antinatural- coloca a lo femenino al servicio del convencionalismo moral y social del que se sirven los partidos de la derecha y también la Democracia Cristiana” (p. 76- 77). En ese escenario emerge la figura de Bachelet. Mujer y madre separada, hija de militar torturado, exiliada, militante socialista de la lucha antidictatorial, reinserción profesional e ingreso a los ministerios como el defensa desde donde habían torturado y asesinado a su padre. Su elección como presidenta marca ese cruce e intersticio entre macro y micropolítica, retomando los conceptos de Deleuze y Guattari, líneas de fuerza que anudan fragmentos “disímiles de una historia individual y colectiva hecha de cortes, desensamblajes y reensamblajes”. Nelly Richard indica al respecto que “un trayecto de profundización democrática podría usar la ‘posición de género’ como pivote simbólico de una zona de intersecciones, alianzas y coaliciones entre las múltiples redes de simbolización identitaria (no exclusivamente sexuales) y fuerzas subjetivas que luchan contra las representaciones autocentradas de los poderes excluyentes”.
Los textos de Nelly Richard así como las multiplicidades textuales que los integran; los sentidos que se desintegran y deconstruyen, los códigos disidentes y decodificados, las fugas y las huidas de las identidades, las diferencias que desestructuran las miradas canónicas y hegemónicas del arte, los cuerpos que intentan liberarse de las cadenas del control físico y material sobre ellos pero, también, sobre los lenguajes que los habitan, se encuentran con el arte crítico- experimental de finales de los ’70, y de las artistas mujeres que asumieron audazmente la crítica ideológica- cultural, desafiaron las morales del sentido único y de una única dirección, asumieron radicalmente las ambigüedades, la ironía, la paradoja y la indeterminación y orientaron su mirada hacia identificaciones no lugarizadas o entre lugarizadas que se sirven de lo descentrado y lo heterogéneo, desde donde diseminaron las identidades y las diferencias. No necesariamente es un arte o una crítica feminista pero condensa “la energía refractaria de todo aquello que se rebela contra las codificaciones represivas del pensamiento único”.
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Revista teórica del Departamento de Ciencias de la Comunicación y de la Información
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